El Ministro de Agricultura de Uruguay, Ernesto
Agazzi, reconoció públicamente que el país
se encamina a admitir la “coexistencia” entre
cultivos con semillas genéticamente modificadas
(transgénicos) y la agricultura tradicional. De
esta manera, se pondría fin al período de
moratoria establecido para la habilitación de
nuevos eventos transgénicos además de las
variedades de maíz y soja (que debería continuar
hasta el 29 de julio de 2008), aunque el proceso
de discusión comunitaria y pública sobre la
conveniencia de abrir el mercado de semillas a
variedades patentadas por grandes corporaciones,
naufragó tempranamente.
Precisamente, las principales organizaciones
sociales vinculadas al tema se retiraron del
Comité Nacional de Coordinación (CNC),
órgano de seguimiento del “Proyecto Desarrollo
del Marco Nacional de Bioseguridad”, en
funcionamiento desde mediados de 2005 y que tuvo
como objetivo determinar la legislación a
aplicarse sobre transgénicos.
Sin embargo, en declaraciones al programa
televisivo “Agro TV” el pasado miércoles 7 de
mayo que emite la señal oficial (Televisión
Nacional de Uruguay, TNU) el jerarca reconoció
que Uruguay ha valorizado su producción
de arroz en el mercado europeo precisamente por
no admitir variedades transgénicas de este
cereal.
Adelantando lo que será la inminente decisión del
gobierno uruguayo en torno al tema, Agazzi
dijo: “Va a haber una coexistencia de sistemas
agrícolas que utilicen transgénicos siempre y
cuando esos transgénicos no tengan impactos
negativos sobre el ambiente, sobre la salud
humana o sobre la biodiversidad”.
En la actualidad, son tres las variedades de
semillas modificadas genéticamente disponibles
en Uruguay: la soja RR, el maíz Mon 810 y
el maíz Bt 11. La soja RR es una variedad
modificada genéticamente con el propósito de
hacerla resistente al herbicida genérico
glifosato. Es producida por la transnacional de
origen estadounidense
Monsanto,
la mayor productora de semillas transgénicas del
mundo, y fue introducida oficialmente a
Uruguay en 1999. El maíz Mon 810 tiene una
modificación genética que lo torna resistente a
los ataques de insectos y también es producido
por
Monsanto
y fue permitido en Uruguay en 2003.
Por su parte, el Bt 11 es resistente también a
algunos insectos plaga, está permitido en
nuestro país desde 2004 y la empresa que lo
produce es la suiza
Syngenta,
otra de las grandes trasnacionales de los
transgénicos.
Sojización e impacto
En la actualidad prácticamente la totalidad de la
soja cultivada en Uruguay es de origen
transgénico. Respecto al abrumador avance de
esta oleaginosa hasta convertirse en el cultivo
“vedette”, así como respecto a sus impactos
ambientales y sociales, acaba de editarse el
trabajo “La nueva colonización. La soja
transgénica en Uruguay”, editado por
RAP-AL Uruguay (Red de Acción en Plaguicidas
y sus alternativas para América Latina).
En el mismo se señala que “el avance de la soja,
con 366.535 hectáreas sembradas en la zafra
2006/07 determina que hoy en día este cultivo
represente más de la mitad del área agrícola
nacional”.
Uruguay noveno en el ranking
Pese a su pequeñez -o quizá por ella- el
Uruguay cuenta con orgullo extremo al haber
obtenido varias copas mundiales en su deporte
favorito, el fútbol. Un juego que forma parte
del ser nacional uruguayo en tanto ha hecho
conocer al país sudamericano en el mundo mucho
antes de la era global, como así también ha sido
una válvula de escape en épocas de dictadura y
liberticidio. De ahí la espesa gran nostalgia
que pesa sobre los orientales al recordar
glorias pasadas y deméritos presentes, como por
ejemplo que el país ocupa el noveno lugar en el
ranking mundial de cultivo de transgénicos con
medio millón de hectáreas destinadas a ese fin.
Estos datos aparecen en el informe “El uso
creciente de plaguicidas” de Amigos de la Tierra
Internacional. Hoy en día son 23 los países que
plantan transgénicos en la actualidad, de un
total de 238 Estados existentes en el mundo.
REDES-Amigos de la Tierra lamenta que Uruguay
lidere la producción de transgénicos y alerta
sobre los riesgos ambientales y sociales, y la
amenaza a nuestra soberanía alimentaria, que
generan las más de 500 000 hectáreas con esos
cultivos, a partir de semillas elaboradas por
corporaciones transnacionales.
El informe expuso que la implantación de cultivos
transgénicos provocó un aumento del uso de
agrotóxicos en los países en que más se los ha
producido. Agregó que esos cultivos no sirven
para combatir el hambre y la pobreza y que no
tienen mayor productividad que las variedades
convencionales. Además, la utilización de
transgénicos ha conducido al desplazamiento de
pequeños agricultores y a una mayor
concentración de la tierra en pocas manos.
La coexistencia no es posible
Al respecto, Radio Mundo Real entrevistó a
María Selva Ortiz, integrante de REDES-AT
quien precisamente argumentó acerca de la
imposibilidad de una “coexistencia” entre
cultivos transgénicos y tradicionales.
Asimismo, la activista explicó por qué razón tanto REDES-AT
como otras organizaciones decidieron abandonar
el CNC, señalando que en dicho organismo
no se tuvo en cuenta la posición ampliamente
mayoritaria en contra de los transgénicos por
parte de los productores rurales uruguayos,
reflejada en una encuesta de opinión.