Las agroempresas
transnacionales, las que más han lucrado con la crisis
alimentaria y están entre los principales causantes del
cambio climático, aprovechan la coyuntura para promover
agresivamente cultivos y árboles transgénicos como
solución de las crisis.
El
espectro de argumentos, falsos pero recogidos por varios
gobiernos e instituciones internacionales, incluye que
los transgénicos aumentarían la producción; que los
agrocombustibles serían más eficientes; que harán
cultivos resistentes a los efectos del cambio climático
y que los árboles transgénicos producirán celulosa (para
agrocombustibles o papel) sin competir con alimentos.
Pero estos argumentos son falsos e implican nuevos
peligros.
El
problema no es la producción de alimentos, sino el
acceso injusto a los medios para producirlos. Además,
los transgénicos producen menos que las variedades
convencionales. Varios estudios de organizaciones de la
sociedad civil e investigadores independientes (Amigos
de la Tierra, Charles Benbrook), o universitarios y
oficiales (Universidad de Kansas, Universidad de
Nebraska, Departamento de Agricultura de Estados Unidos)
muestran que la soja transgénica, principal cultivo
transgénico plantado en el mundo, produce en promedio
hasta 11 por ciento menos, y que el maíz, el algodón y
la canola -que junto a la soja son el 99 por ciento de
la producción mundial de transgénicos- producen igual o
menos. La semilla transgénica es más cara y con la
resistencia que generan en malezas e insectos, requieren
mucho más agrotóxicos.
La
promoción de cultivos “resistentes al clima” , según un
informe del Grupo ETC, oculta que las empresas de
transgénicos (Monsanto, Syngenta,
DuPont, BASF… ) han acumulado más de 530
patentes en trámite o aprobadas, sobre caracteres
genéticos de cultivos, resistentes a la sequía,
inundación, salinidad, etcétera, para producir plantas
transgénicas y monopolizar el mercado. Es un robo del
ingenio campesino (esos caracteres de los cultivos han
sido desarrollados por campesinos y campesinas en todo
el mundo), y trata de impedir que frente al cambio
climático florezcan las soluciones locales,
descentralizadas y no comerciales.
La
promoción de nuevas generaciones de agrocombustibles
(incluso árboles) para producir etanol celulósico,
seguirá compitiendo en tierra, agua y nutrientes con los
cultivos alimentarios, porque es un jugoso negocio y
está subvencionada -con dinero en el Norte y entorno y
mano de obra barata en el Sur. Pero será peor que la
primera generación: no se puede procesar la celulosa con
cierta eficiencia energética sin usar microorganismos
transgénicos, o más allá: microbios producto de la
biología sintética, construyendo desde cero parte o todo
el organismo artificialmente, con riesgos nuevos e
impredecibles.
Los
árboles transgénicos vendrán a aumentar los devastadores
monocultivos que crean desiertos verdes, resecan y
agotan los suelos en poco años, desplazan agricultores,
destruyen fauna y flora local. Además, provocarían la
peor contaminación transgénica jamás vista, al estar
contaminando con polen transgénico cientos de
kilómetros, durante toda la vida del árbol.
Las
transnacionales “ofrecen” que para contener la
contaminación y los nuevos riesgos de esos árboles y
cultivos manipulados, se puede aplicar la tecnología
Terminator, que los vuelve estériles. Terminator nunca
funcionará totalmente, como han mostrado científicos.
Sumará el problema de la esterilidad a la contaminación,
y hará que haya que comprar todos los años semillas
nuevas a las empresas.
Lo que
quieren lograr realmente con los transgénicos es
profundizar la dependencia con las transnacionales,
invadiendo espacios del mundo donde no han logrado
entrar (como África y las áreas campesinas de
todos los continentes) para destruir sus formas de vida
y sustento, pasando así a controlar las bases de la
alimentación mundiales.
Silvia Ribeiro
Tomado
de Ecoportal
24
de noviembre de 2008