Cortázar, veinte años

6 de agosto de 1914

12 de febrero de 1984

El evangelio

según Cortázar

Sergio Ramírez

 

 

Mi primer encuentro con Julio Cortázar ocurrió en 1976 en San José de Costa Rica. Llegaba él para dictar un ciclo de conferencias en la sala mayor del Teatro Nacional, y entonces, Ernesto Cardenal, y yo, que vivía virtualmente exiliado allá, le invitamos a visitar Solentiname, el archipiélago del Gran Lago de Nicaragua donde Ernesto tenía su comunidad religiosa.

El cineasta costarricense Oscar Castillo nos acompañó en el azaroso viaje en avioneta hasta el poblado de Los Chiles, en la frontera con Nicaragua, donde nos recibieron el poeta José Coronel Urtecho y su mujer, doña María Kautz, que vivían en retiro en su hacienda Las Brisas, junto al río San Juan, y de allí fuimos por lancha, navegando las aguas del lago, hasta Mancarrón, la mayor de las islas del archipiélago, donde estaba establecida la comunidad. Era un sábado. Fue un viaje clandestino, porque pasamos de lejos el control militar del puerto de San Carlos, en la confluencia del río San Juan con el lago. Nunca se enteró Somoza de aquella visita de Julio Cortázar a Nicaragua.

Al día siguiente, Ernesto celebró, como cada domingo, la misa a la que acudían en botes los campesinos de todo el archipiélago. Era una misa dialogada. Después de la lectura del evangelio se abría un diálogo entre todos los asistentes para comentarlo. Ese domingo tocaba el prendimiento de Jesús en el huerto de los Olivos, (Mateo 26). Varios de quienes tomaron la palabra esa mañana eran muchachos que se hicieron luego guerrilleros, y murieron casi todos en la lucha que puso fin a la dictadura de Somoza apenas tres años después.

Cuando Ernesto lee el pasaje de las treinta monedas que recibe Judas por entregar a Jesús, Cortázar comenta: "el evangelista estaría usando una metáfora; como nosotros también la usamos cuando alguien se vende al enemigo, y decimos que se vendió por treinta monedas". Luego, de que doña Olivia, una campesina, dice que el dinero es la sangre de los pobres, Ernesto agrega que Somoza es dueño de una compañía llamada Plasmaferesis S.A. que compra la sangre a los menesterosos para vender luego el plasma en el extranjero, y que a la compañía le quedan varios millones de ganancia cada año. "De ganancia líquida, comenta Cortázar desde su banca, "es un negocio vampiresco."

Después viene el pasaje en que Pedro desenvaina su espada y corta la oreja a uno de los sicarios, y Jesús le dice que quienes pelean con la espada, morirán por la espada. Un mandamiento que resulta comprometido, en tiempos en que se gesta la rebelión contra Somoza. Yo digo entonces que Jesús ha elegido un método de lucha que es su propia muerte. No quiere que otros se interpongan impidiéndole convertir su muerte en un símbolo. Oscar Castillo opina que no tenía objeto pelear porque estaban de todos modos perdidos. Entonces dice Cortázar: "Sí, yo estoy de acuerdo con lo que dice Oscar, que fue una decisión táctica que había que tomar en ese momento para que sobrevivieran los discípulos, si no los hubieran matado a todos. Si los discípulos no han huido, hoy día no existiría esto", y al decir "esto" recorre con la mirada la humilde iglesia rural de blancas paredes desnudas, piso de tierra y techo de teja.

A continuación lee Ernesto: "¿no sabes que podría pedirle a mi Padre, y él me enviaría ahora mismo más de doce legiones de ángeles? Pero en ese caso, ¿cómo se cumplirían las escrituras, que dicen que tiene que suceder así?". Y Cortázar: "Es un pasaje muy, muy oscuro, que habría que analizar en relación con el resto del evangelio. Pero es evidente que toda la vida de Jesús va cumpliendo una tras otra las profecías que se han hecho de él; digamos que él es fiel a las profecías, a un plan preconcebido; entonces no puede dejar de cumplir la última, que es su muerte. Sería un contrasentido de su parte pedir que vengan doce divisiones de ángeles, no lo puede hacer, no quiere hacerlo."

Yo digo que Jesús está advirtiendo que no se puede confiar todo a los ángeles, que los ángeles no tienen nada que ver con las luchas terrenas, como la del pueblo de Nicaragua contra Somoza. Entonces Cortázar: "una interpretación sumamente tendenciosa, me parece". Yo: "ni él mismo creía que pudieran venir doce divisiones de ángeles a ayudarlo." Cortázar; "quién sabe, en aquella época los ángeles eran muy eficaces, porque intervienen frecuentemente en la Biblia". Yo: "en el antiguo testamento, no en el nuevo" Y Cortázar: "Del nuevo no estoy tan seguro, pero en el antiguo su eficacia está comprobada".

Al terminar la misa se dedicó a fotografiar los cuadros primitivos pintados por los campesinos de la comunidad: paisajes coloridos de las islas, la nutrida floresta, barquitos en el lago, ranchos bajo cocoteros en la orilla. Esas fotografías fueron el pie para su cuento Apocalipsis de Solentiname. Empieza narrando la historia real de nuestro viaje en avioneta desde San José, la travesía por el río y por el lago, y habla de las fotos que tomó a los cuadros. Luego, haciendo ese sesgo peculiar de sus cuentos, donde la realidad cede de manera imprevista, y natural, el paso a lo extraordinario, cuenta que ya de regreso en París, cuando tras revelar los rollos proyecta las diapositivas una noche en su apartamento, en lugar de aquellos cuadros inocentes empiezan a aparecer en la pantalla escenas del horror diario de la América Latina, prisioneros encapuchados, torturados, cuerpos mutilados.

El horror narrado no queda, como pudiera esperarse de un cuento que en fin de cuentas tiene un sentido político, en denunciar nada más la represión brutal de las dictaduras militares. Las últimas de esas fotos son las del asesinato del poeta salvadoreño. Roque Dalton, ejecutado en la clandestinidad por sus propios compañeros de armas, bajo el cargo de ser agente de la CIA, con lo que sus verdugos iban más allá de la ejecución física. Pretendían también su ejecución moral.

A lo mejor habrá recordado Cortázar, al escribir ese cuento maestro, el diálogo en la pequeña nave de la iglesia, alrededor del altar decorado con los mismos motivos candorosos de los cuadros campesinos. El inusitado diálogo sobre las treinta monedas que quienes asesinaron al mejor poeta salvadoreño de todos los tiempos, urdieron dejar en su mano, en la escena del crimen, para envilecer a su víctima.

 

Convenio: La Insignia - Rel-UITA

febrero de 2004

 

 

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