Los alimentos
transgénicos invaden el Sur
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Pese a la
inquietud generada por su posible impacto negativo sobre la
salud humana y el medio ambiente, los alimentos
genéticamente modificados van ganando terreno en los países
en vías de desarrollo a un ritmo nunca antes imaginado
debido a las agresivas campañas de comercialización de las
principales multinacionales del sector.
De acuerdo con el más reciente informe del Servicio
Internacional para la Adquisición de Aplicaciones de
Agrobiotecnología (ISAA) –una organización que promueve la
transferencia de métodos biotecnológicos a las naciones del
Sur–, entre 2002 y 2003 el área de cultivos transgénicos
aumentó en los países en desarrollo un 28%, mientras que en
los países industrializados del Norte creció sólo un 11%.
El documento, emitido a finales de enero, destaca que
en 2003 un reducido grupo de seis países aportó el 99% de la
producción mundial de transgénicos, encabezado por Estados
Unidos, seguido por Argentina, Canadá, Brasil, China y
República Sudafricana.
De este grupo líder, China y la República Sudafricana
muestran los niveles más altos de crecimiento anual,
alcanzando ambos un incremento de un 33% en sus superficies
plantadas de cultivos genéticamente modificados. Sólo China
tiene un 58% del total del área de cultivo de algodón
transgénico en el mundo, mientras Sudáfrica sobresale,
además de por la producción de algodón, por la de maíz, que
en 2001 ocupaba apenas una extensión de 6.000 hectáreas y a
principios de este año alcanzó ya 84.000.
Durante el año pasado dos países –Brasil y Filipinas–
aprobaron oficialmente por primera vez el cultivo de plantas
transgénicas, aunque en el primero su producción había
comenzado mucho antes mediante el contrabando ilegal de
semillas desde la vecina Argentina. De este modo, los dos
países se sumaron a otros 16 que vienen cultivando plantas
modificadas genéticamente, y de los cuales 11 son países en
vías de desarrollo y sólo 7 pertenecen al Norte
industrializado.
El número de estas naciones ha mostrado un continuo
incremento desde 1996 cuando sólo 6 países tenían
oficialmente autorizados estos cultivos, y cuyo número llegó
a 9 en 1998, a 13 en 2001, alcanzando 18 en 2003.
En la actualidad, los tres países más densamente
poblados de Asia –China, India e Indonesia– (con una
población total de 2.500 millones de personas), las tres
economías más importantes de América Latina –Argentina,
Brasil y México (con 300 millones de habitantes)–, y la
economía más fuerte del continente africano –la de la
República Sudafricana (45 millones de habitantes)– son
importantes productores de alimentos genéticamente
modificados.
Según el mismo documento, el área plantada de cultivos
transgénicos a nivel mundial ha crecido 40 veces desde 1996,
alcanzando los 67.7 millones de hectáreas en 2003; un tercio
de esa extensión corresponde a países del Sur.
Las principales plantas en cuestión son la soja, (41.4
millones de hectáreas, un 61% del área total de cultivo de
plantas genéticamente modificadas), el maíz (15.5 millones
de hectáreas, un 23% del total) y el algodón (7.2 millones
de hectáreas, 11% del total).
Sus estadísticas muestran también el incremento de las
variedades transgénicas: del área total plantada de soja en
2003 (76 millones de hectáreas a nivel global) un 55% era
modificada genéticamente, frente a 51% en 2002. En el caso
del algodón, el 21% de los 34 millones de hectáreas era
transgénico, mientras en el caso de los 140 millones de
hectáreas de maíz a nivel mundial, un 11% estaba plantada de
variedades obtenidas por métodos biotecnológicos.
El rápido incremento de las superficies de cultivos
genéticamente manipulados ha levantado protestas de los
ecologistas en varios países del Sur, como es el caso de
Brasil, donde los proyectos de explotación de Cerrado –una
de las eco-regiones menos protegidas de la cuenca amazónica–
encuentran una oposición cada vez más fuerte por parte de la
ciudadanía.
La expansión de las zonas de cultivo hacia el interior
del bosque tropical amenaza el hábitat de numerosas
especies, con el consiguiente peligro para la biodiversidad.
Además, el monocultivo empobrece los suelos, sin hablar de
la contaminación de los acuíferos mediante el uso y abuso de
pesticidas y herbicidas que aseguran la obtención de hasta
tres cosechas en un año, y que son producidos, dicho sea de
paso, por las mismas multinacionales que promueven los
cultivos transgénicos en el Sur como solución a sus
problemas de pobreza e inseguridad alimentaria.
Mientras unos pocos se enriquecen, la seguridad
alimentaria del Sur es cada vez más frágil. La invasión de
los transgénicos en los países en desarrollo es una muestra
de las políticas erróneas que están desarrollando
instituciones internacionales y gobiernos locales para
combatir el hambre y la pobreza. Errores que tendrán unas
consecuencias inimaginables en el futuro del sistema
alimentario mundial.
Edith Papp
Agencia de Información Solidaria
12 de febrero de 2004
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