Un modelo en rojo
Mientras se
anuncian multimillonarias inversiones
extranjeras, que crearían numerosas fuentes de
trabajo y "moverían" la economía nacional,
diversos grupos destacan el saldo negativo que
presenta el modelo forestal. |
En el año 2000, según el último censo agropecuario,
los bosques artificiales llegaban a las 660 mil hectáreas.
Hasta entonces el crecimiento anual del área plantada
oscilaba entre las 50 mil y las 80 mil hectáreas. Pero ese
ritmo supuestamente creció luego, debido al aumento de la
protección estatal, al desarrollo de servicios e
infraestructura, y al incremento de inversiones y compra de
tierras para forestar, sobre todo por parte de capitales
extranjeros, por todo lo cual se estima que la superficie
forestada actual superaría el millón de hectáreas, más del 6
por ciento de las tierras aprovechables del país.
Uno de los centenares
de menores
de edad que trabajan
clandestinamente
en los plantíos
forestales |
De acuerdo a la Dirección Forestal del Ministerio de
Ganadería, Agricultura y Pesca, ya en 2002 sólo la
superficie subsidiada superaba las 625 mil hectáreas -unas
150 mil más de las que había registrado el censo de 2000-, a
lo cual hay que sumar los emprendimientos sin subsidio
estatal, que cuatro años atrás alcanzaban las 190 mil
hectáreas y que representaban entonces el 28 por ciento del
total forestado. De ahí que si las proporciones se hubiesen
mantenido constantes, para 2002 el área forestada habría
alcanzado las 870 mil hectáreas y superado fácilmente el
millón en el corriente año.
Los organismos internacionales y el gobierno han
difundido profusamente la idea de que la forestación es una
buena opción de "desarrollo" para Uruguay, y los
monocultivos forestales se han extendido en vastas zonas del
país, incluso en algunos casos en terrenos aptos para la
agricultura o la ganadería, excediendo las previsiones
originales del llamado plan forestal.
Hoy, un predio declarado de prioridad forestal accede
al derecho de cobrar el subsidio y obtener los demás
beneficios otorgados por el Estado: 50 por ciento del costo
ficto de la forestación; crédito preferencial -tasa Libor
más 2 por ciento- del Banco República hasta por el cien por
ciento del costo de la plantación con una gracia por diez
años para capital e intereses; exoneración de tributos
nacionales y municipales, aun de aquellos a crearse, y
fuerte respaldo en obras de infraestructura (redes
ferroviaria y vial, puentes, puertos).
MÁS DE 500
MILLONES DE DÓLARES EN SUBSIDIOS
Entre 1988 y 2000 el Estado aportó a los
emprendimientos forestales 69,4 millones de dólares en
subsidios directos, 55,8 millones en impuestos no pagados,
55 millones en créditos blandos y 234,1 millones en obras
vinculadas al sector, según un estudio realizado por el
economista Joaquín Etchevers, miembro del Grupo de Apoyo
Parlamentario (GAP) del Frente Amplio. Un total de 414,3
millones de dólares que desde entonces se incrementaron año
tras año, superando sobradamente los 500 millones.
Algunos de esos subsidios no se han pagado y por eso
los empresarios sostienen que el Estado les adeuda unos 30
millones de dólares. El gobierno dice que sólo debe 17
millones y anunció que cancelará la deuda mediante la
enajenación de algunas de sus propiedades. Cuando en medio
de una crisis socioeconómica brutal los presupuestos
nacionales le niegan vintenes a sectores más necesitados,
continuar priorizando a un sector altamente privilegiado
desde hace 16 años se presta a una fuerte polémica.
¿Cuáles han sido los beneficios de semejante esfuerzo
pagado por los uruguayos y quiénes se han beneficiado de
tales prebendas? Ni siquiera buena parte de los inversores
privados uruguayos que pusieron dinero para los
emprendimientos colectivos fomentados por los fondos
forestales han podido recuperar la inversión, como se ha
visto tras el concordato de Paso Alto (véase nota aparte).
Sí han ganado las grandes empresas forestales extranjeras
asentadas en suelo nacional y unos pocos empresarios
locales.
INVERSIONES POCO
CONFIABLES
Entre las razones que llevaron a los gobiernos
posdictadura a impulsar el modelo forestal debieron pesar,
sin duda, las presiones de organismos como el Banco Mundial
y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) para forestar
con destino a la industria papelera internacional. Unos 16
años atrás, cuando se aprobó la ley de promoción forestal,
el precio de la tonelada de madera pulpable rondaba los 60
dólares y la demanda internacional era apreciable.
La tala indiscriminada y el consumo de bosques nativos
en todo el planeta provocaban una deforestación acelerada -a
razón de 15 millones de hectáreas por año, cantidad
equivalente al 90 por ciento del territorio nacional- con
consecuencias predeciblemente pésimas para el mundo todo.
