El resultado al
final del camino era de esperarse: tarde o
temprano tenían que aparecer especies
resistentes a las estrategias diseñadas y
puestas en marcha por esta agricultura
comercial. Es lo que sucederá al maíz
transgénico cuya siembra está autorizando la
Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo
Rural, Pesca y Alimentación (SAGARPA)
Un fantasma recorre los campos del Chaco, en el
norte de Argentina. Después de meses de
investigaciones y acaloradas disputas, se ha
confirmado la existencia de un biotipo de sorgo
de Alepo (/Sorghum halepense/) resistente al
herbicida glifosato en la provincia de Salta.
Es el primer caso de una variedad de sorgo de
Alepo resistente al glifosato desde que este
herbicida comenzó a usarse en el mundo, hace
tres décadas. La difusión de esta maleza a
través de las cosechadoras que circulan por
todos lados después de cada ciclo agrícola no es
un buen augurio.
La presencia del sorgo de Alepo resistente al
glifosato (SARG) ya ha sido reconocida por el
principal organismo encargado de vigilar malezas
a nivel mundial weedscience.org. Este
hallazgo es una pesadilla hecha realidad para
los productores de soya transgénica.
Es también una lección para la SAGARPA,
que acaba de autorizar ilegalmente las primeras
siembras experimentales de maíz transgénico en
nuestro país. Es el primer paso en el camino
para autorizar la siembra comercial y consolidar
la liberación al ambiente mexicano del maíz
genéticamente modificado, con graves riesgos
para el germoplasma maicero en nuestro país,
centro de origen de este cultivo de importancia
mundial.
Vamos por partes. El sorgo de Alepo, también
conocido como zacate Johnson, es una de las 10
principales malezas que afectan a la agricultura
de climas templados. Es una maleza perenne,
dotada de grandes capacidades para reproducirse
y sobrevivir al control con medios mecánicos. La
ironía es que en muchos países, incluida
Argentina, fue introducida como especie
forrajera, precisamente por su adaptabilidad y
alta productividad. En pocos años se fue
convirtiendo en una plaga cuyo combate con
agentes químicos ha tenido grandes costos para
los agricultores y la biodiversidad.
Para luchar contra esta maleza perfecta se ha
venido usando el glifosato, herbicida de amplio
espectro que destruye en plantas superiores la
capacidad de sintetizar tres aminoácidos
esenciales. Es el herbicida no selectivo de
mayor venta en el mundo y su expansión se
aceleró con los cultivos transgénicos como la
soya Roundup Ready de Monsanto,
genéticamente modificada para aumentar su
resistencia al glifosato.
En la actualidad,
la soya
transgénica es sembrada en 18 millones de
hectáreas en Argentina. Este cultivo transformó
el paisaje rural de la pampa, trastocando las
relaciones sociales que permitían la pequeña
agricultura y abriendo las puertas al
agronegocio de gran escala.
Las exportaciones de soya son el principal
sostén de la política fiscal: 18 por ciento de
los ingresos fiscales totales provienen del
impuesto a las ventas de soya al exterior. Pero
el colapso de esta burbuja de la soya es cosa de
tiempo. La aparición del SARG es sólo un aviso.
La soya transgénica usa un paquete tecnológico
de siembra directa (o labranza mínima), en el
que se deja al rastrojo cubrir la tierra para
protegerla de lluvia y viento. Eso reduce los
riesgos de erosión, pero debe acompañarse de un
incremento en el empleo de herbicidas.
Este cultivo
ha estado asociado a un crecimiento espectacular
del uso de estos insumos: en sólo 10 años el
consumo de glifosato pasó de 15 a 200 millones
de litros.
El resultado al final del camino era de
esperarse: tarde o temprano tenían que aparecer
especies resistentes a las estrategias diseñadas
y puestas en marcha por esta agricultura
comercial. Con la difusión del paquete
tecnológico de la soya transgénica esa
resistencia aparecería más rápidamente, pues el
proceso de coevolución (que en el fondo es lo
que rige este fenómeno) se iría acelerando.
Es lo que sucederá al maíz transgénico cuya
siembra está autorizando la SAGARPA. La
aparición de insectos resistentes a la toxina
que producen los cultivos transgénicos Bt es
cuestión de tiempo. Todavía no se detectan
grandes brotes de poblaciones resistentes a la
toxina Bt, pero en parte eso se debe a la
estrategia que consiste en dejar refugios de
plantas no transgénicas en las parcelas. En
Estados Unidos esa práctica ha sido
acompañada del uso complementario de
insecticidas. Pero la advertencia de ecólogos y
agrónomos sigue vigente: esas estrategias sólo
retrasan el proceso de aparición de insectos
resistentes al Bt, no lo detienen. La siembra de
maíz transgénico en México aumentará la
probabilidad de que surjan poblaciones de
insectos resistentes al Bt en menor tiempo. Ése
no es el único problema, pero el ejemplo del
SARG es una señal que no debemos ignorar.
La
trayectoria tecnológica de los cultivos
genéticamente modificados es un callejón sin
salida. Claro, para las compañías y sus
cómplices en el gobierno, éste es un buen
instrumento para adueñarse del campo y
transformarlo en su espacio de rentabilidad.
Para la SAGARPA y el gobierno, nada debe
interponerse entre las compañías transnacionales
y la rentabilidad, ni siquiera la débil
legislación sobre bioseguridad que fue diseñada
para servir los intereses de esas mismas
empresas
Alejandro Nadal
Tomado de La Jornada, México
30 de octubre de 2009
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