Monsanto, sus OGM
y la investigación
de los biólogos
franceses
Una
bomba de fragmentación |
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Lo que diferencia experimentalmente a
este trabajo de otros anteriores es que fue realizado a lo largo de
toda la vida de las ratitas de laboratorio. |
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La mayor parte de las investigaciones
que “absolvieron” a los OGM fueron financiadas o encargadas por las
propias empresas productoras de transgénicos. |
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El lobby pro OGM sabe seducir con
regalos especiales a aquellos de quienes quiere obtener favores, y
tiene un enorme poder”… “No se privan de recurrir a cualquier cosa”. |
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A medida que pasan los días se conocen
más detalles y reacciones sobre lo que fue presentado por medios franceses como
“una bomba a fragmentación científica, sanitaria, política e industrial”: la
investigación de un grupo de biólogos que denuncia la toxicidad de las semillas
de maíz transgénico NK 603 de la transnacional Monsanto.
Para resumirla, la investigación en cuestión, desarrollada por un equipo de la
universidad francesa de Caen comandado por el biólogo molecular Gilles Eric
Seralini y publicada en la revista especializada Food and Chemical
Toxicology, encontró que unas 200 ratas de laboratorio a las que se les
suministró durante dos años (la vida entera de esos animales) distintas dosis de
maíz NK 603 y agua mezclada con glifosato marca Roundup, el herbicida más
utilizado en el mundo, también propiedad de Monsanto, presentaron en
ciertos casos tumores del tamaño de una pelota de ping pong.
Comparadas con otros cobayos testigo a los que no se los alimentó con el OGM
sino con maíz convencional, las ratas “transgenizadas” ya tenían malformaciones
graves al mes 13 de la experiencia.
En las hembras aparecieron tumores mamarios que alcanzaron hasta una cuarta
parte de su peso. En los machos, los órganos depuradores –riñones e hígado-
fueron afectados por anomalías severas con una frecuencia entre 2 y 5 veces
mayor que en los roedores no sometidos al OGM.
Las fotografías que acompañan el trabajo -publicadas en el semanario Le
Nouvel Observateur, que reveló el estudio al “gran público”- son
aterradoras.
Lo que diferencia experimentalmente a este trabajo de otros anteriores es que
fue realizado a lo largo de toda la vida de las ratitas de laboratorio, y no
únicamente de tres o cuatro meses, como fue el caso de la gran mayoría de los
estudios que tendían a demostrar la inocuidad de los OGM.
Los efectos
Un primer efecto concreto de la investigación fue la suspensión por parte de
Rusia, invocando el principio de precaución, de toda importación de semillas del
maíz NK 603.
Un segundo efecto que el gobierno socialista francés dijo que “tomaba muy en
serio” el informe y encargó a la Agencia Nacional de Seguridad Sanitaria (ANSES)
una evaluación del trabajo de Seralini y su equipo. Las conclusiones de
ese contraestudio serán conocidas el 20 de octubre.
Y un tercer efecto fue la discusión que se instaló, no solo en Francia,
sobre las relaciones, por ejemplo, entre ciencia y empresas o empresas e
instituciones estatales o científicas de contralor y evaluación, y sobre la
manera en que se desarrollan los procesos de autorización de comercialización de
un producto de consumo masivo, en este caso alimentario, pero podría haber sido
también un medicamento u otra cosa.
“Si se hubiera tratado de un medicamento su comercialización hubiera sido
inmediatamente suspendida”, apuntó el periodista Guillaume Malaurie, de
Le Nouvel Observateur.
Ataque y contraataque
Un ejército de científicos, algunos de ellos autores de estudios que van en un
sentido diametralmente opuesto al de Seralini, bombardearon en estos diez
últimos días al equipo de la universidad de Caen.
Lo criticaron, por ejemplo, por haber elegido para su experiencia una especie de
ratas con tendencia a producir tumores y porque el número de animales
integrantes de cada uno de los subgrupos en que fue organizado el trabajo era
demasiado reducido.
