La bioseguridad según
Monsanto
No es novedad que la
Ley de Bioseguridad y Organismos Genéticamente Modificados se redactó a favor de
las empresas transnacionales de los transgénicos. Por eso se la conoce como Ley
Monsanto.
El 24 de marzo entró en vigor el reglamento de dicha ley,
elaborado a puertas cerradas, que retoma y empeora todos los aspectos negativos
de la ley, para facilitarle a las trasnacionales los trámites para vender sus
semillas transgénicas en el país, legalizando así la contaminación.
Como señaló Alejandro Nadal, si un agricultor sufre
daños por contaminación, no tendrá ninguna defensa para exigir reparación por
daños. Aún peor: las víctimas de la contaminación podrían ser demandadas por las
empresas por "uso indebido" de sus genes patentados, tal como ya ha ocurrido en
cientos de casos en Estados Unidos.
El reglamento establece también que las decisiones podrán ser
apeladas por las empresas, pero nunca por la gente común, por ejemplo, los
campesinos e indígenas que verán su maíz milenario contaminado. Es curioso, por
decirlo de alguna manera, que el único párrafo que nombra los posibles impactos
socioeconómicos (art 16.5.d), está referido a que las empresas pueden presentar
información adicional que será tenida en cuenta por las secretarías.
Monsanto, Syngenta o DuPont pueden alegar lo positivos que serán los cultivos
Frankenstein según su propia y particular interpretación, pero los 100 millones
de habitantes de México que podrían mostrar que los transgénicos enajenan
la soberanía alimentaria, empeoran sus condiciones de vida y contaminan sus
cultivos y alimentos no tienen derecho a apelación.
El aspecto central -y el más peligroso- del reglamento es que
se deja en manos de las propias empresas solicitantes presentar, documentar y
analizar los riesgos, impactos ambientales, a la salud, a la diversidad
biológica, e incluso la evaluación, monitoreo y control de los riesgos que
conllevarán sus cultivos transgénicos. O sea, es la parte interesada que dirá si
las semillas que nos quieren vender tendrán algún problema. Teóricamente, esto
será revisado por una comisión de expertos, pero las empresas ni siquiera tienen
que presentar la documentación de sus fuentes, solamente indicarlas. A ello se
suma que las empresas definirán qué partes de la solicitud son consideradas
"confidenciales". Esto quiere decir que ellas definen qué puede ver el público,
pero también, que lo marcado como confidencial ni siquiera se distribuirá entre
los miembros del comité evaluador, solamente lo verá una sola persona, que será
quien coordina este comité.
Es posible entonces que una sola persona, basada en las
informaciones de la parte interesada por razones de lucro, sea quien decida
sobre la experimentación con maíz transgénico en México, el centro de
origen del cultivo, producto del trabajo, sabiduría y conocimiento de millones
de personas durante más de diez mil años.
Huelga decir que los argumentos de las partes interesadas
siempre serán parciales en su propio beneficio. Por ejemplo,
Monsanto,
para lograr la aprobación de la hormona transgénica rBGH que se inyecta a las
vacas para producir más leche, reportó en la solicitud a las autoridades
regulatorias de Estados Unidos, que las vacas sufrían más enfermedades y
que tenían un aumento significativo de otra hormona, la IGF-1. Pero sus
conclusiones afirmaban que eso no tendría ningún impacto sobre la salud humana.
Informes científicos independientes posteriores mostraron lo contrario, que el
consumo de esa leche lleva a aumentos de la hormona IGF-1 en humanos, lo que
está asociado a cáncer de seno, próstata y colon. El mismo proceder tuvo
Monsanto
con experimentos con ratas de laboratorio que indicaron graves anomalías en los
órganos internos y sangre, al ser alimentadas con un tipo de maíz transgénico.
En las conclusiones presentadas a las autoridades dice que son datos
irrelevantes y que son "variaciones normales entre ratas". Estos son apenas
algunos de los casos que salieron a la luz. La verdad es que los comités de
expertos deberían pasar la vida estudiando y poder realizar estudios
independientes, para poder realmente fiscalizar los datos de las propias
empresas, cosa que obviamente no sucederá. No existen ni los recursos ni la
voluntad política para que esto ocurra.
En su lugar, lo que hay es una vergonzosa farsa leguleya para
disimular que se entrega sin condiciones la soberanía alimentaria y el
patrimonio genético más importante de México -el maíz- para que las
transnacionales de las semillas puedan aumentar sus ganancias. De ninguna manera
es el último capítulo. Con o sin reglamento, la resistencia social contra los
transgénicos continuará.
Silvia Ribeiro*
La Jornada, México
3 de marzo de 2008
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