Brasil
Lula y los transgénicos:
O que é isso,
companheiro?
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Esta
interrogante sirve de título a un conocido y disfrutable libro que Fernando
Gabeira escribió hace ya casi 25 años. Hoy me parece apropiada para formulársela
al Presidente de Brasil, Luiz Ignacio “Lula” da Silva.
Hace años,
siendo candidato a la presidencia de su país, de visita en Estados Unidos Lula
fue abordado por un periodista que le preguntó si era marxista leninista y su
respuesta fue:
“¡no!, soy mecánico
tornero”. Todos festejamos su flexibilidad de cintura, tan
característica de los brasileños, más si han sido dirigentes sindicales durante
largos años, como Lula lo fue. Pero ahora que es Presidente, con un respaldo de
votos sin precedentes en la historia del país, los juegos de cintura están de
más, especialmente si se utilizan para eludir principios y promesas electorales.
Lamentablemente, esto es lo que sucedió con Lula y el tema de los transgénicos.
Veamos los hechos:
En 1997, la
Rel-UITA, junto a numerosas organizaciones sindicales y sociales, inició en Río
Grande do Sul una campaña contra los transgénicos. En 1999, el entonces
gobernador Olivio Dutra -en esa época también vicepresidente del PT y hoy
ministro del gobierno de Lula- declaró a Rio Grande do Sul (RS) “libre de
transgénicos”. Entre otras cosas, esa medida fue decisiva para que su capital,
Porto Alegre, fuera escogida como sede del Foro Social Mundial. Y el Foro, desde
su primera reunión, manifestó su oposición y condena a los transgénicos. Tiempo
después, una resolución judicial estableció la prohibición de plantar
transgénicos en todo el territorio brasileño. Entre 1999 y 2002, toneladas de
soja transgénica fueron detectadas por la Policía Federal, se incineraron y en
todos los casos el juicio a los culpables quedó en suspenso, pero la soja
transgénica se siguió plantando, especialmente en RS.
Se sucedieron
las cosechas y el porcentaje de soja transgénica cultivada en RS aumentó
considerablemente. Las semillas, de la variedad Roundup Ready de Monsanto,
ingresaban de contrabando en grandes cantidades desde Argentina y las
autoridades cerraban los ojos frente a este delito. Tampoco Monsanto advirtió a
las autoridades brasileñas que la venta de sus semillas en Argentina superaba
largamente la demanda normal, por lo que era de presumir que parte de las mismas
ingresaba de contrabando a Brasil. Es más, la compañía comenzó a vender en
Brasil el Roundup -herbicida que no afecta a su soja transgénica- a uno de los
precios más bajos con los que comercializa ese producto en el mundo. Tan segura
se sentía de su poder, que en 2001 inauguró, luego de una inversión de 550
millones de dólares, una fábrica de Roundup en el estado de Bahia. Monsanto ya
fabricaba el herbicida en el interior de São Paulo, pero debía importar algunas
materias primas con un desembolso de 150 millones anuales, las que ahora son
producidas en Bahia.
En la cosecha
2002/2003 las cosas se precipitaron. El gobierno de Lula se encontró ante un
hecho consumado, consecuencia de la falta de iniciativa en la materia por parte
de los gobiernos anteriores (estadual y nacional). Si confiscaba la soja ilegal
-que solamente en Rio Grande do Sul supera el 75% de la zafra- una grave crisis
afectaría a los productores/delincuentes. Por lo tanto decidió, el 27 de marzo,
autorizar la comercialización interna y externa de la soja transgénica producida
en la última zafra hasta enero de 2004. Con esta medida el gobierno rompió con
el principio de cautela, pasando a reconocer implícitamente que los transgénicos
son seguros. Por su parte Monsanto no perdió tiempo y anunció que iniciaría
acciones legales para el cobro de los royalties (16 dólares por tonelada)
correspondientes a la utilización de su semilla patentada. Lo cual generó un
nuevo problema: ¿quiénes pagarían el royalty si debido al sistema de acopio es
imposible identificar la soja transgénica?
Según una
investigación realizada por el IBOPE en diciembre 2002, 71% de la población
brasileña prefiere no consumir transgénicos y 65% considera que este tipo de
productos debería ser prohibido. En consecuencia, la medida está siendo
criticada por un alto porcentaje de la población. Por otra parte, el errático
manejo del tema sacó a luz otras contradicciones: El MST (Movimiento de los
Trabajadores Rurales Sin Tierra) consideró que Monsanto era la responsable
directa de la situación, al suministrar gratuita y clandestinamente su semilla a
los productores. No obstante, el diputado estadual del PT, Frei Jorge Görgen
(representante del MST en la Asamblea Legislativa de RS) reconoció que en muchos
asentamientos del MST se planta y vende soja transgénica.
Y así llegamos
al pasado 25 de setiembre y a un desenlace que todo indica no será el final.
