Por primera vez
en la historia, marcando el comienzo del siglo XXI la
empresa más grande del mundo no fue una petrolera ni
un fabricante de automóviles, sino Wal-Mart, una
cadena de supermercados.
Su valor simbólico es tan
pesante como la realidad que constituye: es el
''triunfo'' de lo anónimo por excelencia; la
sustitución de las relaciones personales cotidianas en
los actos más comunes a todos, como alimentarnos,
proveernos de artículos domésticos, herramientas y
hasta medicinas, por relaciones estandarizadas y
mercantiles, en las que cada vez sabemos menos cómo,
quién, dónde ni en qué condiciones produce lo que
compramos. Teóricamente todo se puede comprar bajo el
mismo techo, y además "más barato", aunque esto no sea
más que una ilusión individual, que en realidad nos
puede costar muy cara. Comprar hoy en Wal-Mart puede
significar perder el trabajo propio o de alguien de la
familia o comunidad más adelante.
Su política de ''precios bajos'' se mantiene mientras
en la misma localidad haya otras tiendas. Cuando éstas
se ven obligadas a cerrar o mudarse, no hay nada que
le impida subir los precios, lo cual, según la
Asociación Nacional de Tiendas de Autoservicio y
Departamentales, ocurre hasta con 30 por ciento. Wal-Mart
ha tenido influencia devastadora en las economías
locales de las comunidades donde se ha establecido y,
según Wal-Mart Watch, organización de ciudadanos
afectados por el gigante en Estados Unidos, por cada
dos empleos que genera en una comunidad, se pierden
tres.
Ocupa el puesto 19 entre las 100 economías más
poderosas del planeta, de las cuales ya sólo 49 son
países. La viuda y los cuatro hijos de Sam Walton -su
fundador- controlan 38 por ciento de las acciones de
la trasnacional; para 2004 están en el sexto puesto de
la lista Forbes de las personas más ricas del mundo,
con 20 mil millones de dólares cada uno. Si Sam Walton
estuviera vivo, su fortuna personal duplicaría la de
Bill Gates, creador de Microsoft, número uno de la
lista, con 46 mil millones. Ambos son una clara
expresión de los megamonopolios modernos y el control
que ejercen y quieren ampliar sobre los consumidores.
Wal-Mart, sin embargo, es un ejemplo más contundente,
por el espectro de productos que abarca y por el
control que ejerce además sobre proveedores,
productores y políticos.
Es la mayor cadena de ventas directas al consumidor en
América del Norte, y tiene la mayoría del mercado de
Estados Unidos y México. En el vecino país del norte
posee 3 mil 111 tiendas Wal-Mart y 550 Sam's Club. En
México ya obtuvo 54 por ciento del mercado, con 687
tiendas en 71 ciudades, incluyendo Wal-Mart, Sam's
Club, Bodegas Aurrerá, Superama y Suburbia, además de
los restaurantes Vips, El Portón y Ragazzi. Tiene
porciones muy significativas del mercado en Canadá,
Reino Unido, Brasil, Alemania y Puerto Rico, y está
ascendiendo en varios otros, por ejemplo Japón.
Es el mayor empleador privado de Estados Unidos y
México. En sus pocas décadas de existencia ha
acumulado un historial impresionante de demandas por
no permitir la sindicalización de sus empleados y
muchas otras que cubren casi todo el espectro
imaginable de violaciones laborales: discriminación a
trabajadores discapacitados, discriminación sexual,
trabajo infantil, falta de cobertura de salud y tiempo
extra no pagado. En Estados Unidos sólo 38 por ciento
de sus trabajadores cuenta con cobertura médica, y los
salarios son, en promedio, 26 por ciento más bajos que
en otros empleos similares. Hasta diciembre de 2003
había 39 "acciones de clase" (demandas colectivas) en
su contra en 30 estados de Estados Unidos por falta de
pago de horas extras. En una redada realizada en
octubre de 2003 en 61 supermercados de 21 estados de
ese país, encontraron también 250 trabajadores
indocumentados (por supuesto, en condiciones aún
peores que los anteriores). En junio de 2004 se aprobó
contra Wal-Mart la mayor "acción de clase" de la
historia, que representará a más de un millón 600 mil
mujeres que sufrieron discriminación de género como
empleadas de la compañía desde 1998.
Los precios bajos de Wal-Mart no sólo se basan en la
explotación de sus empleados en los países donde
reside. Fundamentalmente son producto de la
utilización sistemática de maquiladoras en condiciones
de extrema explotación. Una trabajadora de una de esas
maquilas en Bangladesh dijo a los Los Angeles Times
(24/11/2003) que su horario normal era de 8 de la
mañana a 3 de la madrugada, 10 o 15 días seguidos por
vez, para poder sobrevivir con el nivel de pagos que
fijaba Wal-Mart. Y el gerente de esa maquila se quejó
al mismo diario que "debían mejorar, porque Wal-Mart
ahora conseguía mejores resultados en China".
Pero, aunque terrible, la explotación laboral es sólo
uno de los "efectos Wal-Mart". Existen muchos otros,
que van desde la manipulación de otros proveedores y
su influencia en las cadenas de producción hasta la
utilización, sin informar a los consumidores, de
etiquetas de precio que son leídas a distancia, por
radiofrecuencia, cuyo efecto continúa hasta nuestras
propias casas. Control parece ser la clave de la
walmartización.
Silvia Ribeiro*
La Jornada, México
22 de diciembre de 2004
*Investigadora de Grupo
ETC