Todos tenemos parte en el cambio climático con el uso
excesivo del automóvil, o del aire acondicionado
y las calefacciones, por ejemplo. Pero nuestra
responsabilidad es de un calibre muy diferente a
la de empresas que ganan miles de millones de
dólares con ello.
Rafael Carrasco,
Joaquín Vidal y Miguel Jara, en su
libro Conspiraciones Tóxicas: Cómo atentan
contra nuestra salud y el medio ambiente los
grupos empresariales, ofrecen numerosos
ejemplos sobre las oscuras relaciones entre las
grandes empresas y el poder político para evitar
regulaciones y para legislar a favor de los
grupos de presión.
Los autores han seguido a los reyes del ladrillo y el
hormigón en España, a los impulsores de
la telefonía móvil y los transgénicos, a los
especuladores del agua, a los fabricantes de
productos químicos, a los contaminadores del
sector de la cerámica o de la energía nuclear, a
quienes fabrican pasta de papel talando bosques
o a quienes impulsan proyectos de energías
sucias. Se encuentran
aludidos muchos poderes económicos como las
multinacionales
Basf,
Bayer,
Monsanto
o los gigantes de la telefonía.
Desde estos sectores se presiona a funcionarios,
políticos, periodistas, científicos o
asociaciones ciudadanas a través de sus
lobbistas en nómina. En
Bruselas hay unos 15.000, y en el Parlamento
europeo hay acreditados siete de ellos por cada
europarlamentario.
El planeta se está calentando, pese a que los grupos de
presión del petróleo o el automóvil traten de
sembrar infinitas dudas al respecto con
“contraestudios” descalificados por científicos
serios. La acción de los lobbies del
petróleo, de las centrales nucleares y otros ha
mantenido en funcionamiento centrales que
contaminan ha relegado a segundo plano a las
energías renovables.
¿Son peligrosas las antenas de telefonía móvil cerca de la
población? Desde el año 2001, más de 500
estudios confirman la peligrosidad de esta
contaminación invisible. Entre ellos el estudio
Reflex, donde se dice que esas antenas pueden
producir daños en el ADN. Sin embargo, como las
conclusiones no eran del agrado de algunos
sectores tecnológicos muy queridos de los
gobiernos, el informe ha sido silenciado, aunque
obtuvo financiación de la Unión Europea.
Tampoco están demostradas la peligrosidad ni la inocuidad de
los transgénicos para los humanos. Debería
aplicarse el principio de precaución antes de
que nos encontremos con un desastre ambiental y
sanitario sin remedio.
Existen datos concretos sobre aditivos alimentarios legales,
pero que son dañinos, adictivos, pesticidas,
toxinas en los envases, alimentos para el
ganado, etc. La industria química inunda de
informes y contrainformes los despachos de
Bruselas que deciden al respecto.
En Estados Unidos, al sector de especuladores del agua
se le conoce como pork barril por los
niveles de corrupción que ha alcanzado. En
Europa, el agua no es un bien tan escaso y
se está a tiempo de poner medidas que eviten esa
especulación.
Hay muchas contradicciones en el ámbito ecologista. No se
quiere energía solar, porque destroza el
paisaje. Eólica tampoco porque los pájaros se
matan contra los molinos. Hidroeléctrica menos
porque afecta al cauce de los ríos. De la
nuclear y la térmica, mejor ni hablamos. Pero no
tenemos que volver a las cavernas. Se puede
apostar por las energías renovables sin apenas
impactos ambientales. Un estudio reciente de
Greenpeace demuestra que podría satisfacerse
56 veces la demanda eléctrica española sólo con
renovables y sin tocar espacios naturales. El
problema es cuando estas renovables se acaban
convirtiendo en objeto de negocio especulativo,
como ha sucedido en España con numerosos
proyectos eólicos muy impactantes y poco
rentables sin subvenciones.
Para los partidos políticos, “medio ambiente” es una etiqueta
rentable electoralmente de la que se olvidan
pronto. Hay lobbies presentes en todos
los grandes partidos, lo que supone un gran
problema para la gestión pública del medio
ambiente. Hasta ahora el poder económico de las
industrias contaminantes tiene más peso que las
inquietudes ambientales de los ciudadanos.
Habría que incrementar la participación
ciudadana para contrarrestar el poder de los
lobbies en esa gestión y para pedir que las
políticas aúnen el desarrollo con el respeto al
medio ambiente.
Somos parte del problema pero también podemos
ser parte de la solución. Empezando por un
consumo responsable y exigiendo a ciertos
sectores o a los políticos actuaciones limpias y
responsabilidades por ser tan permisivos con los
lobbies industriales que financian sus
campañas.