Era necesario sustituir a los bosques tropicales como fuente
de madera pulpable para la fabricación de papel y cartón,
aunque la demanda de la producción papelera no fuera la
única causa del daño. Uruguay, con poca población campesina
y abundante tierra apta subutilizada, era un lugar ideal
para implantar el modelo forestal. Se esperaron entonces
muchos beneficios y no se previeron -o se ocultaron
deliberadamente- los perjuicios probables.
Dormitorios utilizados por los trabajadores
forestales en las plantaciones |
Es típico que en el mercado hortícola nacional, en
determinado momento, la cebolla se ponga cara. Al año
siguiente todos plantan cebolla. Consecuencia: la cebolla
está tan barata que su precio no alcanza para pagar ni los
costos de plantación. A la cosecha siguiente nadie planta
cebolla y su precio sube hasta el punto que se hace
necesario importarla. Lo mismo ocurre a veces con otras
hortalizas. Las bajas y alzas de los precios en esos rubros
son cíclicas y el horticultor y el consumidor las soportan,
en parte con diversificación y en parte con resignación.
Algunos creen que tales sobresaltos en la producción y el
mercado se evitarían si la producción se planificara y no se
dejara el precio librado a los vaivenes de la oferta y la
demanda. Ahora bien, si se eligen pinos o eucaliptos en
lugar de cebolla, y se pierde con los precios del mercado,
entonces no hay marcha atrás. Porque el gobierno apostó
exclusivamente al mercado internacional y no previó ni
planificó alternativas, y porque la forestación tiene
retorno recién a los siete años, como mínimo, y en ese lapso
pueden cambiar muchas cosas, como efectivamente sucedió: la
presión de los organismos internacionales surtió efecto y en
muchos países del Tercer Mundo surgieron grandes
plantaciones monoespecíficas. Muchos de esos nuevos
productores ingresaron al mercado internacional, la oferta
creció, la demanda se contrajo, los precios internacionales
bajaron a menos de la mitad. Al mismo tiempo, a las crisis
regionales y locales se sumó la del petróleo, que triplicó
los precios de los fletes, lo que redujo aun más los
márgenes de rentabilidad. Cuando los plantadores uruguayos
comenzaron a cosechar para vender al exterior cayeron en la
cuenta de que aquella rentabilidad fabulosa prometida en los
años noventa se había reducido a casi nada. Actualmente el
precio internacional de la tonelada pulpable oscila entre
los 23 y los 28 dólares. El Fondo Forestal de la Cámara de
Industrias (CIU) sigue sosteniendo desde su página web, al
igual que otros fondos similares, que la inversión forestal
"es la más segura, rentable y confiable". Pero algunos
inversores están ansiosos por vender sus árboles pues saben
que, con suerte, podrán recuperar al menos una tercera parte
del capital invertido.
UN CAMIÓN CADA
CINCO MINUTOS
Sin embargo, no todos los inversores están ansiosos,
pues nadie podría soportar más plantaciones ni cortes
mayores, aunque todavía reste sin forestar algo más del 13
por ciento de país declarado forestable. De acuerdo con una
investigación realizada en 2000 por el ingeniero Carlos
Pérez Arrarte1
la movilización de la cosecha en el territorio y las
operaciones de exportación a ultramar "desarrollarán una
gran presión sobre la infraestructura física del país (...).
En el año 2003 se cosecharán 6,6 millones de toneladas, para
360 días significa que se deberán desplazar a las terminales
cada día 18.333 toneladas; suponiendo camiones de 30
toneladas de carga neta (45 bruta), significa 611 camiones
por día, o unos 25 camiones por hora las 24 horas. Si la
mitad se embarca por Montevideo -hipótesis probable-
implicaría un camión llegando a la ciudad cada cinco
minutos, las 24 horas al día, los 360 días del año". Así no
hay carretera ni ciudad ni país que aguante.
Los agrotóxicos se
manipulan sin ninguna
protección para
los seres humanos
y para el
ambiente |
Puesto que la venta al exterior, salvo en determinadas
condiciones, ya no es tan rentable como se preveía, la
instalación de plantas celulósicas parece ser una buena
solución para muchos cultivadores forestales, pues
significaría un gran ahorro en fletes, entre otros supuestos
beneficios. Entre el 70 y el 80 por ciento de los
monocultivos locales se han orientado a la producción de
madera pulpable, en cuyo caso la corta oscila entre el
séptimo y el décimo año, mientras que la producción
orientada a madera sólida demanda un crecimiento de 15 años
como mínimo y puede llegar a los 20 y hasta los 25 años en
algunos casos.
Ocurre que la instalación de las plantas de celulosa
es fuertemente cuestionada por organizaciones
ambientalistas, grupos de agricultores y organizaciones
sindicales y vecinales.
¿MÁS EMPLEO O MÁS
DESEMPLEO?
