-Cuente de su familia, de su infancia en
el litoral uruguayo. De su inicio como músico, de esos
viajes que recuerda brevemente durante sus conciertos.
¿Nació en Paysandú?
-Sí señor, yo nací en Paysandú, en el año de 1926. Mi
infancia transcurrió en los campos de la estancia Los
Álamos, cerca de acá. Después me mandaron a la Escuela
Industrial donde aprendí el oficio de tornero. Cuando cumplí
16 años entré a trabajar en los talleres del Ferrocarril
Midland de los ingleses, pero duré poco. Me peleé con los
gringos. No quiero a esos patrones, le dije a mi padre y él
me metió a trabajar en otro taller con otro patrón que
también resultó un déspota, así que me despeoné y me volví
al campo. Me fui a la estancia El Cardo, cerca de Young.
Allí hacía de todo un poco, pero, eso sí, sin patrón.
Mi tío estaba de capataz y puestero y me dejaba hacer, pero
allí también duré poco. Cosa de un año y medio. A los 18
años ya tenía la música adentro así que agarré mis cositas y
me largué al Paraguay.
Andaba por esos caminos de un Paraguay muy pobrecito. Me
subía a los trenes o a los camiones que llevaban los peones
a los obrajes. En esas vueltas me enganché en el circo de
los hermanos Valdovino.
Viajé con ellos casi dos años hasta que conocí a unos
toreros muy buenos (en Paraguay y en Venezuela: flor de
toreros había) y junto con un amigo paraguayo nos fuimos con
ellos.
-Y ¿qué hacían ustedes con los toreros?
-Hacíamos comicidad. El toro nos correteaba y nosotros nos
tirábamos de panza al suelo. Entonces el torero –que era un
paraguayo grandote– agarraba al toro de la cola y cuando nos
pegaba un grito nosotros nos parábamos y otra vez la misma
historia. Andaba bien y querían que me quedara, pero
conseguí trabajo en la Radio Nacional de Paraguay para hacer
música. En el año 1950 formamos un conjunto con los hermanos
Arroyo y con Cristino Báez Monje, que fue un gran arpista y
me inició en el arpa paraguaya.
En nuestras andanzas conocimos al argentino Arsenio Enrico
que era un centrofóbal famoso de Independiente, un fenómeno.
Cuando se retiró del fóbal, Enrico instaló una confitería en
Paraguay y contrataba números musicales y allí tocábamos
nosotros. Andábamos lindo hasta que apareció Stroessner
queriendo tumbar al presidente Federico Chaves. Fue
tremendo. Nosotros salíamos de la confitería a las dos de la
mañana con las guitarras apretadas bajo el brazo esquivando
los balazos. Nos marchamos a Santa Cruz de la Sierra en
Bolivia y allí conocí el sufrimiento de los trabajadores de
las minas. Al poco tiempo me encontré con unos uruguayos:
los hermanos Pesce que se dedicaban a atrapar fieras en la
selva para venderlas a los circos. Y nos fuimos con ellos.
Recorrimos el río Araguaria, el Xingú. En esas vueltas
cantábamos por ahí. Recuerdo que nos presentamos en un hotel
en Manaos para gente muy rica que hacía safaris a la selva.
Volvimos a Paraguay por un tiempito y después nos fuimos a
Montevideo. Teníamos un conjunto (Miscelánea Criolla) de
ocho integrantes con dos arpas y en los carnavales sacamos
el primer premio. Trabajé en la radio El Espectador hasta
que en 1956 me fui a grabar a Buenos Aires en los sellos
Odeón y Pampa y tres años después pasé a Microfón donde
estaban casi todos los artistas folclóricos de la época. En
1958 me casé y me radiqué en Paysandú, en esta misma casa.
Entre 1960 y 1963 grabaron mis canciones Jorge Cafrune y
Mercedes Sosa. Ya había como treinta grabaciones de “Río de
los Pájaros” entonces agarré unos pesos por derecho de autor
que me permitieron seguir componiendo.
-¿Desde cuando se define de izquierda?
-Me fui haciendo, pero yo no entré a la política por los
libros. Entré por la vida misma. En mis canciones están los
que viven al lado del río, los hacheros, el paisaje del
hombre del litoral abandonado, solo con su frío y su hambre
sobreviviendo en benditos o cayampas. Me dolía América
Latina y llevé ese dolor a la música. Sobre todo después de
estar con los mensú en los yerbatales y ver como los
reventaban en la selva. En esos viajes recogí material para
hacer lo que debería hacer cualquier cantor o compositor:
cantar a su tierra y a su gente.
Cuando en Uruguay surge el Frente Amplio –en 1971– canté en
casi todo el país en sus actos. Había mucho lío con las
bandas fascistas y a nosotros nos tenían marcados, pero
nuestra custodia era la gente
-¿Qué lo decidió a integrarse el movimiento
tupamaro y que significó la cárcel en su vida?
-Conocí a Raúl Sendic (líder histórico de los tupamaros), lo
admiré, lo seguí y luego vino la cárcel donde pasé casi
nueve años. Para mí fue como una escuela. Después de andar
tanto, en la cárcel ordené mis ideas y leí mucho. Al
principio no nos daban ni lápiz ni papel, pero cuando nos lo
dieron escribí la cantata a Leandro Gómez* que fue un
artiguista. Y yo soy un artiguista. Cuando fui al Paraguay
lo primero que hice fue ir a conocer el sitio donde murió
Artigas.
