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La tres
muertes de Vavilov |
Hoy, cuando biólogos,
ecologistas y agricultores nos alertan sobre cómo se está
destruyendo ese valioso recurso que es la diversidad
biológica o biodiversidad, prácticamente no se menciona a
Nikolai Vavilov, un científico cuyos trabajos contribuyeron
a catalogar la biodiversidad agrícola del planeta. En su
condición de científico fue asesinado tres veces.
Nikolai Ivanovich Vavilov nació
en Moscú el 16 de noviembre de 1886. En una vida
relativamente corta, 56 años, realizó innumerables aportes
teóricos y prácticos sobre el conocimiento de la
distribución geográfica, el origen y dispersión de las
plantas. En la primera mitad del siglo pasado Vavilov viajó
durante más de veinte años por los cincos continentes
recolectando semillas de plantas agrícolas, tales como maíz
silvestre y cultivado, papa, granos, forraje, frutas y todo
tipo de vegetales. Al mismo tiempo, recopilaba datos sobre
los lugares que visitaba y sobre los idiomas y culturas de
sus habitantes. Su colección de semillas llegó a ser la más
grande del mundo, con alrededor de 200 mil especímenes que
fueron almacenados y sembrados en más de 100 estaciones
experimentales en la entonces Unión Soviética.
Su primera expedición, en 1919,
lo llevó a Persia y luego a las montañas de Asia Central,
donde volvería años más tarde en tres oportunidades. En 1921
visitó Estados Unidos. Afganistán, Nuristán, el litoral de
la mar Mediterráneo, Medio Oriente -incluyendo Siria y
Palestina- y el noreste de África fueron otros de los
lugares visitados por el científico. Luego les tocó el turno
a China, Japón y Corea. Entre 1930 y 1931 volvió a Estados
Unidos, donde recolectó especímenes en los estados de
Florida y Texas y en algunas reservas indígenas. En ese
mismo viaje cruzó a México y de ahí a Guatemala. Su última
expedición la realizó entre 1932 y 1933, visitando El
Salvador, Costa Rica, Honduras, Panamá, Perú, Bolivia,
Chile, Argentina, Uruguay, Brasil, Trinidad y Cuba.
En sus viajes, Vavilov registró
que la biodiversidad agrícola estaba repartida de manera
desigual: mientras en algunos lugares sobraban plantas,
otros poco o nada tenían para ofrecer. También registró que
los lugares con más biodiversidad agrícola cuentan con
diferentes topografías, tipos de suelo y clima y que tienden
a estar rodeados de cadenas de montañas, que evitan las
invasiones de especies exóticas. También determinó que la
biodiversidad agrícola proviene en su mayoría de ocho
núcleos perfectamente identificables: China (donde se
origina la soja), India, Oriente Próximo-Asia Central,
sureste de Asia, regiones montañosas de Etiopía, México y
Centroamérica (cuna del maíz), los Andes centrales (de donde
proviene la papa) y el Mediterráneo. Aun hoy, esas áreas
geográficas se conocen como centros Vavilov, verdaderos
refugios de biodiversidad, esenciales para la alimentación
humana. Por ejemplo, independientemente de donde se cultive
papa o maíz, para ser viables necesitan de las variadísimas
cepas que se encuentran solamente en su centro de origen.
El gobierno de la recién formada
Unión Soviética, luego de la Revolución de Octubre,
reconoció la importancia de las investigaciones de Vavilov
-a partir de 1925 dirigió el Instituto de Botánica Aplicada
y Nuevos Cultivos de San Petersburgo- también lo hizo el
gobierno de Estados Unidos, al punto que en su segundo viaje
a ese país se crea la primera instancia de cooperación
científica entre Washington y Moscú.
La primera
muerte de Vavilov
Tan valorada era la colección de
semillas de Vavilov, que algunos de sus colegas prefirieron
morir de hambre durante el sitio de Leningrado por las
tropas de la Alemania nazi, antes que comerse las semillas
almacenadas en la estación experimental situada en las
afueras de la ciudad. Pero Vavilov no pudo ayudar a proteger
su colección, pues para esa época estaba preso en Siberia.
¿Qué había pasado?