En materia de empleo la realidad y las perspectivas
que ofrece la industria forestal uruguaya son deplorables.
Según el censo agropecuario de 2000 el sector ocupa a menos
de 3 mil trabajadores permanentes: 2.962 para ser exactos.
En el momento del censo el área forestada era de 660 mil
hectáreas. Un trabajador cada 222 hectáreas. Las peores
previsiones para el complejo forestal hablaban de un
trabajador cada 100, que era el promedio agropecuario en ese
momento. Ni siquiera lo peor se cumplió.
El censo registró 157.009 trabajadores en el medio
rural. Los trabajadores forestales representan apenas el
1,88 por ciento de esa cifra, mientras que la superficie
cultivada era superior al 4 por ciento del total cultivable.
El censo utiliza como unidad de medida comparativa la
cantidad de trabajadores ocupados cada mil hectáreas. La
forestación ocupa el último lugar en la tabla de posiciones
en todo el país, con cuatro trabajadores. Le siguen la
ganadería vacuna extensiva, con seis, el arroz, con ocho, y
la ganadería ovina, con nueve. En la otra punta se ubican la
avicultura (211), la viticultura (165), la horticultura
(133) y la suinocultura (128). Se estima que el personal
zafral contratado anualmente en la industria oscila entre 5
mil y 7 mil trabajadores, pero la cifra es muy variable y
difícil de determinar debido al alto nivel de desregulación
e informalidad. Además de escaso, el empleo forestal es muy
mal remunerado y se trabaja en pésimas condiciones (véase
nota aparte). Las cifras son ilustrativas: el desplazamiento
de otras actividades agropecuarias, incluso hasta la
tradicional ganadería extensiva, en favor de la forestación
no sólo no ha mejorado la oferta de empleo sino que ha
provocado la pérdida neta de puestos de trabajo. La famosa
promesa de que la inversión forestal significaría más empleo
resultó desmentida por la realidad de campos monoclonados y
semidesérticos.
DE PUEBLO FLORIDO
A PUEBLO SECO
Una reciente investigación del especialista Víctor
Bachetta (véase recuadro) en las zonas forestadas de los
departamentos de Paysandú y Tacuarembó mostró que muchas
poblaciones subsistentes en el complejo agropecuario han
debido emigrar o simplemente han desaparecido ante el avance
de los monocultivos forestales. En algunos casos por la
falta de trabajo, en otros por la creciente infertilización
de la pradera que vuelve imposible la agricultura y el
pastoreo.
No es la Edad Media, es
una cocina
para trabajadores
forestales |
Las plantaciones forestales resecan los suelos, los
dejan sin agua, los vuelven infértiles, los granjeros se ven
obligados a abandonar las tierras donde ya no pueden
cultivar. Esto les ocurrió o les está ocurriendo a los
pobladores de localidades como Cerro Alegre, camino Sadam,
ruta 14, paraje Pense (en Soriano), Piedras Coloradas, Las
Flores, Pueblo Seco, Celestino, arroyo San Francisco, arroyo
Valdez, Arroyo Negro, Colonia 19 de Abril (Paysandú), Rincón
de Zamora, Cerro del Arbolito (Tacuarembó) y seguramente
esté ocurriendo en un sinnúmero de localidades aledañas o
enmarcadas en zonas de foresta artificial que no han sido
aún estudiadas bajo esta perspectiva. Lo cierto es que el
campo se viste de árboles monoclonados y se despuebla de
gente. La emigración del campo a la ciudad dejar de ser
amenaza y se transforma en una realidad tan dura como los
troncos que empujan al desarraigo.
Simultáneamente, la crisis provocada por la baja
rentabilidad presiona a los pequeños y medianos inversores
forestales a vender sus propiedades, que son adquiridas por
las grandes empresas extranjeras. Se opera entonces en el
sector un doble proceso: concentración de la tierra y
extranjerización.
Por si todo esto fuera poco tampoco se cumplió la
promesa del ingreso de grandes divisas para el país gracias
a la forestación. En 2000 las exportaciones forestales
sumaron 109 millones de dólares, apenas 2,86 por ciento del
total, que ese año trepó a los 3.805 millones de dólares. En
2003, pese al sostenido aumento de las plantaciones y del
impresionante apoyo estatal al sector, las exportaciones
forestales apenas sumaron 5 millones más a la cifra
alcanzada en el año censal. Y aunque el monto representa
algo más del 20 por ciento de incremento respecto del
semestre 1997-2002, en el cual las exportaciones del sector
promediaron los 80 millones de dólares, las importaciones
alcanzaron similar guarismo en el mismo rubro, en igual
período. Eso significa que el país no ganó un solo peso con
la forestación. Peor aun: perdió, y mucho.
1 Pérez Arrarte, Carlos. "Impacto de las plantaciones forestales en
Uruguay", Montevideo, revista Biodiversidad, 2000.
© Rel-UITA
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