WalMart es la cadena
de tiendas más grande del mundo, y ha sido también
objeto de la mayor querella legal colectiva
presentada por más de 1,6 millones de empleadas y ex
empleadas hartas de la discriminación que las relega
de puestos de mando. Para WalMart el que termina no
ha sido un año particularmente brillante.
El
año pasado el ejecutivo principal de la corporación
WalMart, H Lee Scott, ganó tan sólo de sueldo, es
decir excluidos bonos y ganancias por inversiones,
5,37 millones de dólares, lo cual equivale unas 50
mil veces a lo que WalMart paga a muchos
trabajadores en China que manufacturan los productos
baratos que han hecho a esas tiendas el sitio
favorito para compradores de bajos ingresos en
Estados Unidos y en los otros 14 países donde opera.
Ron
Galloway, productor de un documental titulado Por
qué WalMart funciona y por qué eso enfurece a alguna
gente –obviamente, defensor de la empresa–, sostiene
que “WalMart es uno de los benefactores más grandes
para los pobres porque pone a disposición de los
pobres artículos a bajos precios. El cliente
promedio de WalMart en Estados Unidos gana unos 35
mil dólares al año y se ahorra 1.700 dólares con sus
compras en WalMart”.
En
cierto sentido, es verdad: el ritmo de inflación en
Estados Unidos se ha mantenido bajo –menos del 3 por
ciento por varios años– a pesar de ataques
terroristas, aumentos de los precios del petróleo en
el mercado internacional, guerras y una recesión. Y
todo ello en gran medida porque hay un ingreso
gigantesco de productos y artículos a bajo precio,
fabricados en tierras lejanas de sueldos más bajos,
y vendidos en tiendas como WalMart, su subsidiaria
Sam’s Club, K-Mart y Target.
WalMart es la segunda corporación más grande de
Estados Unidos, después de Exxon Mobil, y la fórmula
comercial exitosa se nutre no sólo de bajos costos
de mano de obra sino de la moderación en sus
márgenes de ganancia. Mientras que una firma como
Microsoft, la gigante de software de Bill Gates,
opera con márgenes de ganancia del 45 por ciento,
WalMart tiene un lucro que oscila en torno del 3,5
por ciento.
Y
no le va mal: el año pasado, con ventas de 316 mil
millones de dólares, WalMart tuvo ganancias de
11.200 millones de dólares. En Estados Unidos la
operación de WalMart representa casi el 20 por
ciento de todo el comercio de almacén y artículos de
consumo, y es la mayor vendedora de juguetes. Las
1.092 tiendas WalMart en Estados Unidos producen el
67 por ciento de las ventas de la corporación, y
cada semana unos 100 millones de personas entran a
las tiendas WalMart en este país.
Otro 20 por ciento de las ventas proviene de
operaciones subsidiarias de 2.700 tiendas en
Argentina, Brasil, Canadá, Puerto Rico, Reino Unido,
Japón, Corea del Sur, y su participación del 51 por
ciento en Central American Retail Holding Company,
que tiene más de 360 supermercados en Guatemala, El
Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica.
MUJERES QUEJOSAS
Más
de 1,6 millones de mujeres que trabajan o han
trabajado para WalMart en Estados Unidos se han
sumado a la querella iniciada en San Francisco por
seis trabajadoras que afirman que la compañía les ha
negado igualdad de remuneraciones y de oportunidades
de promoción.
Los
hechos sustentan, al menos en buena parte, a las
reclamantes: mujeres son el 72 por ciento de todos
los trabajadores de ventas de WalMart, pero sólo un
tercio de los gerentes. Los hombres ocupan dos
tercios de todos los puestos gerenciales en las
tiendas y más del 90 por ciento de todos los puestos
más altos de gerencia regional. Los sueldos promedio
de las mujeres son unos 5 mil dólares menos al año
que los de los hombres.
La
demanda es la mayor querella colectiva presentada en
la historia de Estados Unidos, un país donde las
querellas son una práctica más popular que todos los
deportes. Para que se les certificara la causa como
válida para juicio, las demandantes tuvieron que
mostrar pruebas de sus denuncias, y de hecho
obtuvieron las planillas computarizadas de salarios
de WalMart mediante un uso inteligente y diligente
de la regla procesal de revelación de información.
