Sobrepesca
El declive de las especies de pesca
Una investigación vaticina la
desaparición de las especies de pesca comerciales en
el 2048 |
La pérdida de biodiversidad en los océanos está afectando
gravemente su capacidad para producir alimento, resistir
enfermedades, filtrar contaminantes y recuperarse del
impacto de la presión pesquera o del cambio climático. Las
consecuencias son graves. Para una de ellas, la pérdida de
capacidad para producir alimento, ya hay incluso una fecha:
si la presión pesquera sigue como hasta ahora, en el año
2048 todas las especies de pesca habrán llegado a una
situación de colapso, lo que significa que su población se
habrá reducido en un 90%. Y aunque seguirán habiendo peces,
serán tan pocos que ya no será rentable salir a pescarlos.
Esta es la principal conclusión de un trabajo realizado por
un equipo internacional de biólogos y economistas que se ha
publicado en el último número de la revista
Science.
El equipo de investigadores, liderado por Boris Worm, de la
Universidad de Dalhousie (EEUU) y con la participación del
ecólogo marino español Enric Sala, del Centro de Estudios
Avanzados de Blanes del CSIC y vinculado al Scripps
Institution of Oceanography (EEUU), ha realizado el trabajo
más extenso hasta la fecha de su tipo.
El trabajo combina datos de 32 experimentos controlados,
estudios de observación de 48 áreas marinas protegidas y las
cifras globales de capturas pesqueras desde 1950 a 2003.
Esta última información proviene de la Organización de las
Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO),
cuya base de datos contempla las capturas a nivel mundial de
todos los peces e invertebrados. Por si fuera poco, los
investigadores han incorporado al análisis información que
se remonta a 1.000 años atrás de 12 regiones costeras
gracias a registros pesqueros, archivos, sedimentos y restos
arqueológicos.
Los autores han podido documentar un declive acelerado en la
pérdida de las especies costeras a lo largo de los últimos
1.000 años.
Demuestran, además, la importancia de la biodiversidad en
los mares y océanos. La pérdida de una única especie
puede afectar en cadena todo el ecosistema y, a la inversa,
la recuperación de especies añade mayor productividad y
estabilidad al ecosistema marino.
Recuperar la biodiversidad, reconoce el estudio, puede
incrementar hasta cuatro veces la productividad pesquera y
conseguir que los ecosistemas sean un 21% menos susceptibles
a las fluctuaciones causadas por los humanos y el medio
ambiente. Por ello es necesaria una gestión basada en el
ecosistema de forma integral y no tanto en especies
individuales. «Los ecosistemas marinos son como máquinas
de que han evolucionado para funcionar con todas sus piezas.
Si eliminamos algunas de ellas, el sistema no funciona bien
y no puede proporcionar todos los servicios que los humanos
obtienen de él», explica Enric Sala.
«El océano», dice Stephen Palumbi, otro de los autores, «es
un gran reciclador». Toma aguas residuales y las transforma
en nutrientes, limpia las toxinas del agua, produce alimento
y transforma el dióxido de carbono en oxígeno. «Pero para
producir todo eso», añade Palumbi, «necesita todas sus
piezas, los millones de plantas y animales que habitan en
sus aguas».
Recuperar la biodiversidad puede incrementar
hasta cuatro veces la productividad pesquera |
Una acuicultura bien gestionada
La buena
noticia del trabajo es que aún se está a tiempo de revertir
la tendencia. Una de las soluciones es la creación de
reservas marinas, apunta Enric Sala. Actualmente sólo el
1% de las aguas en España están protegidas, lo que significa
que aún hay mucho por hacer en este ámbito. Y aunque a
primera vista parezca que no se trata de una inversión
rentable, lo es. Como muestra de ello, Sala recuerda una
encuesta realizada por la revista
National Geographic
sobre los lugares turísticos más valorados del mundo. Los
más apreciados eran los mejor conservados. «Los
encuestados», recuerda este experto, «preferían ir a
Palestina que venir a España a la Costa Brava y el lugar
peor valorado era la Costa del Sol». Pero la creación de
áreas protegidas por sí sola no basta.
Otra herramienta esencial es la acuicultura, pero «bien
hecha», advierte Enric Sala. Actualmente la acuicultura se
enfrenta a muchos problemas imprevistos. Las granjas de
engorde de atún están acabando con esta especie.
Y las granjas de salmón, ubicadas en grandes jaulas en las
zonas costeras, tienen consecuencias ambientales negativas.
Por ejemplo, como los salmones no ingieren todo el alimento
que se les da, el resto quedan en el agua, lo que da pie a
la proliferación de bacterias y a la disminución del
oxígeno. Otro grave problema que deriva de las granjas de
salmones, que tienen una gran densidad de peces, son las
infestaciones de parásitos.
Como las granjas suelen estar en las costas, en las rutas
migratorias de los salmones silvestres, los parásitos acaban
afectando y diezmando la población de los salmones
silvestres. Es un efecto perverso el hecho de que la
acuicultura, que se supone creada para preservar los
recursos pesqueros, esté acabando con ellos.
En esa misma línea está otro de los impactos negativos de
estas granjas: para alimentar a los peces se pesca anguilas,
que como viven en los fondos marinos se capturan mediante
pesca de arrastre. Son bien conocidos los daños que causa
este arte, que arrastra como un arado de forma nada
selectiva todo lo que hay en el fondo marino. Se trata de un
daño de difícil recuperación y con graves consecuencias
porque se pierden poblaciones de algas y arrecifes, que son
criaderos de peces.
Las cifras del trabajo publicado son contundentes, aunque la
capturas de pesca pueden estar dando a los consumidores una
falsa imagen de abundancia. Pero es debido, de hecho, al
aumento de la presión pesquera. «Es como un limón», dice
Boris Worm, investigador principal. «Tenemos que apretar
cada vez más fuerte para extraer zumo de hasta que en algún
momento ya no podemos forzarlo más. En ese momento vamos a
estar perdiendo especies».
Cambiar
el pez grande
Se necesita un cambio de mentalidad, afirma
Enric Sala, investigador del CSIC que ha
participado en el estudio internacional
publicado por
Science.
«No podemos seguir comiendo los grandes
depredadores», añade. Las especies comerciales
más habituales son los grandes peces: bacalao,
atún, tiburones, merluzas, entre otros. «Es como
si nos estuviéramos comiendo leones«, ilustra
Sala. Los grandes depredadores marinos son
especies que tienen un gran impacto en el resto
del ecosistema y su declive tiene efectos sobre
toda la cadena alimentaria.
Además, para cultivarlos en granjas hay que
darles de comer más pescado, así que se entra en
un círculo vicioso. «Lo mejor es consumir
los que están en la parte inferior de la cadena
trófica». Ostras, mejillones o peces como la
tilopia, muy consumida en Asia. Son, además,
especies más fáciles de cultivar y los problemas
ambientales que pueden generar su cultivo son
menores. Otra de las vías que ayudaría a
recuperar la biodiversidad es, apunta Sala,
reducir la capacidad pesquera y eliminar los
subsidios a la pesca. Es necesario, concluye,
una gestión integral que tenga en cuenta la
relación entre las especies. «Si no cambiamos de
forma fundamental para gestionar todas las
especies marinas juntas, como un ecosistema,
este siglo será el último de la pesca
silvestre», aseguran los autores del estudio.
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Mercè
Fernández
Tomado de
consumaseguridad.com
8 de noviembre de 2006
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