Monsanto:
una
compañía piquetera
|
Es posible adjudicar el piquete –acto de
interrumpir el tránsito de personas, vehículos o mercaderías
para obtener un fin determinado– a la inventiva del pueblo
argentino. Esta forma de presión adquirió nivel
internacional el pasado verano con el corte de los puentes
que unen a Argentina y Uruguay por parte de ambientalistas
argentinos, los que pretenden detener la construcción de dos
fábricas de celulosa en el margen uruguayo del río que ambos
países comparten.
El gobierno uruguayo protestó por considerar que
su par argentino no intervino para levantar los piquetes y
que los mismos le causaron al país pérdidas por 400 millones
de dólares. Hoy, el diferendo se encuentra en la Corte
Internacional de Justicia con sede en La Haya, donde ha sido
llevado por Argentina.
El último
round en este diferendo ocurrió cuando la reina
del Carnaval de Gualeguaychú –ciudad argentina situada
frente a donde se están construyendo las fábricas– se lució
en bikini y portando un cartel donde se leía “basta de
papeleras contaminantes” ante los 58 mandatarios que posaban
para la foto oficial en la “Cumbre de Viena”.
Simultáneamente, Argentina está experimentando
las consecuencias negativas de los piquetes que la
transnacional
Monsanto le está organizando en varios
países de Europa. Resulta aleccionante repasar esta triste
historia:
Monsanto
posee la patente europea 301749, otorgada en 1994 a la
compañía Agracetus. Es una “patente de especie”, que otorga
a su propietario el monopolio exclusivo sobre todas las
variedades de semillas de soja modificadas genéticamente,
sin tomar en cuenta los genes o la técnica utilizada. Cuando
se otorgó la patente, una serie de ONGs denunciaron el hecho
y la propia Monsanto
inició un juicio contra Agracetus. Sus principales
argumentos consistían en que no existía “invención ni
novedad”, por lo que “debía ser revocada en totalidad”
debido al control que entregaba a una sola empresa. Dos años
después, Monsanto
compró Agracetus con lo cual, obviamente, la mencionada
patente dejó de ser satanizada. Fue así que
Monsanto
pasó a detentar el monopolio mundial de la soja transgénica,
situación que defiende con uñas y dientes, a pesar de que en
algún país no tenga apoyo legal.
En los años 70, cuando
Monsanto
introdujo en Argentina el herbicida
Roundup,
nadie sabía bien para que podía servir –aparte de combatir
las malezas debajo de los alambrados– un producto no
selectivo que mataba todo lo que tocaba. Años después llegó
la biotecnología y con ella la
soja RR, es decir, resistente al
Roundup. En
1996, Argentina
aprueba el cultivo de la
soja RR y en
ese momento se inicia la multiplicación de la semilla por
parte de los agricultores –Monsanto
no registró en
Argentina la patente de la semilla de
soja RR–.
El cultivo de soja
RR, que cubría menos de un millón de
hectáreas en 1996, pasa a 9 millones de hectáreas en 2001 y
en la misma proporción crece la multiplicación y venta de la
semilla, a través de la llamada “bolsa blanca”. Mediante el
contrabando, la semilla se expande a
Brasil,
Paraguay
y Bolivia,
países donde los transgénicos estaban prohibidos. Frente a
ello, Monsanto permanece en silencio y mira para otro lado.
Con la soja transgénica ya impuesta en
Argentina y
en plena expansión en el resto de la región,
Monsanto
decide en 2001 que llegó el momento de amenazar a los
agricultores por el uso “ilegal” de su semilla y reclamarle
al gobierno argentino que haga cumplir la ley. ¡Menudo
problema hacer cumplir una ley inexistente!
Pasando de las amenazas a la acción,
Monsanto
comienza el año 2004 anunciando que se retira del mercado de
la soja en Argentina,
dado que el mismo no le resulta rentable debido a la
proliferación de semillas “ilegales”. Aclara que no pretende
“presionar al gobierno” y manifiesta su intención de
dedicarse al maíz y al sorgo. En una solicitada publicada en
la prensa, la compañía declara su enojo y reclama que: “Sólo
el 18 por ciento de los 14 millones de hectáreas que se
cultivaron en Argentina durante el ciclo 2003/04, fue
sembrado con semillas certificadas y vendida en el mercado
legal”.