Un seudocientífico llamado
Trofim Denissovich Lysenko (1898-1976) argumentaba que el
estudio de la genética era una ciencia burguesa que buscaba
darle justificación biológica a las diferencias de clase, y
que aplicando el materialismo dialéctico, era posible llegar
al triunfo de la ciencia proletaria sobre la ciencia
burguesa. La influencia de Lysenko sobre la política agraria
soviética se extendió desde 1929 a 1948. Mientras Vavilov
procedía de una familia acomodada, Lysenko era hijo de un
campesino ucraniano, lo cual, para los dirigentes
bolcheviques, lo colocaba en un sitial privilegiado.
1936 marca el inicio de una
campaña oficial de propaganda a favor del “lysenkismo”.
Bujarin deja de ser director del Instituto de la Ciencia y
la Tecnología, y luego es expulsado de la Academia de
Ciencias, condenado y ejecutado. Varios biólogos comunistas
son arrestados y el Congreso Internacional de Genética, que
debía reunirse en Moscú en 1937, fue cancelado y los
genetistas denunciados como “saboteadores trotskistas”. En
1938, Lisenko es designado presidente de la Academia de
Ciencias Agrícolas. En 1940 Vavilov es condenado a muerte,
luego se le conmutó la pena a cadena perpetua y fue
deportado a Siberia... fue su primera muerte civil.
Físicamente murió en 1943.
Aquel período negro instaurado
por Stalin -responsable de la muerte de Vavilov-, donde
entre otras cosas el Partido dirigía la ciencia, motivó que
durante la llamada Guerra Fría se gastaran miles de millones
de dólares para combatir la ³tiranía comunista² y exaltar la
democracia estadounidense. Hoy, 64 años después, más de
medio centenar de científicos estadounidenses -entre ellos
20 premios Nobel- firmaron un comunicado en el que acusan al
gobierno del presidente George Bush de distorsionar
sistemáticamente los hechos científicos al servicio de sus
objetivos políticos internos e internacionales en las áreas
del medio ambiente, la sanidad, la investigación biomédica y
las armas nucleares. Ello demostró dos cosas: que aquellos
periodistas que compararon a Bush con Hitler estaban
equivocados, ya que el estilo de gobernar de Bush es igual
al de Stalin; y que la muerte de Vavilov y la Guerra Fría no
sirvieron de nada.
La segunda
muerte
El triunfo de Lysenko encerraba
su propia desgracia. Se había ganado la confianza de Stalin
-a quien enviaba sus artículos científicos para que éste los
corrigiera- y dentro del culto a la personalidad elaboró el
“Gran Plan Stalin de Transformaciones de la Naturaleza” en
el cual, entre otras cosas, prometía cambiar el clima de la
URSS con la forestación de millones de hectáreas; también
prometió resolver el problema del bajo rendimiento del trigo
con una variedad que bautizó “trigo en rama Stalin”. Nada de
eso se concretó y no tenía excusas, los “saboteadores” ya no
existían. Con la llegada de Nikita Jruschov al poder la
estrella de Lysenko se apagó silenciosamente, ya que nunca
se efectuó una crítica pública sobre sus innumerables
fracasos, ni tampoco sobre los del Partido.
Mientras Vavilov recorría los
campos del mundo en busca de las claves del origen de la
diversidad agrícola, Henry A.Wallace, un mejorador de
semillas estadounidense (más tarde Secretario de Agricultura
de su país) promovió un enfoque totalmente novedoso para su
oficio: una técnica para crear variedades de maíz con
productividad excepcional. El enfoque de Wallace suponía
realizar complicados cruces entre linajes afines al maíz,
para tomar ventaja de un fenómeno genético conocido como
“vigor híbrido”, por el cual la primera generación de un
cruce tiende a obtener mejores rendimientos que sus
antecesores. Wallace también registró que los rasgos del
alto rendimiento no eran estables. El cultivo de semillas de
estos híbridos daría resultados decepcionantes, por lo que
los agricultores que quisieran usar el sistema tendrían que
comprar año tras año las nuevas semillas, pues la
hibridación es incompatible con la antigua práctica de
guardar y replantar una parte de la cosecha del último año.
