Transgénicos
Jugar a ser Dios |
Los
cultivos transgénicos han crecido un 11% en los últimos diez
años. Hoy 90 millones de hectáreas en todo el mundo se
dedican a este tipo de cultivos. Su consumo está provocando
nuevas alergias y resistencia a los antibióticos,
desplazamientos de campesinos y graves daños en el medio
ambiente
Más de 90 millones de hectáreas están hoy dedicadas a los
cultivos transgénicos. En diez años este tipo de cultivos ha
crecido un 11%, a pesar de las críticas de las
organizaciones ecologistas. Durante el último año, cuatro
países más que en 2004 permiten el cultivo de este tipo de
semillas modificadas genéticamente. Estados Unidos, con el
50% de la superficie dedicada a estos cultivos, y Argentina,
con cerca del 20%, son los países donde la legislación es
más permisiva y las trasnacionales agrícolas encuentran
menos problemas para utilizar semillas transgénicas. La
soja, el maíz y el algodón son los principales cultivos
modificados. Sin embargo, este tipo de cultivos son una
“bomba de relojería” que ponen en riesgo nuestro planeta ya
que los efectos sobre el medio ambiente y sobre las propias
personas no son predecibles.
Los cultivos transgénicos contaminan genéticamente a otras
variedades. Los insectos y el viento hacen que las semillas
se “contagien”. El caso del maíz en México es el más claro.
Este país latinoamericano es el centro de diversidad y
origen del maíz, pero las semillas modificadas están
acabando con las variedades tradicionales. Las causas de la
polinización son impredecibles y es imposible poner ‘puertas
al campo’.
Los transgénicos, por tanto, acaban con la diversidad
agrícola y con los cultivos tradicionales. En la India, por
ejemplo, se han perdido casi 50.000 arroces distintos, y en
Indonesia, más de 1.500 variedades de este cereal en los
últimos 20 años. Además, las modificaciones en los genes de
las semillas están provocando la aparición de “supermalezas”
y de plagas resistentes.
Los defensores de los cultivos modificados explican que el
rendimiento es mucho mayor ya que se hacen resistentes a
determinadas enfermedades y que el problema del hambre
desaparecería. Sin embargo, varios estudios han constados de
que no es así. La soja transgénica en EEUU, por ejemplo, ha
sufrido pérdidas de un 7% en su rendimiento. En España, es
estudio Al grano: impacto del maíz transgénico en España
pone de manifiesto que los maíces modificados producen menos
que las variedades equivalentes tradicionales.
La Tierra, además, produce alimentos suficientes para
alimentar a toda la población mundial. La pobreza es la
consecuencia de la mala distribución de la riqueza y los
recursos naturales de la Tierra. Así, mientras dos terceras
partes de la humanidad pasan hambre, el resto vive en la
opulencia, hasta el extremo de que la obesidad se ha
convertido en uno de los problemas más graves en cuestiones
de salud en los países enriquecidos del Norte. Y los
transgénicos, en el ámbito comercial y económico, no hacen
más que beneficiarse de esta situación. Tan sólo un pequeño
número de empresas, como Syngenta, Dupont,
Bayer o Monsanto, que controla el 90% de los
transgénicos, comercializan este tipo de semillas. Estas
grandes multinacionales patentan las semillas y le ponen
precio a la biodiversidad, que como Greenpeace aclara
“siempre ha sido patrimonio de los pueblos”.
Los pequeños agricultores están siendo desplazados de sus
tierras. En cambio, aparecen millones de hectáreas de
plantaciones de cultivos transgénicos que dejan fuera a los
campesinos y destruyen los ecosistemas. En Argentina, por
ejemplo, más de 160.000 familias han tenido que abandonar
sus tierras en los últimos diez años.
Los problemas que los cultivos modificados genéticamente
tienen para la salud todavía no han sido evaluados. No
obstante, están apareciendo nuevas alergias y resistencias a
los antibióticos debido al consumo de alimentos modificados
o carnes o pescados que han sido alimentados con semillas
transgénicas.
El “arroz dorado” protagoniza uno de los casos más
conocidos. Se trata de un arroz enriquecido de vitamina A y
que hoy se cree provoca enfermedades como la ceguera.
Además, su aporte vitamínico está puesto en duda ya que para
ingerir los 500 microgramos de vitamina A que recomienda la
FAO es necesario comer casi cuatro kilos de este arroz, lo
que supone que son más de nueve kilos de arroz hervido. Y lo
cierto es que la misma cantidad de esta vitamina se consigue
comiendo 200 gramos de arroz normal, cien gramos de
zanahorias y cien de mango.
La ciencia es uno de los motores del desarrollo de nuestras
sociedades. Sin embargo, jugar a ser Dios puede ser un juego
demasiado peligroso para la Humanidad.
Ana Muñoz
CCS-España
24 de enero de 2006
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