Monsanto declaró
a la prensa en días pasados, que la próxima
publicación del llamado régimen especial de
protección del maíz, le permitirá iniciar
experimentos con maíz transgénico.
Qué ironía histórica que tal régimen, en lugar
de proteger al maíz y sus pueblos, es otro
regalo que le hace el gobierno a las
trasnacionales que han privatizado las semillas,
llave de toda la red alimentaria y patrimonio
campesino legado a la humanidad. Para colmo:
¡producen menos!
En abril del 2008, la Universidad de Kansas
publicó un estudio que demuestra, tras analizar
la producción del cinturón cerealero de
Estados Unidos durante los últimos tres
años, que
la
productividad de los cultivos transgénicos
(soya, maíz, algodón y canola) fue menor que en
la época anterior a la introducción de
transgénicos. La soya muestra una disminución de
rendimiento de hasta 10 por ciento. La
productividad del maíz transgénico fue en varios
años menor y en algunos igual o
imperceptiblemente mayor, dando un resultado
total negativo comparado con las variedades
convencionales. También muestran menor rendimiento la canola y el algodón
transgénico tomados en períodos de varios años.
(Y en todos los casos, las semillas son más
caras que las convencionales, por lo que el
margen ganancia de los agricultores también es
menor)
Este estudio corrobora varios anteriores. En
2007, la Universidad de Nebraska encontró que la
soya transgénica de
Monsanto
producía 6 por ciento menos que la misma
variedad de la empresa en versión no transgénica
y hasta 11 por ciento menos que la mejor
variedad disponible de soya no transgénica.
Otros estudios, incluso uno del Departamento de
Agricultura de Estados Unidos en abril
2006, muestran resultados similares:
definitivamente, los transgénicos no son más
productivos.
La razón principal, explican los estudios, es
que la transgenia altera el metabolismo de las
plantas, lo que en algunos casos inhibe la
absorción de nutrientes, y en general, demanda
mayor energía para expresar características que
no son naturales de la planta, restándole
capacidad para desarrollarse plenamente.
La explicación de
Monsanto frente al estudio de la Universidad de Kansas, fue que “los
trangénicos no están diseñados para aumentar la
productividad”. (The
independent, 20/4/08)
Monsanto, Dupont-Pioneer y Syngenta, son las tres empresas más grandes del mundo en
transgénicos, y también en todo tipo de semillas
comerciales.
Monsanto
controla casi el 90 por ciento de las semillas
transgénicas, y juntas controlan el 39 por
ciento del mercado mundial de todas las
semillas, y el 44 por ciento de las semillas
bajo propiedad intelectual.
¿Por qué
entonces estas empresas -que también son dueñas
de las semillas híbridas no transgénicas
insisten en vender sus semillas que producen
menos y requieren más agroquímicos? En parte
porque son además grandes fabricantes de
agroquímicos, pero sobre todo porque todos los
transgénicos son patentados y por ello, la
contaminación se convierte en un gran negocio.
Las semillas híbridas también se cruzan con
variedades nativas. Pero son cruzas de maíz con
maíz, a diferencia de los transgénicos, donde la
cruza contamina genes de bacterias, virus o
cualquier otra especie con la que haya sido
manipulado. Pero la diferencia fundamental para
las empresas, es que con los transgénicos, la
contaminación es un delito imputable a las
víctimas.
Cualquier campesino o agricultor que sea
contaminado o que use las semillas transgénicas
que le compró a
Monsanto y las vuelva a plantar (o sea, ejerza el “derecho de los
agricultores”) usa su patente sin permiso y
cometiendo un delito por el que puede ser
demandado.
Monsanto ya cobró más de 21.500 millones de dólares por juicios
contra agricultores en Estados Unidos (Center
for Food Safety). Ahora acaba de iniciar un
juicio más agresivo, contra toda la cooperativa
de agricultores Pilot Grove Cooperative Elevator
Inc. de Missouri. Según
Monsanto, no le pagan suficientes regalías. El agricultor David
Brumback, que se autodefine como “fiel
comprador” de los transgénicos de
Monsanto
hace años, expresa su rabia y afirma que “para
Monsanto todos somos culpables”.(CBS 4 Denver, EUA, 10/7/08). Esto
les espera a los agricultores del Norte de
México, que piden maíz transgénico. Y
también a los que no lo quieren y se
contaminarán.
Una vez en el campo, la contaminación
transgénica es inevitable, es sólo cuestión de
tiempo. Las medidas que plantea el vergonzoso
“régimen de protección” que esgrimen Semarnat y
Sagarpa, no sólo son limitadas e ignorantes.
Directamente no tienen sentido, porque nunca se
repetirán en condiciones reales en los campos de
los agricultores, si se aprueba el cultivo
comercial.
Los llamados
“experimentos” son otra falacia, como la ley
Monsanto y su reglamento, para legalizarle a las
trasnacionales la contaminación generalizada y
la caza de agricultores, contra el corazón de
los pueblos y a costa del patrimonio genético
más importante de México.