La visión empresarial de Wallace
lo llevó a constituir la empresa Hi-Bred Corn Company, luego
convertida en nuestra conocida Pioneer Hi-Bred -hoy filial
de DuPont- una de las mayores empresas productoras de
semillas del mundo. Los cambios fueron fenomenales. En 1930
todo el maíz plantado (y los otros cultivos) procedía de
variedades tradicionales; 35 años después, el 95 por ciento
del maíz cultivado en Estados Unidos procedía de variedades
híbridas. Muchas otras cosas cambiaron en esos 35 años. El
trabajo humano (y animal) fue sustituido por las máquinas;
las variedades híbridas, diseñadas para consumir la mayor
cantidad posible de fertilizantes, llevaron a que en ese
período el consumo de fertilizantes se multiplicara 17 veces
en Estados Unidos. Pero el mayor cambio fue la pérdida de
diversidad de cultivos. A lo largo del siglo XX más del 90
por ciento de las variedades cultivadas un siglo atrás ya no
se producían comercialmente, ni se encontraban en los bancos
de semillas.!
Esto no ocurrió solamente con
el maíz: entre las variedades de lechuga las pérdidas llegan
al 92 por ciento, de las 408 variedades de guisantes
mostradas en los catálogos de semilla de 1903, sólo quedan
25.
De los híbridos a la “Revolución
Verde” de los años 50 y 60 del siglo pasado sólo había un
paso. Sus negativas consecuencias son por demás conocidas,
pero digamos que la nueva agricultura es una especie de
guerra biológica. Bajo las condiciones de la agricultura
comercial -proclive al monocultivo y a la utilización masiva
de insumos- incluso las variedades más rigurosas no
permanecen viables por mucho tiempo. Enfrentadas a insectos
y enfermedades en rápida evolución y al aumento de la
salinización del suelo a causa de la irrigación, una
variedad comercial típica tiene una vida útil de apenas 5 a
10 años. Quiere decir que los cultivos comerciales dependen
de las infusiones genéticas regulares de las variedades
locales y tradicionales que están sustituyendo.
Así se provocó la segunda muerte
de Vavilov.
La tercera
muerte
Diez años después de la muerte
de Vavilov los biólogos Watson y Crick descubren el llamado
ADN, que contiene la información necesaria para ordenar los
aminoácidos a efectos de transmitir información de una
generación a otra. En 1973 se consigue aislar genes, es
decir, códigos concretos para proteínas específicas, para
luego actuar sobre ellos, dando nacimiento a la
biotecnología.
En 1980 se descubre cómo
transferir fragmentos de información genética de un
organismo a otro: surge la ingeniería genética. Dos años
después se crea la primer planta transgénica, una variedad
de tabaco resistente a los antibióticos. En un principio la
biotecnología se centró en la salud humana y animal -la
insulina fue uno de los primeros productos biotecnológicos
en comercializarse-. No obstante, su desarrollo más fuerte
ocurrió en la agricultura, particularmente en las semillas.
¿Cómo y por qué ocurrió esto?
Intentar responder a estas preguntas nos lleva directamente
al modo de producción y acumulación capitalista, a sus
negativas consecuencias sobre los más elementales derechos
humanos y a la tercera muerte de Vavilov.
La nueva biotecnología nació en
los laboratorios de las universidades y otras instituciones
públicas de investigación. En Estados Unidos, por ejemplo,
las investigaciones sobre biotecnología se financiaron con
dinero público en distintas universidades. Los resultados
llevaron a que se consideraran sus posibilidades comerciales
y comenzaron a instalarse pequeñas empresas, casi todas
propiedad de profesores universitarios y algunas de ellas
instaladas en los “campus”. Las posibilidades que brindaba
el nuevo mercado despertaron el apetito de las grandes
compañías de la agroquímica y la farmacéutica, que hasta
1981 no estaban interesadas en la biotecnología. En los 23
años transcurridos desde entonces, estas transnacionales
pasaron a detentar un control casi monopólico sobre la
investigación en biotecnología, en la comercialización de
organismos genéticamente modificados -especialmente
semillas- y sobre las correspondientes patentes.
Si examinamos los principales
actores en este campo, veremos que son las mismas
transnacionales que ya controlaban la industria agroquímica
y la de fármacos y las mismas que, en la década de los 70,
pasaron a controlar el sector de las semillas. Como estos
tres segmentos -agrotóxicos, fármacos y semillas-
constituyen un negocio, en el mismo se consideran costos y
rentabilidad, con las siguientes conclusiones:
* Los fármacos tienen mayor
mercado (mayor total de ventas) pero su producción es
costosa y requieren de un largo período de investigación y
desarrollo; lo mismo ocurre con su posterior aprobación.
* Los agrotóxicos tienen una
vida más larga en el mercado y requieren menos tiempo que
los medicamentos para su desarrollo. Entre otras cosas,
porque nadie los controla antes que ingresen al mercado y se
ha dado el caso de que se prohíba un agrotóxico que hacía
años que ya no se encontraba a la venta.
