En 1918, una chispa que se encendió en la provincia argentina 
de Córdoba se fue extendiendo a todo 
el país. Hasta ese momento Córdoba 
era una ciudad atrapada por el espíritu 
colonial, adormecida desde hacía siglos por 
un pasado hispánico y clerical.
 
La reforma universitaria -explica Juan Carlos Portantiero 
en su libro “Estudiantes y política en 
América Latina”- representaba bastante 
más que un mero episodio estudiantil, porque 
supuso en su origen una intención social que 
va más allá de una revuelta juvenil.
 
Aunque debe descontarse la presencia de elementos comunes, no 
fueron iguales las vicisitudes del 
movimiento en Argentina que en 
Perú (donde se concretó en partido 
político a través del APRA) o que en
México o en Cuba, donde 
permaneció en el tiempo como una fuerza 
latente, que luego se expresará como un 
elemento importante en la organización del 
Movimiento 26 de Julio.
 
En 1918 los elementos de una contradicción que debía estallar 
eran los siguientes: la Universidad, fundada 
en 1613, era un reducto de la tradición 
reaccionaria; un bastión ultramontano en un 
momento en cual el país había iniciado, 
desde dos décadas atrás, un proceso de 
modernización tras ser introducido en el 
mercado mundial por el capital imperialista.
 
El peso del catolicismo más conservador se había consolidado 
en Córdoba a través de clanes que 
nutrían a elites sociales, políticas y 
culturales. La universidad era reducto de 
ese clan patricio, agrupado allí en las 
llamadas academias, que controlaban 
rigurosamente el nombramiento de los 
profesores y no permitían la más leve 
filtración de espíritu crítico. 
 
Era una universidad de abogados, de engolados doctores, en la 
que no entraba el método científico y 
experimental, en la que se enseñaba teología 
y derecho público eclesiástico; en donde 
Darwin, Haeckel o Stammler 
eran autores heréticos, y en donde, a título 
de ejemplo, los programas de filosofía 
incluían temas como “Deberes para con los 
siervos”.
 
El líder socialista Juan B. Justo definía el clima de 
la antigua casa de estudios de la siguiente 
manera: “Entrar en la vetusta casa en la que 
funciona la Universidad de Córdoba es caer 
bajo la obsesión de imágenes eclesiásticas. 
En medio del patio nos encontramos con una 
gran estatua de Fray Trejo y Sanabria, 
estatua bastante pesada como para que no 
pudiera ser volteada a lazo en la última 
revuelta estudiantil. En el salón de grados 
nos encontramos en la cabecera con un enorme 
cuadro al óleo que representa al mismo 
obispo Trejo y Sanabria distribuyendo 
ciencia a manos llenas. En el otro extremo 
del salón una imagen que representa, según 
me dicen, a San Carlos. Y en el 
cielorraso otra alegoría que también 
representa, según me dijeron, a San 
Carlos, porque aquella universidad se 
llama Universidad de San Carlos. 
 
La tribuna del salón de grados ha tomado la forma lo más 
parecido posible a un púlpito, y no tengo 
dudas de que en gran parte lo es”.
 
Sarmiento 
señalaba, a su vez: “Córdoba es un 
mundo aparte, y en su espíritu queda mucho 
de la Edad Media, pues el renacimiento que 
le puso término en el resto de Europa 
no pudo penetrar en España porque la 
Inquisición fue un cordón sanitario para 
aislarse y cerrar a la inteligencia todos 
los caminos”.
 
En Córdoba, desde 1917 comienza a encenderse la chispa 
de la renovación. El país estaba cambiando, 
crecía el número de huelgas y el poder de 
los sindicatos, se afianzaba la 
representación socialista en el Parlamento 
y, sobre todo, por primera vez en la 
historia una fuerza política era llevada al 
poder con el apoyo de la mayoría de la 
población: la Unión Cívica Radical que 
nucleaba la voluntad de cambio de las clases 
medias alrededor del presidente Hipólito 
Yrigoyen.
 
La movilización estudiantil se concentró progresivamente 
alrededor de algunos reclamos, en especial 
la sustitución del sistema vigente para la 
provisión de las cátedras.
 
Hacia fines de 1917 el Centro de Estudiantes de Medicina se 
dirigía al ministro de Instrucción Pública 
denunciando las deficiencias del régimen 
docente y protestando, en primer lugar, por 
la supresión del régimen de internado para 
los alumnos avanzados de la carrera de 
medicina en el Hospital de Clínicas, 
dependiente de la Universidad.
 
La reanudación de las clases después de las vacaciones de 
verano aceleró el descontento estudiantil. 
Se celebraron entonces las primeras 
asambleas, convocadas por los centros de 
estudiantes de ingeniería y de medicina, y 
en ellas se resolvió ir a la huelga si las 
autoridades no satisfacían sus reclamos.
 
El clima político del país favorecía la posibilidad de 
conquistar las reivindicaciones, y los 
estudiantes lo sabían.
 
El 10 de marzo de 1918 se realizó una manifestación 
callejera, la primera en la que el frente 
estudiantil se consolida, porque los 
estudiantes de Derecho (la otra Facultad 
integrante de la Universidad) se adhieren a 
la misma.
 
Días después nacía la primera organización conjunta de los 
estudiantes: el Comité Pro-Reforma, 
integrado por alumnos de las tres 
Facultades. Ese Comité dio a publicidad, el 
14 de marzo de 1918, el primer documento de 
reforma universitaria, en el que se llamó a 
una huelga general por tiempo indeterminado.
 
El documento, dirigido a la juventud argentina, es un buen 
testimonio de los objetivos que se 
planteaban los estudiantes cordobeses, 
objetivos que poco a poco se irían 
enriqueciendo.   
 
Como una expresión más reciente de esa lucha puede anotarse 
la consigna que resonó en las acciones de 
1959 en el Río de la Plata, en la lucha por 
la autonomía universitaria: “Obreros y 
estudiantes unidos y adelante”, y que 
seguiría acompañando las grandes 
movilizaciones sociales de los años 60 y 70.
 
Importa determinar cuáles fueron los postulados o propuestas 
fundamentales de la Reforma. José Carlos 
Maritegui señala los siguientes, 
sintetizados por el Congreso Internacional 
de Estudiantes, realizado en México 
en 1921:
 
- 
Participación de los estudiantes en el 
gobierno de las universidades. 
 
- 
Implantación de la docencia libre y la 
asistencia libre. 
 
Los estudiantes de Chile declararon su adhesión a los 
siguientes principios:
 
 
- 
Reforma del sistema docente, mediante el 
establecimiento de la docencia libre y, 
por consiguiente, de la asistencia libre 
de los alumnos a las cátedras de manera 
que si dos maestros enseñaran una misma 
materia, la preferencia del alumnado 
consagrase libremente la excelencia del 
mejor.  
 
 
 
A grandes rasgos, los mismos principios fueron proclamados 
por los estudiantes en todas las 
universidades latinoamericanas.