Joel Spiroux,
médico y codirector del estudio, respondió que en esos terrenos no hubo
diferencias entre su experiencia y la llevada a cabo por científicos pagados por
Monsanto: la especie de animales fue la misma y la cantidad de cobayos también.
Se le reprochó igualmente a Seralini y a su equipo (lo hizo la revista
Nature) haber de hecho, mentido al afirmar que el suyo era el único trabajo “a
largo plazo” sobre las consecuencias del consumo de OGM en animales.
Según Nature, ya había habido al menos 24 investigaciones de “larga duración”
que probaban la inocuidad de los transgénicos.
No es así, dijo Spiroux. Por un lado, esos estudios –que efectivamente
existieron– eran nutricionales y no toxicológicos, y, por otro, no abarcaron en
ningún caso la totalidad de la vida de los animales analizados, como sí lo hizo
la investigación liderada por Seralini, sino unos meses, cuando mucho un
par de años en el caso de cerdos que viven al menos el doble.
Además, observó Spiroux, la mayor parte de las investigaciones que
“absolvieron” a los OGM fueron financiadas o encargadas por las propias empresas
productoras de transgénicos y auditadas por organismos de contralor de una
composición al menos dudosa, al contar entre sus filas a integrantes de
universidades o laboratorios beneficiados con contribuciones, convenios,
acuerdos de cooperación con esas mismas compañías.
A
santo de qué
Lo que cuenta en cambio Le Nouvel Observateur acerca de las condiciones
de clandestinidad en que Seralini y los suyos debieron llevar a cabo su
trabajo es alucinante: desde conseguir a escondidas las semillas del maíz
transgénico en un liceo de Canadá y transportarlas de la misma forma a
Francia, hasta codificar las comunicaciones telefónicas y los e-mails entre
los miembros del equipo y mantener en secreto sus conclusiones, pasando por la
difusión de un estudio falso para despistar a eventuales “espías”.
No fue alegremente elegida esa clandestinidad -apuntó a su vez un periodista del
diario Le Monde- sino que habla del modus operandi habitual de empresas
como Monsanto.
De esa forma de actuar de la mayor empresa mundial del sector de la
biotecnología testimonió por estos días Chantal Jouanno, ministra de
Ambiente del gobierno del ex presidente francés Nicolas Sarkozy.
En 2007, poco después que París decretara una moratoria al ingreso de
transgénicos a su territorio, Jouanno recibió la “visita” del
vicepresidente de la transnacional en su despacho del Palacio del Elíseo.
“Quedé estupefacta por el tono
amenazante que empleó. Alguien que está seguro del producto que vende, responde
a quien lo critica y no actúa de esa manera”, dijo la ex ministra.
Jean-François
Le Grand,
ex senador por la UMP, el partido que llevó al poder a Sarkozy en
Francia, participa de los mismos temores que Jouanno respecto a la
metodología de Monsanto y empresas asimilables.
“El lobby pro
OGM sabe seducir con regalos especiales a aquellos de quienes quiere obtener
favores, y tiene un enorme poder”, dijo Le Grand, que en su tiempo fue
presidente de la Alta Autoridad sobre los Organismos Genéticamente Modificados.
“No se privan de recurrir a cualquier cosa”.
El político,
hoy presidente de una región francesa, tiene un recuerdo negativo de esa
experiencia: su postura contraria a los OGM provocó que sus propios compañeros
de partido le hicieran el vacío, no solo en ese organismo sino en el Senado.
Debió
renunciar al primero y rompió con su formación política después. A Seralini
lo conoce de aquella época. “Es un científico de primera, que se maneja con
extremo rigor” y llevó a cabo el estudio “que yo quería que impulsaran los
poderes públicos”, dijo a Le Nouvel Observateur.
