Portazo al maíz transgénico |
México
cierra la puerta a la experimentación con variedades de la
gramínea genéticamente modificadas. Ambientalistas saludan
la decisión, pero científicos la lamentan
A contracorriente de lo
denunciado por activistas y para lamentación de algunos
científicos y transnacionales, México decidió vetar los
cultivos experimentales de maíz transgénico. Pero la puerta
de ingreso de esa variedad, importada a granel y sin
etiqueta, sigue abierta. México, centro de origen del maíz,
compra cada año a Estados Unidos unos seis millones de
toneladas de esa gramínea, un tercio de la cual es
transgénica. Tal variedad llega de forma eventual a los
agricultores, por lo que sus genes ya contagiaron a las
criollas, según se descubrió en 2001. Nadie sabe con certeza
si esa contaminación persiste, pero la posibilidad de que
suceda no fue eliminada, lo que alarma a organizaciones de
activistas y a algunas de agricultores que se oponen
férreamente a los transgénicos. Sin embargo, algunos
científicos la apoyan y sostienen que tales cruzamientos no
perjudican ni deben alarmar.
El 16 de este mes, el Servicio
Nacional de Sanidad, Inocuidad y Calidad Agroalimentaria de
México negó, por tercera vez desde 2005, siete solicitudes
para siembra experimental de maíz transgénico con semillas
de las trasnacionales Monsanto, Dow Agrosciences
y Pioneer. La negativa se basó en que no está
reglamentada la ley sobre bioseguridad dictada en 2003, que
no existe un acuerdo que determine las áreas geográficas en
las que se localizan los centros de origen del maíz y a que
permanece pendiente la definición del llamado Régimen
Especial de Protección del Maíz, que ordenan las normas
vigentes.
Aunque tales vacíos se arrastran
desde que las solicitudes fueron presentadas por primera
vez, personeros del gobierno dieron esperanzas de aprobación
a los peticionarios. “Finalmente prevaleció la razón y la
lógica”, señaló a Tierramérica Silvia Ribeiro, del no
gubernamental Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y
Concentración (Grupo ETC), una organización con sede en
Canadá que rechaza el uso de transgénicos en el mundo.
En contraste, el científico
mexicano Luis Herrera, quien junto a varios de sus colegas
desarrolló esa tecnología a inicios de los años 80 en
Bélgica, se mostró decepcionado. “Es cierto que el veto a la
experimentación se origina en algunos vacíos legales, pero
más allá de eso es un retroceso importante, pues impide
evaluar el impacto real y los beneficios o perjuicios del
uso del maíz transgénico, que es precisamente lo que
demandan los opositores a esos cultivos", dijo Herrera a
Tierramérica. El tema de los transgénicos es controvertido
en muchos países, por el poder que sobre esa tecnología
ejerce un puñado de transnacionales y sus posibles efectos
negativos en la salud y el ambiente, sobre lo que no hay
datos concluyentes.
En México la gramínea se
domesticó hace miles de años. Hoy sigue siendo parte
esencial de la alimentación, la cultivan 3,1 millones de
campesinos y en ciertos lugares todavía es venerada como un
producto divino. Datos de la Confederación Nacional
Campesina indican que la unos 12,5 millones de personas
están vinculadas directa o indirectamente al cultivo y
producción del maíz, lo que representa 55,2 por ciento de la
población dedicada a la agricultura en México. Según
Herrera, quien impulsa la aprobación de los cultivos
experimentales de maíz transgénico, la negativa del gobierno
mexicano perjudicará sobre todo a los agricultores locales,
que a su entender no podrán competir con sus vecinos de
Estados Unidos, que sí cultivan esas variedades.
En 2008, en el marco de los
acuerdos de libre comercio, quedarán eliminadas las cuotas y
otras barreras para el ingreso de maíz y frijol provenientes
de Estados Unidos. Esas medidas prometen generar una fuerte
resistencia de las organizaciones de agricultores. Herrera,
a quien los activistas acusan de responder a los intereses
de transnacionales biotecnológicas --lo que él niega
tajantemente--, afirmó que el maíz transgénico tiene
rendimientos elevados y que eso está comprobado en todo el
mundo, al punto que países productores como China, Estados
Unidos, India e Irán adoptaron esa tecnología. Sin embargo,
un informe de 2002 del Departamento de Agricultura de
Estados Unidos, país que ostenta más de 60 por ciento de la
producción mundial de transgénicos, precisó que el maíz
desarrollado con esa tecnología no demostró un mejor
rendimiento frente a las variedades tradicionales. Esos son
datos parciales, porque "está más que comprobado en el mundo
que, en promedio, los transgénicos ofrecen mejores
rendimientos", insistió Herrera, un doctor en biología
molecular que trabaja para el estatal, pero independiente,
Centro de Investigación y de Estudios Avanzados de México.
A las semillas transgénicas que
se encuentran en el mercado, entre ellas las del maíz, se
les incorporó material genético de otras especies para
volver al grano resistente a ciertas plagas o herbicidas, de
alta productividad y adaptable a diversas condiciones de
cultivo. Las patentes desarrolladas con propósitos
comerciales pertenecen a un puñado de transnacionales, a las
que los campesinos deben pagar por las semillas si no desean
ser demandados. Gran parte de los agricultores mexicanos
usan las semillas que extraen de sus propios cultivos de
maíz. Pero también hay quienes pagan por las llamadas
híbridas, que son mejoradas en los laboratorios mediante
cruzamientos de variedades. El veto oficial para
experimentar con semillas transgénicas no debe considerarse
definitivo, por lo que no hay que bajar la guardia,
advierten los activistas.
"Tengo la impresión de que las
transnacionales piensan que les va a ser más fácil sembrar
transgénicos con el próximo gobierno", del conservador
Felipe Calderón, que asumirá en diciembre, declaró Ribeiro,
de ETC. “A esas empresas les interesa cultivar en México,
pues si aquí, que es centro del origen, se planta maíz
transgénico, ya ningún otro país tendría muchos argumentos
para rechazarlo", sostuvo. Pese a no haber autorización para
su cultivo en México, trazos genéticos de maíz transgénico
fueron detectados en 2001 en zonas rurales. Al parecer, esa
contaminación ya no existe, pero faltan estudios que lo
corroboren. Además, permanece abierto el ingreso de
cargamentos de la gramínea desde Estados Unidos, sin que se
conozca qué parte de ellos son transgénicos. Cuál será a
largo plazo el efecto de esta variedad sobre el ambiente en
general y el maíz criollo en particular, y cuál su impacto
sobre una forma de vida y una cultura que aún giran en torno
a ese grano, son preguntas que se debaten con intensidad.
Diego Cevallos
IPS
27 de octubre de 2006
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