El respeto a la vida y a
la humanidad por encima de razas y clases, y la no violencia
como método fueron las ametralladoras específicas de Gandhi,
personalidad cuya trayectoria vital ha sido una enseñanza
para el mundo.
Él sostuvo, sin embargo, que no tenía nada nuevo para
enseñar, porque la verdad y la no violencia se remontan a la
noche de los tiempos.
Aldous
Huxley,
en “El fin y los medios”, afirma que la primera virtud de un
revolucionario es el desprendimiento. Toda la vida de
Gandhi, que hunde sus raíces en la tradición religiosa
de la India, tiene ese rasgo esencial.
“Todas mis acciones –sostuvo– tienen su fuente en mi amor
inalterable a la humanidad”. Y agregó: “No he conocido
ninguna distinción entre parientes y desconocidos, entre
compatriotas y extranjeros, entre blancos y hombres de
color, entre hindúes e indios pertenecientes a otras
confesiones sean musulmanes, cristianos o judíos. Puedo
asegurar que mi corazón ha sido incapaz de estas
distinciones. Gracias a una larga disciplina y a la oración,
hace más de 40 años que he dejado de experimentar la
enemistad contra nadie. Todos los hombres son hermanos y
ningún ser humano puede sernos extraño. Nuestra finalidad
debería ser el bien de todos. Dios es el vínculo común que
une a todos los seres humanos. Romper ese vínculo, incluso
en el caso de nuestro mayor enemigo, sería lo mismo que
prescindir de dios. Hasta en los más perversos hay un poco
de humanidad. Esas razones conducen naturalmente a la
adopción de la no violencia como el mejor medio para
resolver todos los problemas en el orden nacional e
internacional”.
Gandhi
sostuvo que no tenía nada de visionario, sino que era un
idealista práctico. La no violencia no es patrimonio
exclusivo de los santos y los sabios, sino de todos los
hombres. “La no violencia es la ley de nuestra especie, así
como la violencia es la ley de los brutos. El espíritu
dormita en el santo que no conoce más ley que la de la
fuerza física. La dignidad del hombre exige obedecer a una
ley superior: la fuerza del espíritu”.
Cuando Gandhi se enteró que Hiroshima había sido
destruida por la bomba atómica, advirtió: “La humanidad
corre hacia el suicidio si no adopta la no violencia”.
“La no violencia –sostuvo– es la fuerza más grande que la
humanidad tiene a su disposición. Es más poderosa que el
arma más destructiva inventada por el hombre. La destrucción
no corresponde, ni mucho menos, a la ley de los hombres.
Vivir libre es estar dispuesto a morir, si es preciso, a
manos del prójimo, pero nunca a darle la muerte. Sea cual
fuere el motivo, todo homicidio y todo atentado contra la
persona es un crimen contra la humanidad.
La primera exigencia de la no violencia consiste en respetar
la justicia alrededor de nosotros y en todos los terrenos.
¿Es esto pedirle demasiado a la naturaleza humana? No lo
creo. Nunca hemos de hacer teorías sobre lo que el hombre
puede realizar de bueno o de malo.
Lo mismo que hay que aprender a matar para practicar el arte
de la violencia, también hay que prepararse a morir para
entrenarse en la no violencia. La violencia no nos libra del
miedo, sino que procura combatir la causa del miedo. Por el
contrario, la no violencia está libre de todo miedo. El no
violento tiene que prepararse a los sacrificios más
exigentes para superar el miedo. No se pregunta si va a
perder su casa, su fortuna o su vida. Hasta que no supere
toda aprensión no podrá aplicar los principios de la no
violencia en toda su perfección El único temor que conserva
es el de Dios (...) Por consiguiente, según se entrene uno
en la violencia o en la no violencia, tendrá que apelar a
técnicas diametralmente opuestas.
La violencia es necesaria para proteger los bienes
temporales. La no violencia es indispensable para asegurar
la protección de nuestro honor. La no violencia no consiste
es amar a los que nos aman. La no violencia comienza a
partir del instante que amamos a los que nos odian. Conozco
perfectamente las dificultades de este gran mandamiento del
amor. ¿Pero no pasa lo mismo con todas las cosas grandes y
buenas? Lo más difícil de todo es amar a los enemigos. Pero
si queremos realmente llegar a ello, la gracia de Dios
vendrá a ayudarnos a superar los obstáculos más temibles.
He observado que las peores destrucciones no logran nunca que
desaparezca por completo la vida. Por tanto, tiene que haber
una ley superior a la de la destrucción. Sólo esa ley
suprema puede dar sentido a nuestra vida y establecer la
armonía indispensable al funcionamiento del rodaje social.
Y, si debe ser esa nuestra ley, hemos de esforzarnos cuanto
podamos para que sea la norma de nuestra vida diaria.
Siempre que surge la discordia, que choca uno con la
oposición, hay que intentar vencer al adversario con el
amor. Toda mi vida he recurrido a este medio elemental para
solucionar numerosos problemas. Esto no significa que haya
solucionado todas mis dificultades. Lo único que he
conseguido es descubrir sencillamente que la ley del amor es
más eficaz que la voz de la violencia. No es que yo sea
incapaz, por ejemplo, de encolerizarme, pero casi siempre he
logrado dominarme. Puedo dejarme sorprender, pero siempre
procuro de forma consciente y deliberada seguir fiel a las
exigencias de esos combates interiores. Cuanto más me
esfuerzo en ello, más gozo tengo de vivir. Es la prueba de
que esa ley está en conformidad con el plan del universo”.
Un mensaje generoso. ¿El mundo lo tendrá presente?
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