A fines de 2009
el gobierno mexicano autorizó la siembra
experimental de maíz transgénico en 12,7
hectáreas, rompiendo una moratoria de más de 10
años, a favor de las trasnacionales Monsanto,
DuPont (propietaria de Pioneer Hi-Bred) y Dow.
En 2010, sin tener los resultados de su supuesta
experimentación, aceptó otra veintena de
solicitudes de las mismas trasnacionales, a las
cuales se agregó Syngenta. Las nuevas
solicitudes para siembras experimentales de maíz
transgénico, están en consulta pública, otro
eufemismo gubernamental, ya que las opiniones
críticas son ignoradas.
Si le parece que 12,7 hectáreas de las
solicitudes aprobadas en 2009 no es mucho,
imagine un metro cuadrado y piense que son más
de 120 mil metros cuadrados, en apretadas filas
de miles de plantas manipuladas genéticamente,
cada una de las cuales emite polen suficiente
para contaminar muchas más. Las nuevas
solicitudes pretenden ocupar más de mil
hectáreas, o sea, más de 10 millones de metros
cuadrados.
Al dar trámite a estas nuevas solicitudes, el
gobierno evidenció que no cree necesario esperar
los resultados de los mal llamados experimentos,
como haría cualquier institución seria, porque
de todas maneras no se trata de experimentar:
los resultados mostrarán lo que ellos hayan
decidido previamente, ya que sólo son una
formalidad para legalizar las plantaciones
comerciales de las empresas. Pronto veremos un
show
mediático diciendo que comprobaron que el maíz
transgénico produce más, las plagas no
sobreviven, y nada se ha contaminado. Lo cual va
en contra de la evidencia que existe de
producción real, según estadísticas oficiales
sobre decenas de miles de hectáreas y 13 años de
cultivos comerciales en Estados Unidos,
que muestran que 75-80 por ciento del aumento de
producción de maíz en ese país se debió a
enfoques agronómicos no transgénicos. (Failure
to Yield, Union for Concerned
Scientists, 2009).
Plantar transgénicos no aumenta la producción
sino que la detiene. La semilla es hasta 35 por
ciento más cara y al estar patentada, la
contaminación se convierte en un delito para las
víctimas. También está ampliamente demostrado
que el maíz transgénico inexorablemente
contamina otras variedades. En Estados Unidos
la contaminación se ha difundido de tal manera
por todo el país, que hasta se ha encontrado en
los paquetes de semilla etiquetados como no
transgénicos.
La razón por la que Estados Unidos y unos
pocos países los plantan (en más de 170 países
no están autorizados) no es que los transgénicos
ofrezcan algo mejor, sino que Monsanto y
algunas de las otras cinco trasnacionales que
monopolizan las semillas, controlan de tal modo
el mercado (y/o los gobiernos), que los
agricultores no tienen elección.
Buscan que todo esto se replique en México.
Pero aquí la contaminación transgénica del maíz
implica muchos otros temas, aún más graves.
México es el centro de origen del maíz y el
cultivo está en el centro de las economías y
autonomía de las culturas milenarias que lo
crearon. El maíz integra la dieta cotidiana de
la gran mayoría de la población, urbana y rural,
por lo que los impactos sobre la salud se
multiplican como en ningún otro lugar. La vasta
mayoría de la población del país, desde artistas
e intelectuales a científicos y campesinos, se
oponen a su liberación. Los argumentos para
ellos son numerosos, diversos y sólidos.
Por otro lado, haga usted una búsqueda
electrónica para ver quiénes defienden la
siembra de maíz transgénico en México.
Todos, empezando por Agrobio México,
fachada de las transnacionales de transgénicos,
tienen vinculación directa o indirecta con esas
empresas. Todos reciben o han recibido dinero y
favores de éstas, sean académicos, directivos de
organizaciones de agricultura industrial,
funcionarios o asesores que están en la
maquinaria de la bio(in)seguridad en México,
incluido el propio secretario ejecutivo de la
comisión de bioseguridad (Cibiogem).
La siembra de maíz transgénico en México
es una imposición del gobierno, contra los
intereses del país y a favor de unas pocas
transnacionales. Ni siquiera cumplen las leyes
que ellos mismos diseñaron ni esperan a
desplegar la farsa de resultados positivos de
sus experimentos. Intentan que la gente de campo
y ciudad se acostumbre también a esta forma de
violencia, que crea que no hay nada que hacer.
Muy por el contrario, la Red en Defensa del
Maíz, integrada por cientos de comunidades
indígenas y campesinas, en conjunto con la Vía
Campesina y la Asamblea Nacional de Afectados
Ambientales denunciaron en marzo pasado esta
farsa, asentaron que el maíz transgénico en
Mesoamérica es un crimen de lesa humanidad, que
las trasnacionales y el gobierno quieren
pisotear 10 mil años de historia colectiva y que
su meta es robarnos el futuro a todos y todas.
Están construyendo un caso colectivo para
denunciar este crimen en tribunales
internacionales, pero sobre todo, seguirán
ejerciendo la defensa territorial del maíz,
desde las asambleas, comunidades y
organizaciones, informando los riesgos,
conservando e intercambiando sus semillas, no
dejando plantar maíz de programas de gobierno.
La violencia impuesta existe y crece, pero
también la experiencia de más de 500 años de
resistencia.
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