La
transnacional Monsanto introdujo semilla de soja transgénica
de contrabando en todo Brasil, con la complicidad de las
autoridades gubernamentales. Ahora que la cosecha revienta
los silos,
Monsanto pide los royalties. Algo así como que los
ladrones
cobraran IVA al vender lo que robaron.
-¿Cuáles son las razones del conflicto
actual entre algunos productores de soja del Sur brasileño y
la transnacional Monsanto?
-Esto es algo que ya habíamos pronosticado:
algunas cooperativas de agricultores están percibiendo que
Monsanto
y ninguna otra empresa tienen mecanismos para recaudar
directamente sus royalties. Por eso
Monsanto
necesita las estructuras existentes tales como cooperativas,
asociaciones, sindicatos, y gremios de agricultores para
poder hacer la cobranza.
Monsanto quiere recibir 0,20 dólares por cada bolsa de
soja recibida en los centros de acopio, ahí se descuenta ese
porcentaje de lo que recibirá el productor. Quiere decir que
son las organizaciones de los productores las que brindan
ese servicio a Monsanto. En la realidad ese mecanismo es muy diabólico,
porque no se sabe a ciencia cierta qué porcentaje de la soja
que se produce es transgénico, ni qué porcentaje del
contenido de cada bolsa no lo es. Si es un 80% transgénico,
la recaudadora estará cobrando un 20% de más. Las
cooperativas y asociaciones no tiene medios para saber
cuánto es transgénico y cuánto no, qué bolsa es transgénica
y cuál no lo es. Si acaso se quisiera hacer el trabajo de
forma honesta, como debería ser, estará obligada a comprar
los kits que vende la propia
Monsanto
para hacer los análisis y saber cuál es y cuál no. Pero eso
es un costo suplementario, un servicio en forma de
equipamiento que estará vendiendo la
Monsanto que
garantiza de esta manera su participación en el esquema de
comercialización de la soja. Sin este kit para
identificación no hay garantías. El interés de
Monsanto no
es el cobro de más o menos royalties, lo que quiere es
participar, estar dentro para ir avanzando hacia el control
total.
-¿Cuál fue el incidente que desató la
polémica?
-Ocurrió que una cooperativa del Noroeste de Rio
Grande del Sur consiguió una orden judicial que la exime de
pagar los royalties. Si
Monsanto es
actualmente la única productora de esa semilla tiene
asegurado su negocio, su comercialización, pero si
observamos que ella también monopoliza la venta del
herbicida, puede sumar la venta del químico con la de la
semilla más la certificación final, en realidad tiene un
grupo de servicios imbricados en la producción de soja.
Entonces algunos agricultores empiezan a darse cuenta de que
en este negocio su rentabilidad depende del clima, pero la
parte de Monsanto
es cada vez más segura porque no participa en la producción
sino en la comercialización y en los servicios agregados.
Ahora cobran royalty por la tecnología, y después será por
otra y por otra cosa de manera encadenada hasta llegar al
mecanismo de los grandes supermercados, donde para poder
poner sus productos en las góndolas los proveedores deben
pagar un “peaje” bajo forma de registro que a menudo alcanza
varias decenas de miles de dólares. Esto está creando mucha
polémica ahora.
-¿Con qué argumentos la justicia afirma
que los agricultores no deben pagar?
-Nunca estuvo permitido que
Monsanto
vendiera su tecnología a los agricultores de Río Grande del
Sur, por tanto no puede exigir cobrar sobre lo que no podía
comercializar. Además, esta semilla fue contrabandeada desde
Argentina y aún hoy es ilegal. Inclusive la ley 11.092
aprobada por Lula hace poco tiempo establece que para cobrar
los royalties, las empresas deben mostrar una nota fiscal de
la venta de la semillas, y como la venta no estaba
autorizada hasta ahora, mal se puede reclamar regalías.
Monsanto
nunca reconoció que hizo contrabando de semillas, pero todo
el mundo sabe que así fue. Cuando
Monsanto
mandó traer ilegalmente semillas de Argentina, desconoció al
Estado nacional porque reconoce solamente su tecnología, su
producto y la existencia de un mercado. El nuevo orden
comercial mundial implica que ningún Estado puede regular la
libertad comercial de las transnacionales. El poder del
lobby es tan claro que el embajador estadounidense en Brasil
se sintió libre de aconsejar públicamente al Parlamento que
no incluyera ese artículo en la ley porque perjudicaría a
Monsanto.
Si daña a Monsanto
daña al gobierno estadounidense.
