Italia
Parmacrack
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Hace años, durante una
cena en una pequeña localidad francesa, me tocó estar
sentado junto a la responsable de recursos humanos de una
conocida transnacional de la alimentación. La conversación
derivó sobre las numerosas adquisiciones que por entonces
realizaba en todo el mundo Parmalat y la señora me preguntó
si yo pensaba, como se rumoreaba, que detrás de la
transnacional italiana se encontraba la mafia. Mi respuesta
fue que toda compañía transnacional tiene algunas
características mafiosas. Esta respuesta -poco diplomática,
lo admito- puso fin a la conversación durante el resto de la
cena.
Hoy Parmalat se convirtió, como
titulara un periódico italiano, en Parmacrack. Por el
agujero financiero fabricado por Calisto Tanzi, fundador y
“patrón” de Parmalat -en su momento merecedor del título de
Caballero del Trabajo, que el presidente de Italia otorga a
los empresarios destacados- desaparecieron, según las
primeras investigaciones, entre 7 mil y 10 mil millones de
euros, vale decir entre 8.500 y 12.200 millones de dólares.
Desatado el escándalo, Tanzi renunció como presidente de la
compañía y desapareció, rumoreándose que había abandonado el
país. La policía, sin duda enterada de su aversión a los
aviones -aseguraba que solamente visitaría aquellas filiales
a las que pudiera trasladarse en ferrocarril- lo buscó cerca
de Parma y lo encontró en Milán. No obstante, días antes de
que estallara el escándalo, Tanzi había estado en Ecuador.
Si bien declaró que su intención era visitar las islas
Galápagos, las autoridades sospechan que “el tesoro” de don
Calisto podría estar en ese país sudamericano. Es que el
Ecuador de hoy es un país que, por carecer de moneda propia
y utilizar el dólar, resulta ideal para facilitar el lavado
de los 800 millones de euros desviados de las arcas de
Parmalat. Tanzi fue acusado de estafa, bancarrota
fraudulenta, falsificación de balances y otros delitos que
le pueden acarrear 15 años de cárcel.
PERDIDAS
SOCIALIZADAS
Lo que se desmoronó no es poca
cosa. En 42 años, Tanzi construyó un imperio integrado por
197 fábricas en 30 países que en total ocupan 37.000
personas -4.000 de ellas en Italia- y con ventas anuales
cercanas a los 7.600 millones de euros (9.196 millones de
dólares). El 22 de diciembre, las acciones de la sociedad se
cotizaban a un precio teórico de 0,1 euros, el mínimo
admitido y equivalente prácticamente a cero. El primer
ministro italiano, Silvio Berlusconi -que de manejos
financieros turbios sabe bastante- declaró que el gobierno
socorrerá a la empresa. La decisión adoptada por el Tribunal
de Quiebras es que en primer lugar se le pague a los
ganaderos, con lo cual se pretende garantizar la continuidad
de la empresa. El gobierno también manifestó su decisión de
proteger a los trabajadores no aclaró si solamente a los
italianos o a los de los 30 países- además, claro está, a
los accionistas, especialmente a los pequeños. Una vez más
la conocida receta de privatizar las ganancias y socializar
las pérdidas, en este caso provocadas por una autoestafa.
Si bien las dos primeras medidas
anunciadas son compartibles, lo de proteger a los
accionistas es bastante discutible. A los inversionistas
-sean estos grandes, medianos o pequeños- lo único que les
interesa son los dividendos que en cada ejercicio producen
sus acciones. Con dividendos altos, los accionistas estarán
radiantes y jamás preguntarán por los métodos utilizados
para mejorar las utilidades.
Cuando Calisto Tanzi comenzaba
su aventura internacional y compraba todo lo que se le ponía
por delante, inició sus negocios en Brasil adquiriendo
numerosas industrias lácteas, fábricas de jugos, de
derivados del tomate, de bizcochos y chocolate. Las
inversiones fueron un fracaso y la empresa decidió
concentrarse en aquellos segmentos que mejor maneja: lácteos
y bebidas no alcohólicas. El ajuste fue impresionante. De
las 30 fábricas que Parmalat llegó a poseer en Brasil, en
2001 solamente quedaban 20, en 2002 eran ocho y hoy, con la
compra de Imbal, son nueve. En las asambleas de accionistas
que se realizaron durante todos esos años no se alzó, que se
sepa, ninguna voz manifestando preocupación por la pérdida
de centenares de puestos de trabajo, producto de la política
de la compañía.
