Hacia
el control
total de la banicultura familiar
La increíble y triste
historia de la
Sigatoka Negra y la
banana de Monsanto
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En nuestros países periféricos identificamos grandes
dificultades políticas que, en numerosas ocasiones resulta
difícil desvincularlas de la mala intención y de la
incompetencia. La cuestión de la soja transgénica y de los
transgénicos en Brasil, son ejemplos lapidarios. Convivimos
con esa situación en los últimos siete años de gobiernos
estaduales (1995-2002) en Rio Grande do Sul y completaremos
dos años con el actual gobierno nacional.
Los avances de la biología molecular no surgieron de la
noche a la mañana. Cada uno de sus pasos fue evaluado por
Estados nacionales y sus gobiernos atendiendo estrategias
políticas, militares, comerciales o financieras. Esos
avances comenzaron después de la Segunda Guerra Mundial y
los estudios con drosófilas, y después con bacteriófagos,
dieron el gran salto hacia los organismos genéticamente
modificados: un producto comercial para la estupefacción, la
fascinación y la idolatría del personal de los institutos de
investigación de las universidades, que debieron por oficio
analizar sus impactos, trascendencia y avatares. Sin
embargo, no fue eso lo que sucedió. Observamos cómo una
amplia mayoría subió a las graderías –como lo haría
cualquier hincha en un estadio– gritando contra toda y
cualquier precausión, cautela e intromisión del ámbito
político, visión de Estado o directivas de gobierno. En
muchos de ellos podemos auscultar y sentir el olor de la
corrupción.
Si preguntáramos a cualquier político o funcionario público
brasilero cuáles son los cuatro alimentos más importantes
del planeta, no tendremos una respuesta satisfactoria y el
índice de acierto será muy acotado. Pues bien, los cuatro
alimentos más importantes son: el trigo, el arroz, la leche
y la banana. Si preguntáramos a las mismas personas sobre la
producción y comercialización de la banana en el contexto
mundial, nos ganaría la insatisfacción nuevamente. La
producción de bananas es de 86 millones de toneladas/año.
Pero únicamente un 10 por ciento de esta cantidad es la que
está en manos de no más de cinco empresas transnacionales.
La banana transgénica
Europa decidió que a partir de 2008 no recibirá más bananas
con residuos de agrotóxicos. En algunos países la
investigación y prácticas agroecológicas, así como el uso de
técnicas populares de bajísimo costo, están produciendo una
fruta que no implica riesgos para la salud y el ambiente. La
respuesta de
Monsanto “urbi et orbi” fue que la
enfermedad de la Sigatoka Negra destruirá todo el cultivo de
banana, por lo cual Europa deberá aceptar la banana
transgénica. Ante esta situación no vimos un solo análisis
de los sectores responsables de las políticas públicas
nacionales. Porque aquí, en 520 mil hectáreas se producen
cerca de 6 millones de toneladas, casi en su totalidad bajo
la tutela de pequeños agricultores familiares.
Lo extraño es que un grupo de investigadores del gobierno
brasilero realizó una presentación científica en Alemania,
donde manifiesta que en 1997 detectó la presencia del hongo
Mycosphaerella fijiensis (Sigatoka Negra) en la
frontera entre Perú y Colombia. En esa oportunidad ellos
vaticinaron la imposibilidad de realizar el cambio de los
cultivos por mudas resistentes, dado que serían necesarios
diez años para tal fin. Este grupo parece desconocer las
técnicas biotecnológicas para la producción de mudas en
masa. Su recomendación fue el uso anual de 37 mil toneladas
de fungicidas y de 3 millones de litros de fungicidas
sistémicos por año. Ello implicará una erogación aproximada
de 250 millones de dólares, por supuesto sin contar los
costos ambientales y sanitarios que cuadruplican esa ya
absurda cifra. Tampoco en el informe hay una sola línea
sobre los 120 mil pequeños agricultores familiares, que
serán los grandes perjudicados.
En Brasil ya asistimos a una situación similar en el marco
de la Campaña de la Sigakota Amarrilla en los años 60, en
los estados de Río de Janeiro, Espirito Santo, São Paulo y
Bahía, cuando los pequeños agricultores fueron los grandes
perjudicados. O lo ocurrido en el estado de Paraná, cuando
se desarrolló la campaña del Cancro Cítrico, donde en lugar
de controlar la enfermedad se le dio sepultura a la
citricultura familiar en las regiones donde se ejecutó. El
uso intensivo de fungicidas e insecticidas tornó
prácticamente antieconómica su producción fuera de la escala
industrial, favoreciendo a las grandes empresas productoras
y a las transnacionales del agronegocio.
En algunos países de África y entre nosotros, el consumo de
bananas es muy alto, convirtiéndose en el principal alimento
para las poblaciones más pobres. De prosperar el proyecto de
un puñado de transnacionales biotecnológicas, otras
archiconocidas transnacionales esperan apoderarse de la
comercialización, ahora sí, del otro 90 por ciento.
En Brasil, Sebastián Pinheiro
© Rel-UITA
26 de octubre de 2004
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