Eva Duarte

y la lucha de clases en Argentina

Guillermo Chifflet

 

 

  

Cuando los militares de la oligarquía derrocaron a Perón, el gobierno uruguayo facilitó un navío de la Armada para que periodistas de diversos medios se trasladaran a Buenos Aires. Al llegar, caminando hacia el Centro, un Capitán de la Marina nos regaló un par de balas de ametralladora que distribuía con cara de triunfo. En una calle céntrica comprobamos cómo se enfocaban los acontecimientos desde clases sociales enfrentadas.

 

Un grupo de jóvenes con aspecto de estudiantes rodeaba y trataba de convencer a una humilde mujer con su pequeño hijo en brazos, argumentando contra “Evita”, como los sectores mas humildes llamaban a la esposa del presidente Juan Domingo Perón. A cada argumento contra ella, la mujer replicaba, entre lágrimas: “Con ella, cada Navidad teníamos pan dulce”, y se abrazaba a su niño, en una afirmación inexpugnable.

 

Evita revindicó siempre sus orígenes humildes: “Soy nada más que una humilde mujer”, repetía desde las alturas del poder. Ese es un caso único en la historia argentina, sostiene Juan José Sebreli en “Eva Perón ¿Aventurera o militante?”, donde los próceres son esnobs orgullosos de pertenecer a una elite, y donde hasta los más populares como Sarmiento tratan de demostrar que pertenecen a una familia decente, es decir de prosapia, y se dedican a rastrear un árbol genealógico donde figuran conquistadores y clérigos famosos.

 

Eva Perón, sin antepasados conocidos, hija de una primera generación de inmigrantes que asciende a la clase media, es una bastarda en segundo grado; una bastarda social en un país cuya posesión legal pertenece a aquellos que están fuertemente enraizados a través de varias generaciones descendientes de patricios y herederos de supuestas virtudes ancestrales.

 

El destino de Eva Duarte nos lleva a reflexionar –agrega Sebreli– sobre otra famosa mujer argentina: Victoria Ocampo, que será enemiga acérrima de Eva Perón y a quien el peronismo recluirá unos días en el Asilo del Buen Pastor, junto a prostitutas y mecheras.

 

También Victoria Ocampo fue una rebelde, pero no contra una clase opresora, sino apenas contra su familia; no contra un sistema económico sino apenas contra alguna de sus caducas expresiones morales y culturales; no contra los privilegios y las injusticias que impone una clase dominante sobre otra, sino apenas contra las que impone una sociedad masculina contra la mujer.

 

Su ejemplo, con todo lo excelente que puede ser desde el punto de vista individual, no sirvió para nada, no sirvió para liberar a las mujeres argentinas. ¿Podía acaso identificarse con ella una obrera, una vendedora de tienda, una costurera, una dactilógrafa?

 

Eva significó el surgimiento de otra mujer, con otro origen, con otra vida, con otras inclinaciones, con otro estilo, con otro destino.

 

Las condiciones adversas de su infancia, el desarreglo de su familia, liberaron a Eva Duarte de las sutiles cadenas de las que nunca pudieron liberarse tantas otras mujeres de la burguesía. La temprana muerte de su padre, la falta de autoridad paterna que personificara la coacción social, y, por consiguiente, la débil formación de una autoridad compasiva interna (lo que Freud llama el “superyo”) hacen que, sin encontrar demasiadas trabas, Eva Duarte siga el camino de sus propios deseos: “Creo que nací para la revolución. He vivido siempre en libertad. Como a los pájaros me gusta el aire libre del bosque. Ni siquiera he podido tolerar esa especie de esclavitud que es la vida en la casa paterna o en el pueblo natal. Muy temprano en mi vida dejé mi hogar y mi pueblo, y desde entonces siempre he sido libre. He querido vivir por mi cuenta y he vivido por mi cuenta”.

 

Como la autoridad compulsiva se identifica al fin con los valores de la sociedad establecida, de la clase dominante, quien se revela contra las demandas del “superyo” está preparado para identificarse con las clases sociales oprimidas, dando a su agresividad individual una dirección racional y consciente en la lucha de clases: es así como la rebeldía individual de Eva Duarte se transformará a la larga en el revolucionarismo social de Eva Perón. Es así como el resentimiento individual de Eva Duarte, superando los vanos conflictos íntimos, estaba destinado a coincidir, tarde o temprano, con el resentimiento histórico de la clase obrera.

 

“Aunque no pueda explicarse por sí mismo –ha dicho Evita–, lo cierto es que mi sentimiento de indignación por la injusticia social es la fuerza que me ha llevado de la mano desde mis primeros recuerdos hasta aquí…” Y ésta es la causa última que explica cómo una mujer que apareció alguna vez como “superficial, vulgar e indiferente” pueda decidirse a realizar una vida de “incomprensible sacrificio”.

 

Estos son, algunos de los rasgos esenciales de Evita, una mujer hasta hoy irrepetible, que vive en el corazón de los “descamisados” y de todos los humildes que sueñan con un mundo nuevo.

 

En Montevideo, Guillermo Chifflet

Rel-UITA

26 de mayo de 2010

 

 

 

Foto de Pie: kalipedia.com

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