* En cambio, la producción de
nuevas semillas es más barata que la de los otros dos
rubros. Esto explica el interés de las transnacionales por
la biotecnología aplicada a la agricultura, especialmente si
le sumamos la irresponsabilidad con que se analizan las
posibles consecuencias para la vida animal, vegetal y el
ambiente de los transgénicos.
Para entender las consecuencias
de la biotecnología en la cadena alimentaria, es necesario
analizarlas desde el punto de vista del control monopólico
que las transnacionales detentan sobre la producción de
alimentos, que se puede dividir en cuatro fases:
1- La producción y
comercialización e insumos (maquinaria, semillas,
agrotóxicos, fertilizantes, transporte);
2- la producción agrícola
propiamente dicha;
3 - el proceso industrial de los
productos agrícolas para convertirlos en alimentos;
4- distribución (incluso
internacional) desde el productor al consumidor.
Cada una de las grandes
compañías actúa simultáneamente en cada una de estas fases.
En el sector insumos, no más de 10 transnacionales controlan
el 90 por ciento del mercado mundial de agrotóxicos. El
sector semillas se encuentra en manos de una docena de
compañías, la mayoría de ellas también fabricantes de
agrotóxicos. En el sector de los cultivos agrícolas ocurrió
además un proceso de concentración promovido por las
transnacionales, ya sea como propietarias de la tierra o a
través de contratos con los productores. El sector del
procesamiento de alimentos también está en manos de unas
pocas transnacionales, y lo mismo ocurre con la
comercialización de granos (trigo, maíz, arroz, soja), donde
cinco compañías son responsables por más de 75 por ciento
del comercio mundial.
La biotecnología, como todo
avance científico, debería estar al servicio de la humanidad
y no de un pequeño grupo de compañías que lucran con
descubrimientos efectuados con dineros públicos. Y esto es
así porque nos rige la ley del mercado -el novelista
británico Ben Elton define al mercado como algo donde la
gente gasta un dinero que no tiene en cosas que no
necesita-. En el mercado la ética no existe, ni el hambre de
los seres humanos interesa, como tampoco interesa su salud y
mucho menos el ambiente.
Las plantas transgénicas están
contaminando a las convencionales. Se acaba de denunciar que
en 154 comunidades campesinas e indígenas de nueve estados
mexicanos el maíz tradicional ha sido contaminado por el
transgénico, incluyendo el Bt de Monsanto y el Starlink de
Aventis, este último prohibido para el consumo humano por
ser alergénico.
¿Habrá una
cuarta muerte de Vavilov?
Parecería que esto nos es
posible, pues la próxima muerte sería la de la vida sobre la
tierra. Según un reciente informe de la ONU, el medio
ambiente de América Latina y el Caribe se deteriora
vertiginosamente como consecuencia de la creciente
degradación de sus componentes, entre los que se destacan
tierras agotadas, daños a la biodiversidad, bosques en
extinción y agua contaminada. Según el informe, de los 576
millones de hectáreas arables que posee la región, una gran
parte se vio drásticamente afectada por la desertificación
-notable en Argentina, Brasil, Chile, Cuba, México y Perú- y
la contaminación agroquímica que afectó a 313 millones de
hectáreas provocando pérdidas por 2.000 millones de dólares
anuales. Como puede verse, todavía la ONU no ha realizado
una evaluación sobre los daños causados por los transgénicos.
En consecuencia, el destino de
la biodiversidad -y de la vida humana sobre el planeta-
depende de la importancia que le concedamos a la agricultura
como actividad social. La biodiversidad no se mantendrá sin
comunidades rurales prósperas, que la apoyen a través de una
agricultura ecológica y por lo tanto sostenible. El problema
-y el desafío- es que se trata de algo que no depende
solamente de los campesinos. La cuestión es si todos
nosotros, como consumidores, votantes y gobernantes, estamos
dispuestos a dar los pasos y emprender las acciones
necesarias para conservar la biodiversidad y construir un
modelo agrícola sustentable.
Enildo Iglesias
© Rel-UITA
26 de febrero de 2004
Fuentes:
John
Tuxill, "La pérdida de la biodiversidad campesina".
Kirill O. Rossianov, "Lysenco
y Stalin".
ONU,
19.02.04, "Geo, América Latina y el Caribe, perspectivas del
medio ambiente 2003".
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