Casi simultáneamente a las declaraciones de
Monsanto
y por pura casualidad –dado que el gobierno no debe, ni
puede, sentirse presionado– el secretario de Agricultura,
Ganadería, Pesca y Alimentos, Miguel Campos, informa que se
está estudiando una ley para crear un Fondo de Compensación
Tecnológica. El mencionado proyecto de ley, que recibió el
rechazo masivo de las organizaciones de los productores (que
en las elecciones manejan votos) nunca llegó a ingresar
formalmente al Congreso. Debido a ello,
Monsanto
decide recurrir a los piquetes, anunciando que para percibir
los royalties por el gen
RR
introducido en la soja (no patentado en Argentina) procederá
a cobrar los mismos en los puertos de destino donde la
patente esté vigente.
La soja se ha convertido en el grano de mayor
producción del país, superando los 30 millones de toneladas
anuales. En 2004 la soja aportó 10.000 millones de dólares a
las exportaciones argentinas, de los cuales el Estado se
quedó con 2.000 millones por concepto de retenciones. Por
eso al gobierno le preocupa el inicio de acciones legales
por parte de
Monsanto en
Europa
contra importadores de la oleaginosa y productos derivados
de origen argentino. Solamente en el transcurso del
corriente mes de mayo se detuvieron cuatro embarques de
harina de soja (producto del que Argentina es el mayor
exportador mundial) en España y dos en Holanda, lo mismo
había ocurrido anteriormente en Inglaterra y Dinamarca.
No es de extrañar entonces la preocupación y
enojo del secretario de Agricultura de la Nación. Ambas
cosas las descargó en una reciente conferencia de prensa,
que resultó esclarecedora de la forma cómo se manejan
asuntos que tienen que ver con la alimentación de la gente .
En la misma, dijo Miguel Campos que el mecanismo exigido por
la empresa Monsanto
para cobrar regalías por la soja transgénica argentina es
“extorsivo e inaceptable porque en un país serio el pago de
derechos debe encauzarse por las vías institucionales”.
Puntualizando que: “La extorsión pasa por plantear que si no
acepto la pretensión de
Monsanto
estoy contra la biotecnología. A las innovaciones
tecnológicas en semillas hay que pagarlas, pero dentro de un
sistema legal e institucional”. Más adelante se sintió
obligado a que “no soy anti
Monsanto, ni
empleado de Monsanto,
como se dijo cuando aprobamos, semanas atrás, la producción
y comercialización en el país del maíz RR de la empresa”. Ya
en pleno embalaje no pudo contenerse y agregó: “Monsanto
no vino a hacer beneficencia a la Argentina. Reconocemos la
importancia de su inversión, pero también obtuvo beneficios.
Cobró y cobra regalías por las ventas de las semillas con su
gen RR sin tener la patente reconocida en el país y facturó
unos 175 millones de dólares en glifosato –principal
componente del herbicida Roundup– usado en la oleaginosa”.
Ya en plena incontinencia verbal reconoció que “Argentina
asumió el riesgo de producir transgénicos cuando eran
cuestionados en los principales mercados del mundo y
acompañó a Estados Unidos en su presentación ante la OMC
(Organización Mundial del Comercio) contra la Unión Europea
por la moratoria a los transgénicos”. “Eso no beneficia a
los semilleros argentinos sino a
Monsanto y a las empresas estadounidenses” concluyó,
desaprovechando una buena oportunidad de callarse la boca.
La historia, más allá de los piquetes de
Monsanto y
la complicidad de los gobiernos de turno, deja como moraleja
que para bailar el tango se necesitan dos.
Enildo
Iglesias
© Rel-Uita
19 de mayo de 2006 |
|
|
|
Volver
a Portada
|