-¿Cuánto dinero representarían esos
royalties?
-Hay unos 70 millones de toneladas de soja, cada
bolsa tiene 60 kilos, eso da aproximadamente unos 230
millones de dólares.
-Esto que está sucediendo se parece
bastante a lo que venimos hablando hace tres o cuatro años.
-Exactamente, y es el inicio del proceso. Dentro
de tres años seremos como Argentina: no existirá en Brasil
ni un grano de soja no transgénica. Vamos inexorablemente
por el mismo camino. Si alguien encuentra hoy una sola bolsa
de semilla de soja no transgécnica en Argentina hay que
declarar que es un milagro divino, ni siquiera el Instituto
Nacional de Tecnología Agraria, nadie tiene ni un solo
grano. La presión de las transnacionales es así, radica en
el dominio total, en la inexistencia de alternativas
independientes. Esa fue la pelea que estuvimos dando aquí, y
la gran traición del gobierno del estado de Río Grande del
Sur fue hacer de cuenta que enfrentaba al enemigo cuando en
realidad siempre lo tuvo como aliado.
-¿La penetración de Monsanto en Brasil es
entonces completa?
-Podemos decir que Brasil hoy no tiene espacio
para tener soja que no sea transgénica, esta es la gran
derrota. Por si fuese poco, el gobierno chino vino a Brasil
y exigió de las autoridades locales la garantía documental
de que la soja brasileña no hace daño a la salud. Quienes
hicieron el contrabando fueron
Monsanto y
Cargill,
el gobierno no los castigó, y ahora el propio gobierno firma
un compromiso de ese tipo. Si mañana la soja le hace daño a
los chinos, quien los deberá indemnizar no será
Monsanto
sino el pueblo brasileño porque este gobierno asumió la
responsabilidad del producto de semillas contrabandeadas. La
cosa es tan increíble que uno no alcanza a entender qué les
pasa por la cabeza a estos señores en esos momentos en que
firman. La sociedad debería estar discutiendo todo esto,
pero no lo hace. Es como si estuviésemos en Palestina y los
Monsantos quisieran crucificar a Cristo, los estadounidenses
del imperio de Bush se lavaron las manos y nosotros acá
estamos discutiendo si usamos clavos de 10 o de 20. Y
quienes intentamos crear conciencia sobre esto somos
calificados como “ideológicos”, “comunistas retrógrados”,
“socialistas perimidos”, “locos”, y ni siquiera hay un solo
estudio de los impactos de esta situación. Las cosas son tan
locas que, por ejemplo,
Monsanto
acaba de ser multada por el gobierno de Indonesia ya que le
probaron que sobornó a un ministro de Agricultura. Lejos de
retroceder, Monsanto
fundamentó en el Congreso de Estados Unidos que los
parlamentarios debían ayudarle a no pagar la multa porque
eso es inconveniente para todo el país. Estas discusiones
deberían estar ocurriendo en Davos, porque estamos hablando
de piratería, de corrupción, de sobornos, de contrabando.
Esto es juego sucio, pero la ética actual lo admite.
-La oposición a los transgénicos está
entonces debilitada.
-Muy debilitada porque los medios de comunicación
están del lado de quien paga la propaganda, las autoridades
están subordinadas al capital, los ríos están privatizados
para transportar soja, así como los puertos. No hay interés
en enfrentar esta biotecnología industrial.
No soy pesimista porque creo que la polémica
desatada ahora traerá muchos cuestionamientos, reflexiones
como estas: Cargill,
Monsanto
y Carrefour
tienen interés en que exista soja orgánica de calidad, y en
que exista soja transgénica en gran cantidad. El país que
tenga condiciones para producir soja orgánica ganará mucho
dinero, aunque por supuesto que igualmente estará bajo el
dominio de las empresas mencionadas. Lo lamentable es que
debido a la estructura de la tenencia de la tierra en Río
Grande del Sur y Santa Catarina, no tenemos la escala de
Mato Grosso del Sur, donde se ponen a trabajar en línea 40
cosechadoras en una propiedad de 1.200.000 hectáreas
plantadas de soja transgénica. Nosotros deberíamos plantar
sólo soja orgánica porque los predios son mucho más chicos.
Pero esto fue impedido y ahora tenemos esta catástrofe.
Quedaremos fuera del mercado. La OMC nos dice que no
entendemos bien el mundo actual, pero nosotros ya sabemos,
hace 500 años que lo entendemos.
Carlos Amorín
© Rel-UITA
18 de enero de 2005