Los microbios de Pandora

 

El 31 de mayo pasado, la Oficina de Marcas y Patentes de Estados Unidos (USPTO) publicó, rutinariamente, como si se tratara de una solicitud para patentar una nueva máquina de coser o una patineta, la solicitud número 20070122826, sobre el primer ser vivo artificial ensamblado

totalmente en un laboratorio

 

 

La misma solicitud se presentó a la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual, con el pedido de prioridad para más de 100 países, entre los cuales se incluye a Brasil, México, Ecuador, Costa Rica, Honduras, Colombia, Cuba, El Salvador entre otros países de todos los continentes.

 

"Se ha traspasado una frontera social fundamental y la mayoría de la gente ni siquiera sabe que está sucediendo", declaró Jim Thomas del Grupo ETC, organización que ha iniciado una campaña para denunciar el hecho y derogar esta patente.

 

La solicitud fue presentada por el Instituto J. Craig Venter, que la tituló "Genoma bacteriano mínimo". Pide derechos exclusivos monopólicos sobre "un organismo que puede crecer y reproducirse", compuesto de un conjunto de genes "esenciales".

 

El Instituto J. Craig Venter, creado por el famoso científico del mismo nombre, arribó a definir qué genes serían "esenciales" –a su criterio–, eliminando parcialmente genes de la bacteria Mycoplasma genitalium, para ver cuales eran imprescindibles para su sobrevivencia. Concluyó que se podían eliminar 101 genes del total de esta bacteria.

 

Con esta guía, la solicitud reclama derechos monopólicos sobre el organismo vivo artificial que resulta de sintetizar un conjunto de 381 genes "esenciales" que se le insertan a una célula "fantasma" –una célula vaciada previamente de material cromosómico. El producto fue bautizado por el instituto como "Mycoplasma Laboratorium". En su lugar, el Grupo ETC acuñó para este tipo de organismos vivos artificiales el nombre de "Sintia" (de sintético).

 

En la solicitud se reclama también el derecho exclusivo sobre la ausencia de los 101 genes que consideraron no esenciales, de tal modo que cualquier otro investigador que eliminara esos genes, debería pagarle derechos a las empresas de Venter.

 

Según Venter y sus colegas, Sintia sería un "chasís", al que se le podrían insertar "casettes", con diferentes tipos de material genético que instruyeran a ese organismo vivo auto-replicante a producir sustancias industriales, desde plásticos hasta combustibles. La solicitud mencionada pide derechos exclusivos sobre un organismo que pueda producir etanol o hidrógeno para fines industriales. Tal como el propio Craig Venter alardeó con la revista Newsweek esta semana, "si lográramos un organismo que produzca combustible, sería el primer organismo valuado en miles de millones o billones de dólares. Sin duda patentaríamos todo el proceso" (4/6/2007) A Newsweek esto le parece lógico, sin embargo, Venter ha conseguido su enorme capital microbiano y otros recursos afirmando que su investigación es "sin fines de lucro".

 

Craig Venter se ha caracterizado durante toda su carrera por su ambición y arrogancia. Desde su puesto como investigador de los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos, como participante en el proyecto internacional público de secuenciamiento del genoma humano, intentó patentar más de seis mil genes del cerebro humano. Más tarde, con la experiencia que adquirió en el proyecto público, fundó su propia empresa privada para competir con éste. Desde hace algunos años, recibe financiamientos millonarios del gobierno de Estados Unidos, a través de las instituciones "sin fines de lucro" que creó, como el Instituto Venter. Cobijado en éstas instituciones de investigación ha recorrido los mares megadiversos del planeta, recogiendo muestras de microorganismos de México, Costa Rica, Panamá, Ecuador, El Salvador, entre otros. Allí el discurso era que sus actividades "son investigación para el bien de la humanidad", con lo que consiguió llevarse lo que quería con poco trabajo e incluso con la colaboración de investigadores nacionales y gobiernos. En el 2005 se sacó esta careta –parcialmente– fundando la empresa Synthetics Genomics (Genómica Sintética), con capital privado, principalmente del millonario mexicano Alfonso Romo, para comercializar microbios sintéticos que tengan aplicaciones en energía, agricultura y remediación de cambio climático. Venter declaró entonces al Wall Street Journal que la nueva empresa aprovecharía la investigación del Instituto Venter, ya que ahora habían pasado "de leer el código genético a escribirlo" (29/5/2007).

 

Venter no es el único que tiene estas intenciones. Existen al menos 66 empresas que sintetizan y venden trozos de ADN sintético a quienes se lo soliciten, y muchos laboratorios trabajando en sintetizar organismos vivos artificiales. El potencial de uso de armas biológicas de estas tecnologías es tremendo. ¿Qué pasaría si a Sintia se le carga un "casette" tóxico y se libera? Y aunque no fuera intencionalmente tóxico, ¿que pasaría con esos organismos vivos artificiales en el ambiente, y en interacción con los organismos vivos naturales, incluyendo plantas, animales, humanos? ¿Qué significa la creación en laboratorio de formas de vida que nunca antes existieron?

 

La biología artificial traspasa tantas fronteras –éticas, filosóficas, sociales, políticas, económicas, de bioseguridad– que su desarrollo no puede quedar de ninguna manera en la decisión de un puñado de empresas y científicos que trabajan en ella. Mucho menos en una oficina de patentes.

 

Silvia Ribeiro *

La jornada, México

13 de junio de 2007

 

* Silvia Ribeiro es investigadora del Grupo ETC

 

Ilustración: Rel-UITA

 

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