El accionar de Parmalat en
Brasil tuvo, además, otras características y consecuencias.
Como se dijo anteriormente, su estrategia fue la de adquirir
pequeñas empresas de lácteos que luego cerraba para mudarse
a otra región, generando desempleo y desarticulando el
proceso productivo. Antes de la entrada de la empresa al
mercado, la producción se dividía en cuencas lecheras
regionales, con los productores abasteciendo los centros de
consumo más próximos, pero la leche “larga vida” introducida
por Parmalat y que se traslada de un estado a otro, terminó
desorganizando las cuencas lecheras. Esta política comercial
provocó la caída de los precios pagados a los productores y
significó transferir millones de dólares del sector primario
a otros eslabones de la cadena productiva. Ninguna de estas
consecuencias preocupó jamás a un accionista de la compañía.
Por ello, es que no veo ninguna razón para que se contemple
a los jugadores de un casino especulativo donde se apuesta
con el trabajo y la vida de la gente.
¿Qué pasará luego del Parmacrack?
Es una pregunta difícil de responder, pero arriesgaremos dos
hipótesis: o bien se trata de salvar -moratoria mediante- a
toda la empresa o esta es vendida -totalmente o en partes- a
alguna transnacional. En cualquiera de las dos hipótesis la
primer consecuencia será la pérdida de puestos de trabajo.
Si Parmalat, o parte de ella, es adquirida por otra
transnacional, se continuará con el proceso de concentración
iniciado hace algunas décadas. Este proceso de
concentración, como se observa actualmente en Chile, ya está
levantado rechazos. Fedeleche, la organización que
representa a los productores lecheros de ese país, ha
manifestado su preocupación por la posible fusión de Nestlé
con Soprole -filial de la neocelandesa Fonterra- de acuerdo
a lo que ya viene ocurriendo en otras partes del mundo.
Juntas, ambas empresas captarían entre el 50 y el 70 por
ciento de la recepción de leche fresca y entre el 58 y 90
por ciento del mercado, lo cual le otorgaría un poder al
que, con razón, temen los productores.
A todo esto, prácticamente pasó
desapercibido un informe elaborado conjuntamente por el
Instituto de Formación e Investigación de Naciones Unidas y
el Observatorio de las Finanzas de Suiza, dado a conocer en
la primera quincena de diciembre. El documento señala que
las 800 empresas más grandes del mundo producen el 11 por
ciento del Producto Interno Bruto (PIB) mundial, emplean a
unos 300 millones de personas (uno por ciento del total de
los trabajadores) y su capital representa casi el 60 por
ciento de los mercados de valores. Por su parte 144 países
producen el equivalente al 11 por ciento del PIB mundial y
emplean a más de mil millones de trabajadores. Un punto
destacable del informe es que entre las 800 gigantescas
empresas cuyas acciones estaban en los mercados de valores
en 2001, sólo 558 cotizaban en 1990, señalando que las
restantes son el resultado de las enormes fusiones
registradas durante la pasada década.
Como hemos visto en el caso de
Parmalat, si los accionistas no controlan el funcionamiento
de estas grandes empresas, en realidad el poder está en
manos de los gerentes que no rinden cuentas a nadie. Si el
PIB de 800 empresas equivale al de 144 países, debemos
admitir que una buena parte del mundo no está gobernada por
las personas elegidas para ello y sí por los gerentes de las
grandes corporaciones radicados fuera de los países
afectados. No es de extrañar entonces -por mucho que le pese
a mí ex compañera de cena- que la mayoría de las compañías
transnacionales practiquen impunemente algunas medidas
mafiosas, especialmente si por esos misterios del mercado,
sus acciones suben en la misma proporción en que reducen el
número de sus trabajadores. Mientras, los gobernantes miran
para otro lado, para no molestar a los cada vez más
todopoderosos representantes de la “libre empresa”.
Enildo Iglesias
©Rel-UITA
8
de enero de 2004
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