Los terroristas han matado a trabajadores de
cincuenta países en nombre del Bien contra el
Mal. ¿Qué sería del Bien sin el Mal? No sólo los
fanáticos religiosos necesitan enemigos para
justificar su locura. También necesitan
enemigos, para justificar su existencia, la
industria de armamentos y el gigantesco aparato
militar de Estados Unidos. Buenos y
malos, malos y buenos: los actores cambian de
máscaras, los héroes pasan a ser monstruos y los
monstruos héroes, según exigen los que escriben
el drama.
El científico alemán Werner von Braun fue
malo cuando inventó los cohetes V-2, que
Hitler descargó sobre Londres, pero se
convirtió en bueno el día en que puso su talento
al servicio de Estados Unidos. Stalin
fue bueno durante la Segunda Guerra Mundial y
malo después, cuando pasó a dirigir el Imperio
del Mal. En los años de la guerra fría escribió
John Steinbeck: “Quizá todo el mundo
necesita rusos. Apuesto a que también en Rusia
necesitan rusos. Quizá ellos los llaman
americanos”. Después, los rusos se abuenaron.
Sadam Hussein
era bueno, y buenas eran las armas químicas que
empleó contra los iraníes y los kurdos. Después,
se amaló cuando Estados Unidos,
que venía de invadir Panamá, invadió
Irak porque éste había invadido Kuwait.
Bush Padre tuvo a su cargo esta guerra
contra el Mal. Con el espíritu humanitario y
compasivo que caracteriza a su familia, mató a
más de cien mil iraquíes, civiles en su gran
mayoría.
Bin Laden,
amado y armado por el gobierno de Estados
Unidos, era uno de los principales
“guerreros de la libertad” contra el comunismo
en Afganistán. Bush Padre ocupaba
la vicepresidencia cuando el presidente
Reagan dijo que estos héroes eran “el
equivalente moral de los Padres Fundadores de
América”. Hollywood estaba de acuerdo con la
Casa Blanca. “El desprecio por la voluntad
popular es una de las muchas coincidencias entre
el terrorismo de Estado y el terrorismo
privado". En esos tiempos, se filmó Rambo 3: los
afganos musulmanes eran los buenos. En tiempos
de Bush hijo, eran malos malísimos.
Henry Kissinger
fue de los primeros en reaccionar ante la
tragedia. “Tan culpable como los terroristas son
quienes les brindan apoyo, financiación e
inspiración”, sentenció. Si eso es así, habría
que empezar por bombardear a Kissinger.
Él resultaría culpable de muchos más crímenes
que los cometidos por Bin Laden y por
todos los terroristas del mundo. Y en muchos más
países: actuando al servicio de varios gobiernos
estadounidenses, brindó “apoyo, financiación e
inspiración” al terror de Estado en Indonesia,
Camboya, Chipre, Irán,
África del Sur, Bangladesh y
en los países sudamericanos que sufrieron la
guerra sucia del Plan Cóndor.
El 11 de septiembre de 1973, exactamente 28 años
antes de los fuegos de las Torres Gemelas, había
ardido el palacio presidencial en Chile.
Kissinger había anticipado el epitafio de
Salvador Allende y de la democracia
chilena, al comentar el resultado de las
elecciones: “No tenemos por qué aceptar que un
país se haga marxista por la irresponsabilidad
de su pueblo”.
Mucho se parecen el terrorismo artesanal y el de
alto nivel tecnológico, el de los
fundamentalistas religiosos y el de los
fundamentalistas del mercado, el de los
desesperados y el de los poderosos, el de los
locos sueltos y el de los profesionales de
uniforme. Todos comparten el mismo desprecio por
la vida humana: los asesinos de los dos mil
quinientos ciudadanos triturados bajo los
escombros de las Torres Gemelas, y los asesinos
de los doscientos mil guatemaltecos, en su
mayoría indígenas, que han sido exterminados sin
que jamás la tele ni los diarios del mundo les
prestaran la menor atención. Los guatemaltecos
no fueron sacrificados por ningún fanático
musulmán, sino por los militares terroristas que
recibieron “apoyo, financiación e inspiración”
de los gobiernos de Estados Unidos.
Todos los enamorados de la muerte coinciden en
su obsesión por reducir a términos militares las
contradicciones sociales, culturales y
nacionales. En nombre del Bien contra el Mal, en
nombre de la Única Verdad, todos resuelven todo
matando primero y preguntando después. Alá es
inocente de los crímenes que se cometen en su
nombre. Al fin y al cabo, Dios no ordenó el
holocausto nazi contra los fieles de Jehová, y
no fue Jehová quien dictó la matanza de Sabra y
Chatila ni quien mandó expulsar a los palestinos
de su tierra. ¿Acaso Jehová, Alá y Dios a secas
no son tres nombres de una misma divinidad?
La espiral de la violencia engendra violencia y
también confusión: dolor, miedo, intolerancia,
odio, locura. En Porto Alegre, el argelino
Ahmed Ben Bella advirtió: “Este sistema, que
ya enloqueció a las vacas, está enloqueciendo a
la gente”. Y los locos, locos de odio, actúan
igual que el poder que los genera.
Un niño de tres años, llamado Luca,
comentó en estos días: “El mundo no sabe dónde
está su casa”. Él estaba mirando un mapa. Podía
haber estado mirando un noticiero.
Eduardo Galeano
Tomado de CCS
9 de octubre de 2009
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