La resistible walmartización del mundo |
En los últimos años,
la transnacional del supermercadismo Wal-Mart se ha
expandido a lo largo y ancho del planeta. Su
ascenso, pautado por procesos de destrucción de
fuentes de trabajo, de concentración de la riqueza y
de quiebres de pequeñas y medianas empresas, parece
no tener techo. Sin embargo, a fuerza de plebiscitos
populares en ciertos casos o de procesos judiciales
en otros, sindicatos, organizaciones sociales y
habitantes de pequeñas localidades han logrado al
menos ponerle freno.
Fundada en 1962 como un pequeño comercio en un
pueblo de Arkansas, uno de los estados más pobres de
Estados Unidos, Wal-Mart es, desde 2003, la
mayor empresa y el mayor empleador privado del
planeta, con más de 1,2 millones de asalariados
diseminados por los cinco continentes.
Los
310.000 millones de dólares que facturó el año
pasado equivalen al 2,5 del Producto Bruto Interno
de la mayor economía planetaria, lo que le otorga un
poderío mayor que muchísimos países.
Su
fuerza, Wal-Mart la extrajo de sus prácticas
de dumping social, que perfeccionó al grado de
erigirlas en un verdadero modelo. “Construido sobre
los pilares del librecambio, la flexibilidad laboral
y las remuneraciones mediocres, el ‘modelo Wal-Mart’
(se basa en que) por una parte el distribuidor
impone su ley al productor, especialmente en los
países pobres. Y en que, por otra, la disminución de
su poder adquisitivo lleva a los consumidores a los
hipermercados, que a su vez bajan los precios
después de haber bajado los salarios”, escribe el
investigador francés Serge Halimi en el mensuario Le
Monde Diplomatique.
Esa
política le permite a la transnacional ofrecer
precios más bajos que sus competidores en todos los
lugares en que se implanta. Cerca de cien millones
de estadounidenses responden cada semana a las
ofertas especiales que se ofrecen en las góndolas de
los locales de la cadena.
A
través de grandes campañas mediáticas, la firma
machaca cómo gracias a su “sensibilidad a las
necesidades del pueblo” ha logrado aumentar el poder
adquisitivo de sus clientes a fuerza de ahorro y
crear decenas de miles de puestos de trabajo.
El
costo social de esos logros relativos ha sido de
todas maneras altísimo. “Allí donde se instala, la
firma deprime los salarios”, apunta Halimi. Crea las
condiciones de sus ofertas especiales diarias, “y de
paso multiplica la cantidad de clientes que pronto
no tendrán otro recurso que economizar en sus
góndolas”.
Paralelamente, su consolidación en determinado lugar
se acompaña del cierre en masa de pequeños comercios
o supermercados. En Iowa, por ejemplo, un estudio
del profesor de economía Ken Stone, de la
universidad de ese estado estadounidense, determinó
que la llegada de Wal-Mart condujo a la
desaparición de más de 7.000 comercios en una década
(entre 1983 y 1993).
Situaciones como ésas, así como el cierre abrupto de
decenas de supermercados considerados “no
rentables”, con la consiguiente desaparición de un
día para otro de muy numerosas fuentes de empleo,
los pésimos sueldos pagados, la discriminación
vivida por los mujeres que allí laboran o las
condiciones de trabajo en general, le han valido a
la transnacional enfrentar millonarios juicios en
todo el mundo y verse confrontada a consultas
populares sobre si se debe o no permitirle
instalarse en determinado lugar.
Las
primeras batallas judiciales contra la empresa datan
de comienzos de los años noventa, más precisamente
de 1993, cuando en un plebiscito los habitantes del
pequeño pueblo de Greenfield, en el estado de
Massachussets, rechazaron la construcción de un
local de la cadena.
La
iniciativa fue promovida por una red de asociaciones
locales dirigidas por el activista Al Norman, que se
convertiría en una suerte de “cruzado anti
Wal-Mart”, y en ella participaron muchos más
ciudadanos que en las elecciones nacionales que el
año anterior habían dado la presidencia a William
Clinton. “Este tipo de consulta democrática es el
arma principal de los opositores a Wal-Mart”,
piensa el investigador Olivier Esteves, de la
universidad francesa Lille III.
En
Greenfield, los directivos de Wal-Mart
recurrieron a toda una batería de técnicas “sucias”
para intentar ganar la batalla: por ejemplo, pagar a
personas que se hacían pasar por residentes de
localidades en que la empresa ya estaba instalada y
que pretendían compartir con los lugareños las
ventajas de vivir en un sitio en que gracias a
Wal-Mart “la vida está más barata cada día”.
Años después, en 1999, fue la propia empresa la que
promovió una consulta popular en la localidad de
Eureka, en el estado de California. Si en Greenfield
había perdido por muy poco (apenas nueve votos
hicieron la diferencia), aquí la derrota fue mucho
más pesada: 4.000 en contra contra 2.600 a favor de
la construcción de un hipermercado de la firma.
