Mucha gente no
sabe que el aumento de la producción a través de
variedades de cultivos de alto rendimiento
(semillas "mejoradas" o híbridos) conlleva la
disminución de nutrientes, vitaminas y proteínas
en los alimentos producidos.
Es un efecto conocido desde hace décadas por agrónomos e
investigadores agrícolas llamado "efecto
dilución". El incremento drástico del
rendimiento de los cultivos por hectárea basado
en semillas híbridas, uso de fertilizantes
sintéticos e irrigación eleva el volumen de
materia cosechada, pero es menos nutritivo,
principalmente porque la misma cantidad de
nutrientes se diluyen en mayor cantidad de
hojas, granos o frutos.
Un artículo reciente de Donald R. Davis (Declining
fruit and vegetable composition. What´s the
evidence?, HortScience, vol. 44/1, febrero
2009) analiza varios estudios anteriores sobre
el tema. Concluye que tanto en el caso de los
granos como en el de hortalizas y frutas se
registra una disminución de nutrientes, paralelo
al aumento de producción por hectárea.
En el caso de
hortalizas hay disminución de calcio y cobre de
17 hasta 80 por ciento, junto a la disminución
de otros nutrientes, como hierro, manganeso,
zinc y potasio. Un estudio del año 2004 que
midió la cantidad de proteínas y cinco vitaminas
(A, C y tres del complejo B) sobre 43 hortalizas
encontró disminución también de estos elementos:
hasta 6 por ciento en proteínas y de 15 a 38 por
ciento para tres de las 5 vitaminas estudiadas.
Otros análisis sobre maíz y trigo confirman la
misma tendencia.
En su revisión, Davis concluye que como la selección
de laboratorio para producir híbridos se basa en
aumentar el volumen de los granos, frutas y
hojas, compuestos mayormente de carbohidratos,
no se toma en cuenta que este incremento
focalizado implica la dilución de "docenas de
otros nutrientes y fitoquímicos". No es un
factor despreciable: la Organización para la
Agricultura y la Alimentación de Naciones Unidas
(FAO) denomina esta creciente falta de
micronutrientes en los alimentos "el hambre
oculta".
Según este
organismo, mil millones de personas sufren
deficiencia de hierro, factor asociado en los
países pobres al 20 por ciento de los casos de
muerte durante el embarazo y la maternidad.
También en esos países uno de cada tres
menores de cinco años sufren retardo de
crecimiento por falta de micronutrientes, y 40
millones de personas sufren problemas de visión
o ceguera por falta de vitamina A, entre otros ejemplos. Por otra parte, mil millones de personas consumen
demasiadas calorías y son obesas.
La "revolución verde", basada en aumentar el rendimiento de
pocos cultivos, promover la uniformización de
los campos con semillas híbridas, mecanización y
uso intensivo de agrotóxicos produjo más volumen
de comida, pero menos variada y que cada vez
alimenta menos. Al mismo tiempo favoreció la
concentración del comercio agroalimentario en
una veintena de corporaciones trasnacionales que
monopolizan desde las semillas y los agrotóxicos
hasta la distribución y procesamiento de los
alimentos.
Además de ser
menos nutritivos, esos alimentos contienen cada
vez mayor cantidad de residuos de agrotóxicos y
químicos,
debido a su industrialización y empaque.
Son un
generador "silencioso" pero continuo y
omnipresente de enfermedades, que van del
aumento significativo de alergias a efectos más
graves como problemas neurológicos,
malformaciones de nacimiento, debilitamiento
inmune, infertilidad y cáncer. De paso, los
agrotóxicos y fertilizantes sintéticos destruyen
los suelos y contaminan las aguas.
El cúmulo de este desarrollo enfermo y enfermante son los
cultivos transgénicos. Además de basarse en
híbridos –a los que se les introduce materiales
genéticos de virus, bacterias y especies con las
que nunca se cruzarían en la naturaleza–, son
resistentes a varios agrotóxicos, por lo que su
aplicación masiva deja residuos de esos venenos
hasta 200 veces mayores que sus similares
convencionales también cultivados con químicos.
A los efectos de los agrotóxicos, los transgénicos suman
nuevos impactos por el hecho mismo de la
manipulación a la que son sometidos. Por ello,
la Asociación Americana de Medicina Ambiental se
pronunció en mayo de 2009 exhortando a sus
miembros, pacientes y público en general a
evitar el consumo de transgénicos.
Obviando estas realidades, muchos gobiernos y organismos
internacionales se hacen eco del discurso de las
trasnacionales de los agronegocios y nos dicen
que se necesita producir mayores volúmenes de
alimentos con más agricultura industrial y
transgénica para "resolver" el hambre en el
mundo. Digamos: comer mal, pero comer algo. Sin
embargo, tampoco eso sucede. Aunque cada vez se
producen mayores cantidades de alimentos,
paralelamente aumenta el número de hambrientos y
desnutridos. Más cantidad no significa que llega
a los que lo necesitan. Por el contrario, debido
a que los alimentos se transforman cada vez más
en mercancías en manos de empresas, cada vez hay
más pobres y hambrientos que no pueden pagarlos.
La solución
real está justamente en lo contrario: que la
producción de alimentos sea local y
diversificada, en manos de campesinos y
agricultores de pequeña escala que usan semillas
locales y brindan alimentos sanos y nutritivos, que no sólo se alimentan a sí mismos, sus familias y
comunidades (la mitad de la población mundial),
sino que también producen la mayor parte de los
alimentos que se consumen dentro de sus países.
Al no cegarse con la alta producción de un solo
cultivo y no usar agrotóxicos favorecen la
cosecha de muchas otras variedades en conjunto
con cada cultivo, fuente de muchos otros
nutrientes.
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