Filantropía sin vergüenza |
George Soros, especulador y
filántropo, personifica unas de las paradojas más
inquietantes en el actual sistema global que dice luchar
contra la pobreza. Soros, nunca ha creado riqueza; sin
embargo su fortuna es una de las más grandes del mundo. Sus
habilidosas artes en la especulación financiera le llevaron
a la cumbre. Entre sus víctimas, el Banco de Inglaterra, a
quien derrumbó en 1992 tras lanzar una operación de
devaluación sobre la libra esterlina. Ese mismo año, Soros
aportó 50 millones de dólares a las Naciones Unidas para que
los hiciera llegar a los habitantes de Sarajevo, afectados
por el conflicto armado. En pie de guerra contra el
mismísimo George Bush, Soros dice combatir los excesos de un
sistema del que él mismo se aprovecha para enriquecerse.
¿Cinismo? Se calcula que la Fundación Soros es una de las
organizaciones filantrópicas más importantes del mundo
financiada con recursos provenientes del capitalismo más
descarnado. Pero no es la única. Ejemplos mucho más
escandalosos se extienden por los cinco continentes.
Numerosas multinacionales, al compás de la moda solidaria y
del ‘marketing con causa’, han creado fundaciones que
limpian su conciencia –y su imagen- de los numerosos excesos
que contra el medio ambiente o los derechos humanos se
producen. Sin desmerecer la importante labor de algunas
fundaciones empresariales, se producen casos de cinismo
espectacular, donde empresas que dicen “proteger el medio
ambiente” o “combatir el hambre”, son las primeras que
llevan en su expediente los desastres más sangrantes de este
mundo.
Monsanto, la todopoderosa
multinacional de los transgénicos y las patentes, con
cientos de denuncias a sus espaldas, tiene también un brazo
filantrópico. La presidenta de la Fundación Monsanto,
Deborah Patterson, describe su misión como “un esfuerzo por
hacer el bien y ayudar a transformar vidas al mismo tiempo
que apoya la filosofía general y la misión de la compañía”.
Las organizaciones ecologistas han denunciado reiteradamente
los riesgos que constituyen el monopolio y las imposiciones
de Monsanto para la seguridad alimentaria global. De hecho,
Monsanto es uno de los ‘nombres malditos’ para las
organizaciones humanitarias.
La petrolera Chevron es otra
compañía ‘filantrópica’. Afirma que, “al mismo tiempo que
solucionar las necesidades energéticas del mundo”, su
objetivo es “ser reconocidos y admirados en todas partes por
tener la excelencia medioambiental”, y dice “encarnar esos
valores para proteger a las personas y al medio ambiente”.
Algo que contrasta radicalmente con la actuación de la
petrolera: sólo hay que acudir a las hemerotecas para ver
las constantes denuncias en su contra.
La Fundación Coca Cola, con la
que colaboran numerosas ONG, también pregona sus veleidades,
especialmente en proyectos educativos hacia la infancia (su
público objetivo y futuros consumidores de Coca Cola), para,
entre otras cosas, “realzar así la imagen de Coca Cola
como
ciudadano modelo”. En América Latina no les parecerá tan
‘modelo’ el comportamiento laboral de Coca Cola donde los
sindicatos mantienen verdaderas pugnas por defender
condiciones dignas de trabajo.
La multinacional farmacéutica
Merck Sharp & Dome también tiene su propia Fundación cuya
misión es “el fomento a la educación en la ciencia biomédica
y mejorar el cuidado de la salud, a nivel mundial”. Los
últimos dos años la fundación Merck dice haber destinado más
de 180 millones de dólares en objetivos
filantrópicos, generosidad que contrasta con el despiadado
combate legal ejercido contra ONG y gobiernos que defendían
el abaratamiento de los medicamentos para el sida. Merck
Sharp & Dome, Roche y Abbot producen estos fármacos a altos
precios, mientras en África viven más de 36 millones de
personas enfermas de sida que no pueden acceder a los
tratamientos.
Los ejemplos son innumerables...
Tampoco faltan ‘peculiares’
asociaciones que dicen actuar también de forma caritativa a
través de sus fundaciones. La Asociación Nacional del Rifle
en Estados Unidos, que defiende con vehemencia la posesión
de armas –aunque mueran al año alrededor de 30.000
estadounidenses por arma de fuego-, afirma haber donado más
de 61 millones de dólares con fines
filantrópicos “convirtiéndose en la organización caritativa
líder en América… en apoyo a los deportes de tiro”. Aquí ya
se supera el cinismo. Relacionar ‘caridad’ con el fomento de
la posesión de armas no tiene parangón. Aunque casi le
alcanza en osadía el Safari Club Internacional, formado por
45.000 socios y autodefinida como “una fraternidad de
cazadores éticos dedicada a la protección de la caza, la
conservación de la vida salvaje y la educación social”.
También tiene su Fundación consagrada, entre otras cosas, a
combatir el hambre. ¿Cómo? Motivando que sus cazadores donen
sus piezas a los comedores de beneficencia o lo que
denominan “Safari Care”, que consiste en que los cazadores
que organizan safaris en África lleven en sus aviones
‘equipaje extra’ con ayuda humanitaria. Otra de sus
actividades ‘filantrópicas’ es posibilitar los deportes de
caza a las personas discapacitadas. Sus miembros son
destacados empresarios, estrellas del espectáculo y
políticos de renombre, como George Bush padre.
Que el mundo no está para bromas
lo sabemos, ni para exaltaciones de unos ‘valores
solidarios’ que contrastan con la práctica diaria de los
supuestos filántropos. Dime de qué presumes y te diré de qué
careces. Si el compromiso de las multinacionales en la lucha
contra la pobreza y la conservación del medio ambiente fuera
real, es seguro que las heridas del mundo no serían tantas,
especialmente porque muchas son cometidas por las propias
trasnacionales. Más que fundaciones, sería de gran utilidad
que simplemente se dedicaran a fomentar la ética en sus
actuaciones particulares. Eso sí sería un gran avance. Que
la vida es más importante que sus beneficios es algo que
deberían aprender.
Marta Caravantes
Agencia de Información
Solidaria
26 de marzo de
2004
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