Algunas reflexiones
sobre la abortada fusión entre Nestlé y PepsiCo.
La concentración de
capital que resulta de las fusiones y adquisiciones de
empresas debería generar preocupación en dos sectores
de la ciudadanía: el de los consumidores y el de los
productores (trabajadores)
La
intensidad y escala con las que se están dando las
fusiones y adquisiciones, generan la posibilidad de
conformar monopolios privados con las conocidas
consecuencias negativas que los mismos encierran. La
justificación de las grandes compañías transnacionales
es que de esta forma logran economías de escala y un
grado tal de eficiencia, que les permiten entregar
productos y servicios de calidad a precios convenientes.
Las grandes compañías, al igual que las grandes tiendas
contribuirán, dicen, a una mejor calidad de vida para la
mayoría de los habitantes; lo que se complementaría con
productos “nacionales” (por ejemplo, alimentos) con una
excelente relación precio calidad. Una consecuencia que
las compañías no mencionan, es que cuando su tamaño
llega a un grado extremo su actuación se vuelve muy
difícil de controlar por el Estado.
Por
este motivo, cuanto más industrializados son los países
más restricciones aplican a la existencia de empresas o
conglomerados (holdings) demasiado grandes. Otra
consecuencia es la de atentar contra la competencia
-concepto que rige la economía de libre mercado
existente en nuestros países- dado que pueden fijar
precios o tarifas más altos que en un entorno
competitivo. Además, estas grandes compañías corren el
riesgo de convertirse en ineficientes debido a la
ausencia de competitividad, algo que, al carecer de
opciones, terminan pagando los consumidores. Además, su
fortaleza les permite esquilmar a proveedores y clientes
y depredar a las empresas competidoras más pequeñas.
Finalmente, es muy claro que las fusiones repercuten
negativamente en el nivel de empleo.
Lo
anterior es bastante visible hoy en día, pero, por
tratarse de compañías trasnacionales y mercados
internacionales, los procesos continúan, digamos, a un
nivel supranacional, donde los países individualmente
tienen pocas posibilidades de incidir. Es en este marco,
que empresas como Nestlé -la mayor compañía de
alimentos del mundo- anuncia que va a elevar sus
precios, sacar del mercado los productos que no le
resulten rentables y acelerar “la racionalización de su
capacidad productiva”. José López,
integrante del Directorio de Nestlé, manifestó
que la compañía trabajará para recortar algunas líneas
de productos que aparecen como menos rentables a la luz
de los mayores precios de las materias primas, pero sin
tocar ninguna de las 27 exitosas marcas que generan
ventas por más de 1.000 millones de francos suizos (832
millones de dólares). Lo cual, traducido a un idioma
entendible, significa que se reducirá el número de
fábricas con los consiguientes efectos sobre los
trabajadores. La determinación de Nestlé
significa reimpulsar el programa de racionalización
productiva que ya redujo su cantidad de plantas de
alimentos en todo el mundo de 500 a 481 y que no se
detendrá hasta llegar a las 400, pese a que la
producción está creciendo considerablemente y también
sus utilidades.
López
también mencionó que la compañía espera un alza del
precio de los alimentos y que Nestlé se centrará
en sus marcas de renombre, alimentos saludables y
nutrición médica, que le brindan ventaja competitiva
frente a la suba de los precios de los cereales y de la
leche por la creciente demanda. Reconociendo cómo se
benefician las grandes empresas y se perjudican
proveedores y consumidores, López afirmó que “Nestlé
puede traspasar esos costos a los consumidores”,
agregando que esto "podría provocar una inflación
moderada, que no es un mal clima para los negocios. En
cualquier caso, yo (Nestlé) puedo comprar mejor
porque soy más grande."
Con
este telón de fondo, hace unos meses PepsiCo Inc.
y Nestlé S.A. exploraron una posible fusión que
habría resultado en la creación de un gigantesco
conglomerado global de alimentos. PepsiCo tuvo la
iniciativa, pero Nestlé se resistió a la idea por
temor a que la dependencia de PepsiCo con los
snacks -como las papas fritas Frito-Lay-
destruyera su elaborada imagen de fabricante de
productos saludables y nutricionales. Imagen que la
compañía suiza promociona con el eslogan: “Good Food,
Good Life” (Buena comida, Buena vida). De todas
maneras, el anuncio de una posible fusión y su posterior
rechazo resultó un buen negocio para Nestlé que
reafirmó gratuitamente su publicitada postura contraria
a la comida basura y, obviamente, la gran perjudicada
resultó PepsiCo. De manera que la fusión de
empresas puede arrojar beneficios a pesar de que no se
concreten.
Finalmente, recordemos que Peter Brabeck asumió
como presidente ejecutivo de Nestlé hace diez
años y que desde entonces se reorganizaron las marcas
de la compañía, la que se desprendió de los productos de
menor crecimiento al tiempo que realizaba adquisiciones
millonarias en áreas de crecimiento más rápido.
Brabeck, que ya anunció su retiro, hace un mes en un
seminario para accionistas de Nestlé expuso sobre
los desafíos de la transformación de la compañía,
planteando que la misma ha pasado de ser una respetada y
confiable compañía de alimentos, a una compañía de
“alimentos, nutrición, salud y bienestar”, para
finalizar diciendo: "El curso de la compañía ya fue
fijado, ahora su gente debe percibir el trayecto que
tiene por delante". La pregunta es, ¿para cuánta de su
gente esto significa que el trayecto que tiene por
delante desemboca en el desempleo?
Beatriz Sosa
y
Enildo Iglesias
©
Rel-UITA
24 de
julio de 2007
Ilustración:
Rel-UITA