-Después vino el exilio.
-Cuando me soltaron estuve un mes o dos en Paysandú hasta
que crucé para el Brasil por el Chuy con mi compañera y mi
hijo que tenía doce años. Debía presentarme al cuartel a
cada rato entonces decidí irme. Una vez un teniente me dijo
que venía mucha gente a mi casa. Yo le dije que sí, que
venían mis amigos, artistas, de Entre Ríos, de muchos lados.
Y él me dijo que no podían venir más. Así –le dije–,
entonces voy a poner un cartel en la puerta de mi casa que
diga que los militares no me dejan recibir a mis amigos, que
no nos dejan trabajar en la música. El teniente se enojó y
me dijo: “Usted no puede cantar ni “Las Margaritas”. Hasta
esa rancherita era subversiva. Entonces a fines de los 80 me
les pelé.
Me contacté con funcionarios de la embajada sueca. Les
mostré los diarios para que vieran que nos corrían. Ahora ya
llevo 20 años yendo y viniendo de Suecia. Me voy en el
invierno uruguayo a ver a mi familia. Allá están mis hijos y
mis nietos.
Suecia fue la puerta de la libertad porque en Brasil no
estábamos seguros y teníamos que vivir medio escondidos. El
exilio no es ni blando ni duro es exilio nomás. Suecia nos
recibió con mucha calidez y nos lo hicieron todo muy
llevadero. Pero a mí me salvó que esté donde esté llevo a mi
país adentro. Sí señor, donde vaya me llevo el monte, el
río, entonces puedo escribir en cualquier lado.
En Suecia nos encontramos con compatriotas. Había que
aprender el idioma pero los compañeros me dijeron que me
precisaban para cantar así que aprendí muy poco. Es muy
difícil el sueco.
-Así que la cárcel no le cortó su carrera artística
-No porque después que salí seguí haciendo giras para
defender a los presos. Recuerdo que fui a España y allí
decían en esa época que en Uruguay podía haber una apertura
democrática. Apertura de cráneos, les decía yo. En mi país
se seguía torturando a los presos y los podían matar en
cualquier momento. Había que hacer algo por ellos. No era
cuestión de salir y a otra cosa.
-¿Hay algún arrepentimiento de su participación en el
movimiento tupamaro?
-No me arrepiento de nada. Yo caí preso con más de cuarenta
años. Era un hombre, no un chiquilín y sabía lo que hacía.
Soy un luchador social con guitarra.
Hay miseria en mi país y eso me duele. Cuando regreso de
Europa voy a ver mi compañero río y allí está el pobrecito,
contaminado, triste. He escrito sobre mi río y su gente que
sufre porque ya no puede sacar su sustento de él.
-Sus canciones son populares, se cantan en las escuelas y en
los actos oficiales.
-Hay que diferenciar. Mis canciones son, primero y antes que
nada, música de pueblo. Una cosa es la canción popular y
otra es la canción de pueblo y esto conviene tenerlo claro
ahora que hacen popular a cualquiera. Música popular es la
que se escucha mucho. Hay cantores que son populares porque
el pueblo los conoce como a Palito Ortega, pero no dejan
nada profundo, entonces no son de pueblo. La canción
folclórica debe tener sus raíces bien hundidas en el pueblo
aunque no sea popular.
-En sus temas ¿puede haber un modelo tomado de otros
artistas?
-No. Como modelo tengo el mío. He sido un creador de mi
forma con las canciones del litoral. Lo mío siempre ha
tenido que ver con el hombre litoraleño en su entorno. Este
canto abrió cancha y Cafrune fue un gran impulsor de mis
canciones. Al principio –aunque estaba en dos radios de
Uruguay (El Espectador y Carve)– se me conocía poco, pero
después otros cantores vistieron mis temas con sus ropajes.
Estoy muy agradecido a canciones como “Ki chororó”, “Río de
los pájaros”, “Cautiva del río” y El río no sólo eso” que
cuenta de un turista que se arrima al río y lo ve muy lindo
y conversa con un pescador, don Argueyo, quien le dice “por
qué no preguntan que me trajo aquí/ por qué ando en el agua
como un surubí/ por qué me quitaron la tierra y después
crecieron los campos de un mister inglés”. Mucha gente viene
de turismo a ver el paisaje y no se da cuenta que adentro de
aquel lindo ranchito blanco que se ve está la miseria, la
vinchuca asesina, el mal de Chagas por la mugre, por la
falta de sanidad.
-¿Qué hace con sus días?
-Me voy de pesca con mis amigos. No soy un gran pescador
pero me gusta. Hago giras. Camino hasta dos horas por día. Y
caminando creo esas coplitas que después hay que pulir
mucho, redondearlas bien redonditas. Una cuarteta, de
entrada, puede parecer linda, pero siento que le falta una
palabra, entonces camino y camino hasta que la encuentro.
Ahora toco la guitarra muy poco; tengo los dedos medio
chuecos de cosas que han pasado y del reuma que avanza con
el tiempo.
Carlos Caillabet
©
Rel-UITA
1 de agosto de 2005