Monsantolandia
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Finalmente los
septuagenarios Percy y Lousie Schmeiser, pequeños agricultores canadienses,
fueron vencidos por Monsanto. En una votación dividida de 5 a 4, la Corte
Suprema de Canadá ratificó, a favor de la compañía, la patente de una forma
genéticamente modificada del grano de colza. |
M
onsanto
ya había ganado juicios en tribunales de menor grado con el
argumento de que los
Schmeiser habían cultivado en sus campos colza genéticamente
modificada de su propiedad sin el pago de la correspondiente
licencia.
El
fallo, modificando una sentencia anterior, establece que los
Schmeiser no tienen que pagar ni un centavo a Monsanto,
lo cual no impedirá que el matrimonio vea comprometido su
futuro, dado que en el año 2002 ya llevaban invertidos en el
juicio 120 mil dólares estadounidenses, extraídos de sus
respectivos fondos de pensión. Por otra parte, esta decisión
no perjudica a Monsanto, a quien no le interesa el
cobro de una multa, pues su estrategia es que se reconozcan
sus patentes y la desaparición -por contaminación- de todas
aquellas variedades que no sean transgénicas. Como veremos a
continuación, esta estrategia está siendo exitosa desde el
momento en que en el oeste de Canadá prácticamente ya no
existe una sola plantación de colza que no se encuentre
contaminada con la variedad Roundup Ready de Monsanto.
Todo comenzó con el clásico estilo Monsanto. En 1998,
un vecino de los Schmeiser los denunció ante la compañía de
tener colza transgénica en sus tierras. Este hombre, que
había trabajado para Monsanto como vendedor, el año
anterior había plantado colza transgénica en algunas tierras
de los Schmeiser, precisamente las mismas que luego fueron
denunciadas. Lo curioso es que ningún tribunal tomó en
cuenta las evidencias de que el denunciante, debido a sus
conexiones con la compañía, habría cometido el delito de
cultivar colza transgénica antes de que ésta fuera
autorizada en 1966. Una vez más nos encontramos con la
estrategia de Monsanto de crear, como en el caso de
Brasil, “hechos consumados”
1.
Percy es un
mejorador de semillas, que cultiva colza desde hace mucho
tiempo y desarrolló semillas de la oleaginosa durante 53
años. Sus variedades fueron contaminadas por la colza
transgénica de Monsanto y no puede utilizarlas más
desde el momento en que un juez de primera instancia
dictaminó que todos los ingresos de su cosecha de 1998 vayan
a Monsanto. Incluso lo producido en dos parcelas
donde se demostró que no había colza transgénica y en otra
que ni siquiera fue analizada. La decisión del juez se basó
en que “había alguna probabilidad” de que en ellas existiera
alguna semilla transgénica de la compañía.
Con el criterio
de las probabilidades de aquel juez, es posible argumentar
que existieron otras más creíbles que no fueron tomadas en
cuenta, a saber:
a) Que
el año anterior, el vecino había sembrado colza transgénica
en una propiedad de los Schmeiser y es posible que algunas
semillas hayan permanecido -y multiplicado- en el predio.
b) Que
la propiedad de los Schmeiser es atravesada, a lo largo de
tres kilómetros, por una carretera que lleva a la planta de
tratamiento de colza, por lo que no es de descartar que la
presencia de las plantas denunciadas obedezca a semillas que
cayeron de los camiones que las transportan. Un agricultor
testificó durante el juicio que él había perdido una
cantidad de colza transgénica suficiente para sembrar 2.000
acres (809,4 hectáreas).
c) Que
la colza, a diferencia del maíz o la soja, se poliniza de
forma abierta y puede extenderse rápidamente. Además, luego
de cortada, debe ponerse a secar y una vez seca puede ser
trasladada a grandes distancias por el viento.
d) Que
algunas semillas de colza pueden permanecer inactivas en la
tierra entre cinco y diez años y cuando germinan, crece una
planta que producirá 10 mil semillas en un año.
Un razonamiento
honesto nos lleva a no descartar que algunas de las
hipótesis anteriormente señaladas pueden haber sido las
responsables de la contaminación con colza transgénica en
los campos de los Schmeiser. Máxime si tenemos en cuenta
que, como señalamos, Percy desarrolló, luego de 53 años de
labor, una variedad de colza resistente a las dos
enfermedades más comunes que afectan a esta oleaginosa en
Canadá. Variedad que ahora se ha perdido como consecuencia
de la contaminación con la colza transgénica de Monsanto.
Pero hay más. Monsanto recomienda que los cultivos de
su colza transgénica deben rotarse -por ahora- cada cuatro
años, para que no sufran los efectos de las enfermedades.
Por su parte, Percy llegó a sembrar su variedad colza
durante 10 años seguidos en la misma parcela, sin ninguna
consecuencia negativa. Actualmente nueve de cada diez
agricultores de colza en Canadá usan Roundup Ready de
Monsanto u otras variedades del grano que tolera los
herbicidas.
La decisión de
la Corte Suprema de Canadá es un nuevo paso en el intento de
convertir al Planeta en una especie de Monsantolandia,
ya que en su opinión una patente sobre un gen o una célula
es violada cuando un agricultor usa una planta o semilla que
haya incorporado inadvertidamente el material genético
patentado. Ensoberbecida, Monsanto está publicando en
los periódicos de Chiapas (México) advertencias destinadas a
los campesinos, donde se les advierte que si se les descubre
usando ilegalmente semillas transgénicas, corren el riesgo
de ser multados e incluso ir a la cárcel. De esta forma,
Monsanto ha logrado revertir la lógica y la
administración de justicia, imponiendo el aberrante
principio de que “el contaminado paga”.
Que esto ocurra
casi simultáneamente a la denuncia de que el maíz
transgénico -incluyendo el Bt de Monsanto y el
Starlink de Aventis- ha contaminado al tradicional en
154 comunidades campesinas e indígenas de nueve estados
mexicanos, parece no importar. Tampoco parecen importar las
denuncias de organizaciones indígenas y de campesinos de que
algunas compañías transnacionales, entre ellas Monsanto,
están prácticamente robando la biodiversidad y el
conocimiento milenario existente en Chiapas.
Sin embargo, en
estos aparentes triunfos que le sirven a Monsanto
para hinchar sus arcas y satisfacer a los accionistas, se
encuentra el germen de su ruina. Más temprano que tarde la
ciudadanía del mundo, antes que dudosos tribunales, se
pronunciará. “Esta sentencia de la Suprema Corte unirá a los
agricultores y a todos los que nos negamos al control
corporativo de la alimentación y la vida, y promoverá que la
sociedad civil saque el asunto de los juzgados y lo devuelva
a la calle y a las políticas públicas”, afirmó Pat Mooney,
director ejecutivo del Grupo ETC.
De todos y todas
depende que esta reacción no ocurra cuando ya sea demasiado
tarde.
Enildo Iglesias
© Rel-UITA
25 de mayo de 2004
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