Colombia
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La
irresponsabilidad social de SABMiller
Finalizábamos el informe titulado
"Criminalizando
el mercado",
referente al fallecimiento de un operario subcontratado
en una fábrica de cerveza perteneciente a SABMiller en
Perú, concluyendo en que los responsables deberían estar
presos por asesinos. Todavía no se había secado la tinta
de aquella denuncia, cuando un nuevo escándalo con visos
delictivos, esta vez en Colombia, involucra a la misma
transnacional.
En 1995, por motivos inherentes al cargo sindical que en esa
época desempeñaba, mantuve una entrevista con el Dr.
Augusto López Valencia, por entonces presidente
del Grupo Santo Domingo, el mayor accionista de
la cervecera Bavaria. Al entrar en su despacho
llamó mi atención un impresionante cuadro, ya que su
tamaño -si la memoria no me falla- es de dos metros por
uno y medio. Se trata de una de las obras del famoso
pintor colombiano Fernando Botero, donde
en primer plano se destaca un característico gordo de
sombrero y con un cigarrillo en la mano y detrás una
casa con techo de tejas. Hoy me entero que se titula
Hombre fumando y en esta época antitabaco el cuadro
acaba de experimentar una peripecia que ilustra hasta
qué grado llega el elitismo y la irresponsabilidad
social de SABMiller, compañía que, de la misma
forma que
InBev
tiene su gen Brahma, carga con
el de "South African Breweries".
Se comenta que el cuadro es uno de los más feos de todos los
pintados por Botero, al punto que hay quien
afirma que fue lo único que Julio Mario Santo Domingo
-cabeza de la familia propietaria de Bavaria-
dejó en las oficinas cuando la empresa “fusionó” en
julio de 2005 con SABMiller. Parecería que 18
meses más tarde al nuevo capitoste de Bavaria, el
alemán-surafricano Karl Lippert, el cuadro lo
hastió y decidió que su destino era el de ser rifado
entre los consumidores de la cerveza Club
Colombia. Claro que, fiel a los valores que mantiene
la empresa, no entre cualquier consumidor. El cuadro, de
por sí un producto elitista, debería ser sorteado
solamente entre los integrantes del sector social que
posee la capacidad de apreciarlo y además, propietario
de una pared adecuada donde ubicarlo, es decir, la
denominada elite. Frente a estos principios, no importó
que el mayor consumo de cerveza se produzca en el seno
de las clases populares en general y de los trabajadores
en particular.
La promoción establecía un mecanismo mediante el cual el
cuadro sería sorteado entre las personas que encontraran
el derecho a participar,
debajo de las tapas de
50
botellas de
cerveza distribuidas en todo el país. Con la finalidad de cumplir con los discriminantes
objetivos anteriormente señalados, Bavaria (SABMiller)
comenzó a “sembrar” las botellas con las tapas premiadas
en lugares estratégicos, uno de los primeros elegidos
fue el selecto restaurante ubicado en las afueras de
Bogotá, llamado Andrés Carne de Res. Su
propietario fue advertido por Bavaria de la
elección y el hombre, ni lerdo ni perezoso y pensando en
incrementar sus ventas, anunció públicamente que una de
las tapas premiadas sería adjudicada entre sus clientes.
Se desató el escándalo y la Superintendencia de
Industria y Comercio se vio obligada a multar a la
compañía en 43,3 millones de pesos (unos 19.500 dólares)
acusándola de publicidad engañosa, todo lo cual obligó a
Bavaria a democratizar el “sembrado” de las
tapas.
Finalmente, para horror de aquellos que añoran las buenas
épocas del apartheid, la obra, valuada en 600 mil
dólares, se la adjudicó un humilde empleado de la
Empresa de Alumbrado Público de Buenaventura, que si
destinara íntegramente su salario mensual para la
adquisición del cuadro necesitaría dos siglos.
Previendo un desenlace como el ocurrido, Bavaria
designó con anticipación a un experto que aconsejará al
ganador sobre qué hacer con la obra y le suministrará
contactos con galerías de arte. Como soy muy mal
pensado, me ha dado por sospechar que Bavaria
puede aprovechar los servicios de este experto para
recuperar los 19.500 dólares de la multa. A todo esto,
Luis Alfredo Rodríguez -tal es el nombre del
ganador- declaró que no tiene donde colgar el cuadro y
anunció que el dinero que obtenga por su venta lo
invertirá “en el estudio de sus hijos y en la compra de
una casita”. Por su parte, a Mauricio Leyva,
vicepresidente de mercadeo de Bavaria,
casi se le escapa la lengua al manifestar: “Hoy
logramos nuestro objetivo de entregar esta obra maestra
a un consumidor fiel de Club Colombia, sin
importar su procedencia”.
