El
imperio de Monsanto
y la
destrucción del maíz
El monopolio más marcado de
la historia del industrialismo lo tiene Monsanto con las semillas transgénicas.
Según sus propios datos, esta trasnacional estadounidense controla más de 80 por
ciento del rubro, porcentaje ampliamente mayor que el que detenta cualquier otra
empresa en su campo, sea petrolera, química o informática
Monsanto
avanza además hacia el control de todas las semillas, no sólo transgénicas. Para
ello ha comprado empresas semilleras en todo el mundo, con el fin de controlar
un sector que aunque modesto en volumen de dinero -comparado con otras
industrias-, es absolutamente imprescindible: es la llave de toda la cadena
alimentaria. Una vez que controle la mayoría de las semillas convencionales (no
transgénicas), lo único que necesitará hacer es dejar de producirlas, y a través
de una política de hechos consumados -al no existir alternativas en el mercado y
en contubernio con las escasas empresas que queden en el rubro- obligar a todos
a sembrar sus transgénicos. A unos porque no tendrán otra opción y a otros -los
campesinos que plantan sus propias semillas- a punta de contaminación, juicios y
semillas suicidas "Terminator".
Según el monitoreo de la industria que hace el
Grupo ETC, a principios de la década de 1980 existían en el mundo más de 7 mil
empresas semilleras que producían semillas para el mercado comercial. Ninguna
llegaba al uno por ciento en el mercado.
Hace algo más de una década, las empresas que
producían agrotóxicos -como Monsanto, Dow, Bayer, Dupont
y otras- comenzaron a comprar intensivamente a las semilleras. De esta forma
promovieron la venta de semillas y agrotóxicos de la compañía en paquete. El
resultado más visible de este casamiento de conveniencia fueron los
transgénicos: más de dos tercios de los transgénicos plantados son cultivos
resistentes a agrotóxicos.
En 1997, las 10 mayores empresas semilleras
habían pasado a controlar la tercera parte del mercado mundial de venta de
semillas comerciales. A 2005, las 10 más grandes tenían ya la mitad del mercado.
Actualmente, las 10 mayores poseen 55 por ciento del mercado mundial, pero entre
tres -Monsanto, Dupont y Syngenta- acaparan el 44 por
ciento. Monsanto -que en 1996 ni siquiera aparecía entre las 10 mayores-
abarca 20 por ciento del total global.
Dos de las compras más significativas de
Monsanto en los años recienes -que lo convirtieron en la semillera
industrial más grande del mundo- fueron la mexicana Seminis (ex Savia y Grupo
Pulsar) con lo que logró la mayoría del mercado mundial de semillas de frutas y
hortalizas, y la de Delta & Pine Land, la mayor empresa de
semillas de algodón y dueña de la primer patente de semillas suicidas
"Terminator".
Es evidente que avanzando por medios legales e
ilegales -desde la contaminación transgénica y los juicios por patentes que hace
contra las víctimas, hasta el soborno de funcionarios y legisladores para que le
otorguen autorizaciones y hagan leyes o reglamentos a su favor- Monsanto
pretende apoderarse del mercado mundial de semillas, o como mínimo, repartírselo
con un par de otras trasnacionales.
En camino hacia ese objetivo, Monsanto
compró hace una década la compañía Agracetus, para apoderarse de una patente
monopólica sobre toda la soya transgénica del planeta. Esta patente la acaba de
perder el 3 de mayo de 2007 en la Oficina Europea de Patentes, como consecuencia
de un litigio que duró 13 años, iniciado por el Grupo ETC junto a una coalición
de organizaciones sociales y ambientalistas, que finalmente derrotaron a esta
transnacional. Pero en ese periodo, Monsanto usó y abusó de este
monopolio para hacer juicios y amenazar desde productores a gobiernos, creando
un monopolio de facto sobre la soya, aunque ya no tenga la patente.
En este contexto, es totalmente cínico que
Monsanto, uno de los mayores contaminadores del planeta y responsable junto
a un par de otras transnacionales de la contaminación transgénica del maíz
campesino en México, anuncie que va a hacer un fondo para "proteger el
maíz nativo".
Para ello, pretende formar con algunos de los
pocos productores industriales de maíz en México, un banco de semillas
nativas. La propuesta ni siquiera es original -también Syngenta,
Dupont y otras productoras de transgénicos tienen proyectos similares de
"conservación de la biodiversidad" en otros países- ya que proviene de Croplife
International, una asociación internacional de estas empresas para defender sus
intereses en la comunidad internacional.
Monsanto
pretende así lavar su imagen de contaminador, acceder -y patentar cuando le
convenga- razas de maíz campesino que le resultan imprescindibles para seguir
desarrollando sus semillas transgénicas y por otro lado justificar la
introducción de más transgénicos y la contaminación futura.
Los industriales de la Confederación Nacional de
Productores Agrícolas de Maíz de México, que son quienes firmaron este acuerdo
con Monsanto -quién sabe a qué precio- probablemente ya ni saben qué es
el maíz nativo, porque hace tiempo son esclavos de lo que les vendan las
empresas semilleras.
Los que de verdad conocen, cuidan y siguen
plantando el maíz nativo -85 por ciento de los que producen maíz en México-
son campesinos e indígenas. Reunidos en el III Foro Nacional en Defensa del Maíz
declararon que no piensan dejar de plantar su maíz ni dejar que los dueños del
dinero y los industriales se apropien de él. Les llevan 10 mil años de
experiencia y más de 500 de resistencia.
Silvia Ribeiro*
30 de mayo de
2005
*
Investigadora Grupo ETC
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