El Presidente de la República se mirará la mano. Pondrá sus
ojos en su piel y en sus venas y las verá latiendo antes de hacer un
gesto por largo tiempo esperado.
En los últimos días, su gobierno, señor Presidente, por fin
ha aceptado algunos de los reclamos más urgentes de los campesinos
víctimas por el Nemagón. Proyectos para la reforestación, apoyo para
los viajes de los campesinos al juicio en los Estados Unidos,
cobertura médica y plan de pensiones. Todo tiene que ser ratificado
por la Asamblea. Ayer estábamos optimistas por lo que esto
significaba. Ahora le toca a la Asamblea recoger nuestra lucha y
hacerla suya. Todos, su gobierno y la Asamblea están llegando muy
tarde. Pero seguimos esperando.
Señor Presidente, seguimos estando acá. Desde el plantón, lo
hemos visto pasar sin detenerse. Es cierto que ahora el reclamo no es
sólo para usted, pero su apoyo sería importante, y usted ha pasado de
largo. Después de mucho tiempo, ha enviado a miembros de su gobierno
para negociar. Gracias, pero todos nosotros seguimos esperando. Quien
escribe ahora está lejos, pero quiso volver sus palabras a las champas
del Nemagón para hablar de nuevo. La palabra convive con quien le
dicta la conciencia. Ya han venido muchos, y se han ido otros. Aquí
están sus nombres, son los últimos de los nuestros.
El día 26 abril: Ramón Rugada, de Chichigalpa
El día 26 abril: Catalino Méndez Coronado, de Larreynaga
El día 27 abril: Carlos Torres López, del Sauce
El día 27 abril: Juana Simona Méndez, de Chichigalpa
El día 30 abril: Victoriano Baquedano, de Chichigalpa
El día 2 de mayo: Vilma Cáceres, del Viejo
Han sido muchos más en todos estos años y en estos meses,
pero ellos eran los últimos. Desde el plantón, hace más de un mes le
pedimos con esta voz bajita, que se acercara donde están los enfermos
del Nemagón. Con nuestro afán no ha podido ni el polvo ni el camino,
ni los años ni el sudor, ni el frío, ni la muerte. Y sí tenemos
paciencia, imagínese la de nuestros muertos que ahora nos prestan la
suya para seguir sobreviviendo. La paciencia de los muertos es
infinita. Son la muestra más clara de la defensa por la dignidad de
los nicaragüenses. Hace poco usted se rodeó de una muchedumbre para
celebrar el Día Internacional de los Trabajadores. Pero no vino con
los trabajadores contaminados por el Nemagón.
Baje, y mírelos, tóquelos, señor Presidente. No nos interesa
imaginar quiénes de los que le rodean le aconsejaron no prestarles
atención a los enfermos por el Nemagón. Si usted decidiera ponerse de
parte de esos trabajadores enfermos (no importa el número) no podrá
medir lo que arriesga políticamente frente al país que protege a las
empresas que trajo esta muerte a Nicaragua. Sin embargo, usted ya no
busca la reelección, pero tampoco quiere dejar el poder hasta el
último día de su mandato. Entonces, no tiene casi nada que perder y sí
mucho que ganar. Ganarlos a ellos, a nosotros, a todo el pueblo. Todo
empezará con un pequeño gesto. Sabemos que existen dudas sobre el
baile de cifras con que juegan las intenciones de los abogados, y bajo
esa discrepancia cobijan cobardemente las empresas su responsabilidad.
Pero en el fondo, no se discute que la causa de los campesinos del
Nemagón es claramente justa, con una pureza en esa justicia ante la
que se desmorona cualquier desdén o indiferencia, o cualquier
sospecha.
Todo empezará con un pequeño gesto esperado. El señor
presidente de la República, don Enrique Bolaños, se bajará de su
automóvil y afrontará nuevamente el riesgo de verse al aire y al sol
casi sin protección. Usted se mirará la mano, de carne y hueso,
surcada de venas que laten si la aprietan, y se la ofrecerá a los
campesinos uno por uno, con la fuerza de un apretón de años de
retraso. Les mirará a los ojos, y se empezará a olvidar de todo lo
demás. La mano de un presidente entrelazada con los campesinos, con la
tierra y el corazón de Nicaragua, con las venas latiendo. No les es
dado a todos los hombres momentos donde tan claramente se demuestre lo
que son por dentro. El Presidente de Nicaragua estará a punto de bajar
a unirse a su pueblo. ¿Servirá de algo? Eso no importa. El gesto y la
lucha no es sólo por ellos, mírelos a los ojos, es por sus hijos. Y
aunque así no sea, tienen una paciencia infinita.
Se han dejado la vida en el trabajo y se la están dejando por
esto. Lo mínimo es un gesto, señor Presidente, un gesto. Mientras,
seguimos esperando.
Francisco Sancho
Más
Tomado de El Nuevo
Diario (07.05.05)
10 de mayo de 2005