Todo muy poco transparente e indigno, ¿verdad? Es que los
negocios entre Bavaria y SABMiller fueron
desde sus inicios poco transparentes y ciertamente
condenables.
Realicemos un breve repaso
Ocho años antes de la venta ya se comenzó a preparar la
misma. En 1997 el Grupo Santo Domingo, sin
ningún motivo aparente, dividió en dos sus operaciones:
dejando a Bavaria con las empresas dedicadas a
las cervezas y las bebidas por un lado y abriendo un
portafolio de inversiones por otro. En 2001, Bavaria
adquirió la Compañía Nacional de Cervezas en
Panamá, posteriormente logró el control de Backus
& Johnston en Perú, aumentó sus inversiones
en la Compañía Nacional de Cervezas de Ecuador,
en Costa Rica adquirió una compañía de refrescos
y en Colombia aumentó su participación en
Cervecería Leona. Así, la plusvalía extraída
a los trabajadores de Bavaria era trasladada
fuera del país para realizar esas adquisiciones. Por
otra parte, los resultados del 2004 arrojaron por
primera vez en muchos años pérdidas financieras y los
accionistas no recibieron dividendos debido a los
recursos que se sacaban al exterior para adquirir
empresas. Mientras Bavaria se consolidaba como
transnacional, los accionistas colombianos no recibían
ganancias y su esperanza era que en el futuro serían
recompensados por el crecimiento de la empresa,
ignoraban que dentro de ese futuro estaba prevista su
venta.
Simultáneamente, Bavaria comenzó a atacar al sindicato
mediante el procedimiento de ofrecer indemnizaciones a
aquellos trabajadores que pactaran “retiros
voluntarios”, los que en su momento llegaron a totalizar
80 millones de dólares. El operativo -que contó con la
complicidad de algunos dirigentes sindicales de triste
memoria- terminó con la destrucción del sindicato y la
desaparición del convenio colectivo de trabajo. En la
misma época en Perú y Panamá se producían
huelgas motivadas por la entrega del sector de
distribución a contratistas. Todas estas medidas estaban
orientadas a valorizar a Bavaria de cara a su
próxima venta.
En julio de 2005 se anunció el acuerdo entre SABMiller
y Bavaria. Acuerdo en el que aparentemente no
había dinero de por medio, sino un intercambio de
acciones. La figura encontrada para la transacción fue
la de “fusión por absorción”. Con el negocio ya
consumado, el presidente Álvaro Uribe
manifestó: “Esto es confianza en Colombia, es
preludio de inversiones y de generación de empleo en
Colombia que tanto necesitan nuestros compatriotas
pobres”. La única justificación a esta temeraria
afirmación es que el presidente, convertido en vidente,
estuviera anticipando el resultado de la rifa del
cuadro, el resto solamente ocasionó pérdidas a los
colombianos, veamos:
1.
Se
calificó la venta como una inversión, lo que es una
falacia. Una verdadera inversión es aquella que
consiste en montar proyectos nuevos, mientras que lo
ocurrido es solamente la compra de una empresa ya
existente.
2. Disfrazar
la venta con la figura de “fusión por absorción” tenía
por finalidad evitar el pago de alrededor de 1.200
millones de dólares por concepto de impuestos, objetivo
que las empresas alcanzaron con todo éxito.
3. El
dinero trasladado fuera del país para la adquisición de
empresas ya no retornará a Colombia, al mismo
tiempo las ganancias no se reinvertirán en el país ya
que serán giradas al exterior.
4. Lejos
de que como se anunció, la “inversión” originaría más
trabajo, el número de operarios en Bavaria
disminuyó y la mayoría de los actuales son
subcontratados o con contrato a término, es decir,
trabajo precario.
5.
SABMiller
tiene como principal accionista a Altria Group
(anteriormente Philip Morris Co.) quien en abril
de 2005 adquirió por una cifra cercana a los 310
millones de dólares la Compañía Colombiana de Tabaco
(Coltabaco) que capta cerca del 50 por ciento del
mercado nacional. Que un mismo grupo económico
extranjero controle dos de las principales compañías de
un país no resulta, desde el punto de vista de la
soberanía política y económica, algo deseable.
Lo anteriormente comentado forma parte de las muchas tropelías
cometidas por estos dos grupos empresariales contra los
intereses del pueblo colombiano, suficientes, si
existiera justicia, para que los hoy rifadores de
cuadros y sus cómplices estuvieran pagando sus culpas en
la cárcel. Por supuesto que eso no ocurre, por el
contrario, el gobierno del reelecto presidente Uribe
aprobó el pasado noviembre la Ley 1.111 que, entre otras
cosas, elimina el gravamen del siete por ciento que
debían pagar las transnacionales que remiten sus
utilidades al exterior.
En Montevideo,
Enildo Iglesias
© Rel-UITA
5 de marzo de
2007 |
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