José Alencar, presidente en ejercicio, pues Lula se encontraba fuera del país,
firmó una medida provisoria liberando el cultivo de soja transgénica para la
próxima zafra (2003/2004). Antes de viajar, Lula le había indicado al jefe de
ministros José Dirceu, que llevara al presidente en ejercicio la medida
provisoria para su firma. Alencar se sintió molesto por esta orden que le
llegaba como “peludo de regalo” y Lula necesitó más de una hora de conversación
telefónica desde Cuba para convencerlo.
Estos hechos,
relatados sucintamente, nos merecen las siguientes interrogantes y reflexiones:
Coincidimos con
la mayoría de las medidas del gobierno de Lula, especialmente en lo que tiene
que ver con su política internacional. También comprendemos los problemas y las
presiones que debe enfrentar. Pero, ¿por qué no aclaró personalmente los motivos
que lo llevaron a tomar esta decisión? ¿Por qué prefirió eludir el tema
transfiriéndoselo al presidente en ejercicio? Esto no puede justificarse en la
urgencia, pues la siembra de la actual zafra comenzará en las primeras semanas
del presente mes.
Con su actitud,
Lula dejó mal parados a algunos prestigiosos y leales miembros de su gabinete.
Ese es el caso de Marina Silva, ministra de Medio Ambiente. Marina, junto al
mártir de los
seringueiros
Chico Mendes, fundó en 1984 la CUT de Acre, su estado natal y en 1994 fue electa
senadora por el PT, convirtiéndose en la senadora más joven en la historia de
Brasil. La posición de Marina sobre los transgénicos es clara:
“Sólo quiero tener seguridad. No se trata de
un preconcepto político, ideológico o fundamentalista. Lo que puedo decir es que
todavía no tengo esa seguridad”. Y sabe de lo que habla, pues acaba
de superar una dolencia neurológica causada por la contaminación de metales
pesados. Por eso lloró cuando Alencar firmó la medida provisoria y se negó a
estampar su firma al pie de la misma. La mayoría de los analistas políticos
coinciden en que se trató de una victoria del ministro de agricultura, Roberto
Rodrigues -vinculado desde siempre al
agro business y no integrante del PT- sobre lo que defiende Marina
junto a otros ministros (por ejemplo el de cultura, Gilberto Gil) y varios
parlamentarios del propio PT. Veremos que pasa.
Ahora, el
compromiso del gobierno es que presentará un proyecto de ley al Congreso para
reglamentar, según Rodrigues,
“la
cuestión de la biotecnología para siempre en el Brasil”. Pasando por
alto el exceso de una ley para siempre, Rodrigues y el gobierno de Lula deberían
formularse algunas preguntas y tomar en cuenta aspectos fundamentales. Solamente
me referiré a dos:
1-
¿Por
qué son necesarios lo transgénicos?
Los agricultores que están sembrando soja en los estados de Santa Catarina y
Paraná, que igual que RS son fronterizos con Argentina, provienen en su enorme
mayoría de RS. Sin embargo el plantío de soja transgénica en esos dos estados
es prácticamente inexistente. Y según un reciente estudio del Instituto
Brasileiro de Geografia e Estatística (IBGE), Paraná lidera el ranking de
productividad con 3.026 kilos de soja cosechados por hectárea, mientras la
productividad en RS -donde la mayoría del cultivo es transgénico- es de 2.667
kilos, 13,5% menos.
2-
La soberanía
alimentaria y el programa
“Fome Zero”.
En la futura ley, que esperamos resuelva la contradicción transgénicos si -
transgénicos no, está en juego nada más y nada menos que la soberanía
alimentaria (que merece un análisis más extenso que nos comprometemos a
realizar) y ligado a ella, el programa “Fome Zero”. Si el gobierno se inclina
a favor de los transgénicos y de Monsanto, estará beneficiando un modelo de
producción que entre otras aberraciones se caracteriza por su ineficiencia.
Según un estudio reciente, el volumen de granos desperdiciados por la
agricultura en cada zafra, equivale a la cantidad de alimento necesario para
satisfacer a todas las personas que padecen hambre en Brasil.
“10% de los granos producidos son
desperdiciados durante la cosecha, transporte y almacenamiento. Si el país
produce 120 millones de toneladas, 12 millones de toneladas se pierden”,
concluye el informe. En lo que tiene que ver con la soja, las pérdidas están
en el entorno de 6%, lo cual significa que en la última zafra el equivalente a
36 millones de bolsas quedó en el suelo, rutas y depósitos. En el caso del
maíz la situación es peor, las pérdidas trepan casi a 15% del total de la
zafra.
Por todo ello
aguardamos el proyecto de ley y su tratamiento en el parlamento, esperando no
tener que repetir la pregunta del título.
Enildo
Iglesias
Convenio Siete
sobre siete – Rel-UITA
6 de octubre de
2003 |