Esta regla estipula que ambas partes en un caso
tienen derecho a reclamar más y más información y
documentos, y ambas están obligadas a entregarla en
la preparación del juicio.
Para las querellantes fue una tarea gigantesca que
requirió el apoyo de estadísticos y contables, pero
ya un juez aceptó la afirmación básica de que existe
una pauta demostrada de que WalMar le paga a las
mujeres menos que a los hombres que desempeñan
tareas iguales, y que además promueve muy pocas
veces a las mujeres y favorece con ascensos a los
hombres.
Además WalMart se ha convertido para los sindicatos
en el paradigma del capitalismo salvaje, el apuro
por demoler salarios, beneficios y derechos de los
trabajadores, la operación económica que rebaja el
costo de la mano de obra al mínimo, de manera que
aun un margen de ganancia del 3,5 por ciento produce
fortunas enormes.
WalMart, además, con su presencia mastodóntica que
absorbe clientes con sus precios bajos, ha tenido un
impacto letal para el comercio minorista en muchas
ciudades donde ha abierto las puertas de sus locales
gigantescos, adefesios arquitectónicos o templos de
la arquitectura utilitaria, y barata, of course.
En
Estados Unidos, donde el seguro médico obtenido por
medio del empleador es vital y donde más de 45
millones de personas carecen de seguro médico,
WalMart provee ese beneficio a menos de la mitad de
su millón de empleados. La ley laboral estipula que
se considera empleado full-time, y por lo tanto con
derecho a beneficios de seguro médico y licencia
pagada, a las personas que trabajen más de 32 horas
por semana. WalMart mantiene un ejército de
empleados que trabajan menos de 32 horas por semana
cada uno, y así se ahorra la cobertura tanto del
seguro médico como de las vacaciones pagadas.
Eso
significa que en las ciudades y estados donde
WalMart opera, los gastos médicos de sus
trabajadores, pagados con sueldos bajos y sin seguro
médico, se distribuyen a la comunidad en hospitales
y clínicas subsidiados con los impuestos. Los
empleados de WalMart figuran en el tope de las
listas de usuarios del programa Medicaid, subsidiado
por el gobierno federal, en por lo menos 16 estados,
lo cual cuesta a los contribuyentes miles de
millones de dólares cada año. La central sindical
afl-cio ha calculado que los contribuyentes pagan
cada año más de 420 mil dólares en programas de
asistencia pública por cada tienda WalMart con más
de 200 empleados, porque esos trabajadores no pueden
cubrir los gastos médicos y la alimentación de sus
hijos.
Los
empleados a tiempo completo de WalMart, en su gran
mayoría, perciben salarios básicos que dejan a
cualquier familia de cuatro miembros por debajo de
la línea de pobreza. Según la central sindical, “ha
habido cientos de miles de casos de denuncias de que
WalMart ha forzado a miles de trabajadores a laborar
‘sin reloj’”.
Recientemente WalMart aceptó el pago de 135.540
dólares para la resolución de una demanda federal
según la cual había violado las leyes sobre el
trabajo de menores cuando usó a adolescentes para
que manejaran equipos peligrosos tales como sierras
de cadena y transportadoras. Entre 1998 y 2003 ha
habido más de 300 denuncias por prácticas laborales
injustas que resultaron en un centenar de procesos
federales contra WalMart.
Por
supuesto, WalMart hace todo lo posible para que sus
trabajadores no se organicen en sindicatos. En 2005
cerró una tienda en Quebec (Canadá) antes de
permitir negociar un contrato con los trabajadores
que se organizaron gremialmente. Ni una sola tienda
en todo Estados Unidos tiene a sus empleados
organizados en sindicato.
MAL AÑO
Ironías de la vida: este año la Federación de
Sindicatos de Toda China logró que WalMart
reconociera la agremiación de sus trabajadores en
por lo menos 16 de las 60 tiendas de WalMart en ese
país.
Irónico porque ello ocurre en un país donde la
dictadura, que se dice comunista, mantiene un
control férreo sobre organizaciones sociales como
los sindicatos. Hasta ahora sólo el 26 por ciento de
las 150 mil empresas extranjeras establecidas en
China han permitido la existencia de sindicatos, que
agrupan a unos 4,3 millones de trabajadores.