Los
electores de Eureka habían sido acosados
telefónicamente en los días previos por una central
de llamados contratada por la firma. Fue de tal
magnitud esa presión, que incluía una campaña contra
“el comunista Al Norman”, que causó hartazgo y hasta
denuncias por acoso de algunos habitantes.
En
abril de 2004, en la ciudad de Inglewood, en las
afueras de Los Ángeles, California, Wal-Mart
recibió lo que hasta ahora ha sido su mayor derrota
en este tipo de consultas populares. Cerca del 60
por ciento de la población local ratificó una
decisión de 2003 del Consejo Municipal de rechazar
la construcción de un gigantesco centro comercial de
650 mil metros cuadrados.
A
la campaña en Inglewood Wal-Mart destinó
cerca de un millón de dólares, mientras sus
contrincantes apenas gastaron poco más de la décima
parte.
En
el fracaso de la transnacional jugaron un papel
clave los sindicatos, particularmente poderosos en
la localidad, y ciertas asociaciones de las
comunidades negra e hispana, fuertemente
mayoritarias en Inglewood.
Otros plebiscitos más recientes en Estados Unidos
también le fueron adversos a la empresa. Así le
sucedió en Contra Costa en 2004 y en Avondale,
Staughton y Miramar en setiembre último.
En
total, unas 250 solicitudes de instalación de
tiendas Wal-Mart han sido rechazadas en su
país de origen.
Pero no sólo en Estados Unidos ha habido y hay
resistencia a la implantación de tiendas de esta
firma que en 2005 fue ubicada por la organización no
gubernamental Global Exchange entre las “catorce
empresas globales más malignas del planeta” y que
antes recibió “premios” como “taller de sudor del
año”, de la Maquila Solidarity Network de Canadá, o
“mercader de la vergüenza”, en 2003, concedido por
la Organización Nacional de Mujeres de Estados
Unidos.
También en Europa y en América Latina Wal-Mart
encuentra quien se le oponga.
En
México, por ejemplo, donde en 2005 la firma posee
unos 700 locales y en 2005 facturó por más de 12.000
millones de dólares, se constituyó el año pasado un
Frente Nacional contra Wal-Mart.
El
esfuerzo central de este conglomerado es revertir el
proceso -ya muy avanzado- de construcción de un
megacentro comercial en las cercanías de lo que
fuera la ciudadela religiosa azteca de Teotihuacán.
Vecinos y grupos sociales han ya logrado frenar el
levantamiento de otro centro comercial, de 116.000
metros cuadrados, en el estado de Michoacán, y de un
supermercado en el estado de México.
En
otro orden, en junio de 2004 un juez federal
estadounidense dio categoría de acción colectiva a
un juicio iniciado nueve meses atrás por seis
empleadas que acusaban a la firma de discriminar a
las mujeres en su política de promociones internas y
en el nivel de salarios pagados.
Con esa decisión judicial, las seis trabajadoras se
convierten en “representantes” de cerca de 1,6
millones de mujeres que laboran o han laborado en
Wal-Mart desde 1998. Las demandantes destacaron,
entre otras cosas, que si bien más de dos terceras
partes de la mano de obra de la transnacional en
Estados Unidos es femenina en los cargos gerenciales
hay apenas un tercio de mujeres.
En
1997, otro gigante de la distribución de Estados
Unidos, Home Depot, para evitar ser condenado en la
justicia, pagó 104 millones de dólares a 25.000
mujeres que lo demandaron por discriminación sexual.
Una medida similar tomaron la transnacional de la
bebida Coca Cola, que en 2000 aceptó una transacción
por 192 millones de dólares, y la petrolera Texaco,
que cuatro años antes entregó 176 millones de
dólares.
Si
Wal-Mart fuera condenada a pagar una suma
similar a la que debió abonar Home Depot, unos 4.000
dólares por mujer denunciante, debería desembolsar
nada menos que 6.400 millones de dólares, una suma
descomunal incluso para una de las empresas más
poderosas del planeta.
El
frente sindical tampoco puede ser descuidado por la
firma, que desde 1995 ha sido objeto de más de 70
denuncias por actividades antisindicales sólo en
Estados Unidos, según el Wal-Mart Watch.
En
agosto de 2005, la Red Internacional Sindical, que
reúne a 900 organizaciones laborales de 150 países,
decidió por su lado “coordinar protestas” de los
trabajadores de Wal-Mart fuera de Estados
Unidos, en especial en Argentina, Brasil, Puerto
Rico, México, Gran Bretaña y Corea del Sur.
Wal-Mart,
concluía en su artículo Serge Halimi, “no es en el
fondo más que el síntoma de un mal que se extiende.
Cada vez que se ataca el derecho sindical, que se
recortan las protecciones de los trabajadores, que
un acuerdo de librecambio incrementa la inseguridad
social, que las políticas públicas se vuelven la
sombra proyectada de las decisiones de las
multinacionales, que el individualismo del
consumidor suplanta la solidaridad de los
productores, entonces, cada vez, Wal-Mart
avanza”. A la inversa...
Daniel Gatti
©
Rel-UITA
20
de febrero de 2006