Transgénicos, salud y contaminación |
Prácticamente todas las familias de un pequeño pueblo de
Mindanao, Filipinas, que viven alrededor de campos de maíz
transgénico, comenzaron a tener problemas respiratorios e
intestinales, con fiebre y reacciones en la piel, durante el
periodo de mayor cantidad de polen de maíz en el aire. El
centro de salud de la zona les dijo que era la época de
gripe y que seguramente era más contagiosa que de costumbre.
Cuatro de las familias que salieron por un tiempo a otras
zonas se curaron totalmente, pero al regresar a sus casas
volvieron a tener los síntomas. La organización civil
filipina SEARICE, que acompaña a los campesinos en proyectos
de conservación de semillas criollas, se alarmó y contactó a
Terje Traavik, director del centro científico Norwegian
Institute for Gene Ecology. Traavik, que desde hace varios
años estudia en su laboratorio los posibles efectos de los
transgénicos en la salud, viajó a Filipinas y tomó pruebas
de sangre de las familias afectadas.
El 24 de febrero de 2004, durante las negociaciones del
Protocolo de Cartagena sobre Bioseguridad en Malasia,
Traavik, junto con varios otros científicos independientes
de la industria (una especie en peligro de extinción),
presentó resultados preliminares de estos estudios. Las
muestras de sangre contenían anticuerpos IgA, IgC y IgM,
indicadores de respuesta inmunológica a la presencia de la
toxina Bt (Bacillus thuriengiensis), que es la que contiene
el maíz transgénico sembrado en los campos aledaños.
En lenguaje común: los síntomas de las familias campesinas
se deberían a alergias producidas por el polen de maíz
transgénico Bt que inhalaron en los campos.
Traavik agregó que hace años muchos científicos señalan que
existe una alta probabilidad de que los cultivos
transgénicos generen alergias. En el Reino Unido, las
alergias a la soya aumentaron en 50 por ciento luego de que
se comenzó a importar soya transgénica. Sin embargo, no se
hicieron estudios para confirmar el vínculo. En diciembre de
2003, un grupo de científicos rusos anunció que los síntomas
de alergia se habían multiplicado por tres en los recientes
tres años, y que el consumo de productos transgénicos podría
ser la causa principal. En Estados Unidos, con alto consumo
de productos transgénicos, también aumentan las alergias.
Un estudio financiado por el gobierno de Estados Unidos en
1999 reportó que agricultores que usaban Bt en aerosol como
insecticida, mostraron síntomas de sensibilidad en la piel,
y se les encontró la presencia de anticuerpos IgE y IgC,
considerados parte de una respuesta alérgica. La reacción
fue mayor cuando había mayor exposición al aerosol Bt. En
estos casos, la cantidad y el periodo de exposición al Bt
fue relativamente poco. Los cultivos Bt por otra parte,
crean un equivalente de cantidad de exposición de 10 a 100
veces mayor. Y, según el comunicado del Institute for Gene
Ecology, algunas semillas Bt multiplican esta última
proporción otras 10 a 100
veces más.
El 23 de febrero, la Unión de Científicos Preocupados de
Estados Unidos, presentó un informe que muestra que altos
porcentajes de las semillas convencionales de soya, maíz y
canola de ese país, están contaminados con ADN transgénico.
Alertan sobre el riesgo de desaparición futura de las
semillas libres de transgénicos y la amenaza de
contaminación de la cadena alimentaria con transgénicos
modificados para producir farmacéuticos y productos
industriales.
El primero de marzo, el diario The New York Times retomó con
preocupación este informe en un editorial y concluyó:
"Contaminar las variedades de cultivos tradicionales es
contaminar el reservorio genético de las plantas de las que
ha dependido la humanidad en gran parte de su historia".
Refirieron como ejemplo grave la contaminación del maíz en
México, "hogar ancestral del cultivo y sitio de la mayor
diversidad de éste".
Apremiaron a que el gobierno encare estudios amplios sobre
el tema, y agregaron: "ya es tiempo de que los cultivos
genéticamente modificados sean sometidos a un sistema de
pruebas más riguroso y coherente. La escala del experimento
en el que se ha embarcado a este país (Estados Unidos) -y
los efectos potenciales sobre el medio ambiente, la cadena
alimentaria y la pureza de las semillas tradicionales-
demanda vigilancia en la misma escala".
En la misma semana, los representantes de la Secretaría de
Agricultura de México, en el Protocolo de Bioseguridad,
apoyados por sus homólogos de Brasil, presionaban por
medidas menos restrictivas en la identificación de
transgénicos, "para no perturbar el comercio
internacional".
En ambos países se discuten leyes de bioseguridad en el
Congreso, que parecen ignorar todos estos datos y muchos más
que cada día evidencian nuevos peligros de los transgénicos.
A espaldas de los intereses de sus poblaciones, de
campesinos, indígenas, consumidores y de responsabilidad por
la enorme biodiversidad de ambos países, estas propuestas
son, sobre todo, una puerta legal para el aumento de la
proliferación transgénica. Lo que necesitamos ya no son
leyes de bioseguridad -la única seguridad que garantizan es
la de las inversiones del puñado de empresas multinacionales
que producen y comercian transgénicos.
La contaminación ya existe y por este camino será peor. Lo
que necesitamos es un no a los transgénicos de la misma
escala del experimento a que nos han sometido.
Silvia Ribeiro
Investigadora
del Grupo ETC
13 de abril de 2004
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