Quizá el jugo que exprimen de WalMart los burócratas
chinos, no sólo con permisos de operaciones y
trámites de importación y exportación, sino ahora
con la sindicalización de los trabajadores de
WalMart, siga siendo aceptable de todos modos para
la gran madre de todos los globalizadores.
WalMart es el mayor importador individual de
productos extranjeros en Estados Unidos y su mayor
socio comercial es China. El comercio de WalMart con
China representa casi el 10 por ciento del déficit
comercial de Estados Unidos con ese país, que es a
su vez la cuarta parte de todo el déficit comercial
estadounidense, un desequilibrio que sigue creciendo
mientras los consumidores siguen recurriendo a lo
importado y barato.
Este año, además, las cuentas de WalMart tuvieron
dos componentes que no se habían visto en décadas.
Primero, a mitad de año, un estancamiento de las
ganancias. No es que la firma perdiese dinero, de
modo alguno, sino que se frenó el ritmo de
crecimiento de sus ganancias. En una economía de
especulación financiera, cuando una empresa de este
tipo no da el margen de ganancias que esperan los
accionistas, los inversionistas decepcionados venden
sus papeles y se van a inversiones más jugosas. Eso
es temible para las corporaciones.
Y
luego, en el comienzo mismo del frenesí consumista
que pasa por “fiestas de fin de año”, WalMart tuvo
una leve caída en el volumen de sus ventas. Ese
desmayo de la clientela respondió a un tropezón de
marketing y a un impacto económico al cual WalMart
ha contribuido.
Las
tiendas WalMart son edificios rectangulares que, en
Estados Unidos, van de los 3 mil a los 21 mil metros
cuadrados, con estanterías quilométricas y
amontonamiento de artículos. La clientela típica de
WalMart ha sido la población con ingresos por debajo
del promedio nacional. Más de la quinta parte de los
clientes de WalMart no tiene cuenta bancaria, eso es
dos veces más que el promedio nacional.
Una
paradoja: aunque la clientela típica de WalMart en
Estados Unidos es el sector de población más
estropeado por dos décadas de libremercadismo
ultraconservador reaganiano, el 76 por ciento de los
votantes que en 2004 concurrieron a esas tiendas
votó por George W Bush.
De
alguna manera, los manipuladores de imagen y
profesionales de la comercialización convencieron a
WalMart de que debía hacerse más atractivo a seis
grupos demográficos que, habitualmente, no concurren
a esas tiendas: los negros, los más acomodados, los
adultos que se quedan solos después de que sus hijos
van a la universidad, los hispanos, los residentes
de los suburbios con ingresos más altos, y los
residentes rurales.
Así
desde agosto comenzó una remodelación de muchos
locales de WalMart, con pasillos más anchos, más
iluminación, y la oferta de prendas de vestir y
muebles más “a la moda”. Asimismo aparecieron en
WalMart artefactos electrónicos más costosos, como
las pantallas planas de televisión, de gran tamaño,
equipos caros de sonido y video, máquinas para hacer
ejercicio en la casa, y artefactos de cocina.
El
problema es que llegó la “temporada de compras” sin
que un contingente sustancial de negros, ricos,
hispanos o residentes suburbanos se acercaran a
WalMart, mientras que los clientes tradicionales
pasaron, miraron las ofertas “más disti” y tampoco
pudieron comprarlas.
Y
aquí es donde entró el segundo factor: desde
comienzos de la década de 1970 empezó en Estados
Unidos un proceso de distanciamiento entre los
diferentes niveles de ingreso. Los ricos se hacen
cada vez más ricos, los pobres se hacen cada vez más
pobres y son más, y la clase media va bajando
lentamente en su poder adquisitivo. Este movimiento
se aceleró en los años ochenta con las políticas de
Ronald Reagan, se desaceleró pero no se detuvo
durante la bonanza de los noventa con Bill Clinton,
y se aceleró con venganza desde que George W Bush
llegó a la Casa Blanca.
WalMart ha contribuido al fenómeno: su práctica
básica es el pago de salarios bajos, la compra de
productos baratos y la venta “a las masas”. Pero si
las masas no tienen ya para comprar ni siquiera lo
barato, no hay manotazo a los más afortunados que
remplace a la clientela tradicional.
Jorge A Bañales
Tomado de Brecha
3
de enero de 2007
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