Es una lucha
desigual y deshonesta, ya que las primeras tienen un
producto que defender y las segundas luchan por un punto de
vista, una ideología y, al fin, por un mundo mejor.
Encontré aquí
viejos conocidos, personas que reciben salarios de
universidades públicas pero trabajan para Monsanto;
otros que son de la Red Oficial de Investigación y actúan
promoviendo los productos transgénicos de Monsanto,
así como a quienes durante los últimos 30 años eran
fanáticos ambientalistas intratables y actualmente ocupan
cargos de confianza en el gobierno, trasmutados en
desarrollistas sustentables cuando no en agroecologistas.
Perdonen, pero
esto aquí es un circo, y si las cosas continúan en este
sentido, en menos de cinco años estaremos, todos, nuevamente
refiriéndonos a los agrotóxicos como “defensivos agrícolas o
remedios”, privilegio que hoy es sólo de los medios de
información y de los funcionarios públicos corruptos.
Vimos esto
mismo en el penúltimo Foro Social Mundial de Porto Alegre:
Swiss Aid junto a la Coalición Soja Holanda-Brasil y un
integrante del Consejo Nacional de Medio Ambiente,
intentando convencer ingenuos con un taller de ocho horas de
que es posible producir soja sustentablemente en la
Amazonia.
Ya somos
veteranos, y sabemos que “hambre oculta” no es lo mismo que
“ocultar el hambre”.
Desde 1996 la
ley brasilera llamada Código de Defensa del Consumidor exige
que los transgénicos sean identificados, etiquetados, etc.
Pero esto nunca fue realmente practicado. Ahora, en un año
electoral, vemos que el gobierno cambió todas sus posiciones
anteriores y resolvió identificar los transgénicos, pero
esto sólo entrará en vigencia dentro de cuatro años.
En la época de
la dictadura el general Geisel (1976) decretó la prohibición
de los detergentes duros, pero para ser aplicada recién
cuatro años después. En aquel momento nos preguntaron
nuestra opinión al respecto: “Un día, antes de entrar en
vigor, el decreto será derogado”, respondí.
Desgraciadamente, eso fue lo que ocurrió entonces, y no
esperamos que sea diferente ahora. La dictadura militar era
pervertida. El poder económico transnacional no tiene por
qué ser diferente
Somos
realistas y no nos engañamos cuando afirmamos que los
Estados nacionales no tienen poder para restringir o
siquiera controlar el “libre comercio”; menos aún podríamos
callar al ver que el Estado no está siendo sustituido sino
pervertido.
La perversión
del Estado se produce cuando los gobiernos endeudados son
obligados por el Banco Mundial y la OMC a cumplir normas no
escritas en favor de los intereses de las grandes
transnacionales.
En el caso del
agua, este tipo de presiones y manipulaciones está siendo
utilizado por Pepsi Cola, Nestlé, Coca Cola
y otras corporaciones que comercializan agua potable común
como si fuese agua mineral, al tiempo que destruyen las
fuentes de aguas minerales.
En Brasil,
hace más de 20 años Nestlé comenzó a comprar fuentes
de agua mineral en todo el país a través de la marca
Minalba, y simultáneamente, en algunas ciudades como Porto
Alegre Pepsi Cola lanzó una marca de “agua natural”
llamada “Rainha”, registrada en el Ministerio de Agricultura
y vendida como agua mineral. Utilizando una práctica de
competencia desleal, los comerciantes eran obligados a
vender Rainha si querían vender los demás productos de
Pepsi.
Después
aparecieron las denuncias catastrofistas de que el agua
dulce se está acabando. En realidad, el agua es un ciclo que
no se puede separar en dulce, salada u otra y tampoco puede
desaparecer del planeta, aunque reconocemos que sus
condiciones de almacenamiento y preservación local son
precarias, y esto ocurre en función de los intereses
hegemónicos en la sociedad. Pero la transformación del “agua
patrimonio” en “agua mercancía y negocio” requiere
condiciones psicosociales que sugieran escasez y garantía de
lucro.
Actualmente,
un litro de agua no mineral embotellada por las grandes
corporaciones se vende más caro que un litro de combustible
derivado del petróleo.
La importancia
adquirida por el agua de calidad queda expuesta cuando, por
ejemplo, un litro de verdadera agua mineral de las Islas
Fidji es vendido a 8 dólares en los hoteles del Caribe y de
Estados Unidos. Todas las fuentes de agua mineral similares
ubicadas en las proximidades de los grandes volcanes están
siendo monopolizadas por las corporaciones. Sin embargo,
estas aguas no son suficientes para abastecer a toda la
población del mundo, ni siquiera para satisfacer la demanda
de los sectores con mayor poder adquisitivo que pueden
pagarla.
En Brasil,
Nestlé tuvo la anticipación de crear su marca nacional –Minalba-,
y ahora intenta destruir a la “competencia” en aguas
minerales adquiriendo las últimas fuentes, desmineralizando
el agua y adicionándole sus sales patentadas para venderla
con su marca. Coca Cola hace lo mismo e impone su
propia marca –Dasani-, cuya venta es obligatoria para
quienes quieren comercializar su refresco Fanta. Se le llama
“venta casada”, un sistema similar al que usan Pepsi
y Nestlé.
Más adelante,
cuando el mercado esté disciplinado, tendremos a ambas
transnacionales con marcas de aguas minerales genuinas que
serán comercializadas a precios similares al agua de las
Islas Fidji.