Terminator: hacia la bioesclavitud |
A
finales de los años 90, el gobierno de Estados Unidos
desarrolló, con la compañía semillera Delta & Pine Land, la
tecnología transgénica Terminator para producir semillas
estériles en la segunda generación. Las semillas "suicidas"
no tienen ningún sentido salvo para las empresas: el
objetivo es impedir que los agricultores reproduzcan su
semilla, obligándolos a comprar nuevas para cada ciclo de
siembra.
No
pudieron imponer la tecnología al mercado, porque es tan
evidente que es nociva y dirigida exclusivamente al lucro de
unas pocas empresas, que desde el comienzo desató fuerte
reacción mundial. La condena se manifestó rápida y
enérgicamente desde el mundo campesino y organizaciones de
la sociedad civil hasta investigadores agrícolas, académicos
y organismos de Naciones Unidas.
En 2000,
el Convenio de Diversidad Biológica (CDB) de Naciones Unidas
llamó a los gobiernos a no permitir la experimentación y
comercialización de la tecnología Terminator, estableciendo
una moratoria de facto a escala global. Brasil e India ya
han prohibido el uso de esta tecnología en sus países.
Ahora
las trasnacionales están en una lucha a muerte para romper
la moratoria y lavar la imagen de la tecnología
suicida-homicida. El próximo campo de batalla es la octava
conferencia de las partes del CDB, que se realizará en
Curitiba, Brasil, del 13 al 31 de marzo.
Para la
mayoría de los agricultores, cosechar y volver a utilizar
las semillas en la próxima siembra es algo tan obvio y vital
como respirar. Inclusive quienes compran semillas en el
mercado, híbridas o comerciales, reproducen sus propias
semillas cuando el tipo de cultivo se los permite sin
alterar significativamente los rendimientos. En muchos
países, como Brasil, existe la costumbre entre pequeños
agricultores de comprar semillas y cruzarlas con sus propias
variedades criollas para conseguir cambios que los
favorezcan. Más de mil 400 millones de campesinos en el
mundo basan su sustento en la reutilización de sus semillas
y el intercambio con sus vecinos.
Este
hecho tan obvio es un hito en la historia de la humanidad:
marcó el origen de la agricultura, modificando
civilizaciones, culturas y paisajes, siendo hasta hoy la
base de la alimentación de todos. Todos los cultivos que
comemos actualmente fueron desarrollados por campesinos
–principalmente campesinas– a partir de ancestros
silvestres, en un proceso colectivo y descentralizado de más
de 10 mil años. Fueron adaptando miles de cultivos a
innumerables situaciones geográficas, climáticas,
culturales, religiosas, estéticas, gustativas, creando
enorme biodiversidad agrícola. Tarea por esencia familiar,
comunitaria y colectiva, que se basa en el libre flujo de
semillas, saberes y "crianzas mutuas", al decir andino.
Criando los cultivos se crían las personas que crían los
cultivos.
Esta
monumental herencia histórica de los campesinos para bien de
toda la humanidad está amenazada gravemente por la ambición
brutal de las trasnacionales. En la última década, 10
empresas han pasado a controlar 49 por ciento del comercio
mundial de semillas. Las tres mayores (Monsanto,
Dupont-Pioneer y Syngenta) controlan 32 por
ciento del mercado global de semillas y 33 por ciento de las
ventas mundiales de agrotóxicos. Junto a Delta & Pine
tienen 86 por ciento de las patentes sobre variantes de la
tecnología Terminator y dominan la investigación agrícola
industrial global. Si logran romper la moratoria, será
cuestión de poco tiempo antes de que toda la investigación y
la producción de semillas pasen a incorporar la tecnología
asesina.
El 27 de
enero pasado, en una reunión preparatoria del CBD realizada
en Granada, España, las trasnacionales, mediante maniobras
de los gobiernos de Australia, Canadá, Nueva Zelanda y
Estados Unidos, lograron clavar una cuña mortal en el
contenido de la moratoria: colocaron como texto base para la
decisión final en Curitiba que las Tecnologías de
Restricción del Uso Genético (nombre usado en Naciones
Unidas, que incluye la tecnología Terminator) pueden ser
aprobadas "caso por caso".
La
formulación es una trampa. "Caso por caso" en la realidad de
las leyes Monsanto no es más que una cuestión de tiempo para
que las empresas consigan lo que buscan: primero
transgénicos, luego Terminator.
En el
CBD, de un llamado a moratoria total a la comercialización y
experimentación a escala global, se pasa a que se podría
aprobar "caso por caso". Sería como si en las leyes, en
lugar de condenar la violación, dijeran que se puede aprobar
"caso por caso". Si algo es indeseable e inmoral, no existe
ningún "caso" que lo transforme. Lamentablemente, no
sorprende que la delegación oficial mexicana en Granada
tuviera instrucciones escritas de apoyar la posición de
"caso por caso". Sería interesante saber quién "los
instruyó", pero de cualquier manera es un atentado a la
soberanía alimentaria del país.
Luego de
años de anunciar que Terminator es para proteger sus
patentes y monopolios, ahora las empresas inventaron que es
para la "bioseguridad", porque, aunque las semillas se
crucen, no contaminarían. Esto es otra falacia, ya que
Terminator es una construcción genética de reacción en
cadena, y si no se le aplica un detonante químico, las
plantas podrían cruzarse por varias generaciones, sin que
nadie lo advierta, hasta que una fumigación las active y
devaste los campos. Si estuvieran "activadas", las plantas
Terminator se cruzarán con los campos vecinos y con
parientes silvestres, volviéndolos estériles.
No
existen "casos" en que Terminator no sea una tecnología
asesina. El único camino es fortalecer la moratoria,
convirtiéndola en una prohibición de esa tecnología a escala
global y nacional.
Silvia Ribeiro *
3 de marzo de 2006
*
Investigadora del Grupo ETC.
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