Ojos que no ven
Lo que más le preocupa a Seralini en el “affaire OGM”, además de las
consecuencias que podrían tener sobre los humanos que los consuman, es la
ausencia de controles estatales eficaces, cuando no la connivencia entre poder
político y empresas del sector.
No hubo manera de que algún organismo público financiara los trabajos del equipo
de Caen. Y no por no haberlo intentado. Los 3,2 millones de euros que les
insumió el estudio, los biólogos debieron conseguirlos por su cuenta.
“Vamos a exigir cuentas a quienes deben rendirlas”, dijo Corinne Lepage,
ex ministra de Medio Ambiente de Francia, actual primera vicepresidenta
de la Comisión de Ambiente, Salud Pública y Seguridad Alimentaria del Parlamento
Europeo, y autora de un libro (“La vérité sur les OGM”, La verdad sobre los OGM)
que apareció el viernes 21.
Lepage integra desde hace 15
años el Criigen (Comité de Investigación y de Información Independientes sobre
Ingeniería Genética), organismo al que también pertenece Seralini y que
ofició de administrador de los 3,2 millones de euros.
“Ya no va a ser posible que los organismos públicos que hasta ahora han
exhibido una inoperancia llamativa para controlar a los OGM sigan actuando de
esa manera”, dijo por su lado Joel Spiroux.
La batalla pública que les espera a Seralini y los suyos se anuncia dura.
Por un lado, deberán seguir confrontando con colegas. Por el otro, tendrán que
hacer frente al propio lobby de las empresas semilleras, encabezadas por
Monsanto. Y en tercer lugar a las instituciones políticas nacionales y
regionales que han servido de paraguas a las anteriores.
En Bruselas, la sede de la Unión Europea, Seralini ya se enfrentó
fuertemente con la directora de la EFSA, la autoridad de seguridad
alimentaria regional,
Catherine Geslain-Lanéelle.
La jerarca dijo que el organismo que dirige acepta auditar la investigación del
biólogo pero a través del mismo comité científico que autorizó anteriormente el
maíz NK 603.
“De ninguna manera aceptaremos algo así”, se indignó Seralini.
“La intransigencia de la directora de la EFSA ilustra la posición extremadamente
delicada en que se encuentra la UE. Entre el principio de precaución que rige al
derecho europeo, las reglas del comercio internacional y las presiones de
Estados Unidos, el camino es estrecho”,
apunta el Nouvel Observateur en una nota publicada el 21 de setiembre.
¿Neutros?
La difusión del estudio de Seralini en Food and Chemical Toxicology
coincidió con la publicación de un libro (Todos cobayos, del propio biólogo), el
estreno de un documental homónimo y la edición del trabajo de Lepage.
Todos el mismo día.
Esa “sobre-exposición mediática” fue otro de los ángulos de ataque elegidos por
los detractores del científico francés, al que le reprochan una “militancia
global anti OGM” que habría tenido una expresión en su propia investigación. “Es
un estudio viciado desde su origen por la militancia de sus autores”, comentó
entre otros un biólogo español.
Seralini
no oculta esa “militancia”, así como no oculta su oposición a considerar a la
ciencia como una disciplina neutra.
“Tengo mis puntos de partida, mis posiciones, como también las tienen los
otros, los que me critican, pero soy extremadamente exigente en cuanto al rigor
de los trabajos que realizo”, tuvo que defenderse el biólogo, que en ese
plano encontró abogados incluso entre colegas que criticaron sus conclusiones.
“No hay ciencia neutra”, agregó, y tampoco tuvo problema en admitir que
efectivamente existió una “operación mediática” para hacer coincidir la difusión
masiva de su investigación y su libro con el documental y el libro de Lepage.
“Se trata efectivamente de pesar en la
opinión pública en un tema que no puede quedar reservado a la discusión y el
conocimiento exclusivo de los cenáculos científicos porque concierne al conjunto
de la sociedad.
Y en la batalla mediática, quienes
promueven a los OGM llevan muchos, pero muchos cuerpos de ventaja”.
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