“Con el instrumento uno
tiene
una relación confidencial”
Tocó con
Dizzy Gillespie y con Charlie Haden. Acaba de
grabar un homenaje a Bola de Nieve junto al cantante
Francisco Céspedes. Adora a los compositores clásicos
de su país, a Irakere y a Los Van Van. Aquí
actuará solo, en el cierre del Festival de Jazz del Ateneo.
Dice que
nunca se ha visto a sí mismo como un músico de jazz. Y dice,
también, que es lógico que se lo identifique como tal. “Es
que se me ha visto tocar con Dizzy Gillespie, o con
Charlie Haden. Y muchos de mis discos han sido
publicados por Blue Note, que es un sello de jazz, así que
si le preguntan a alguien del público quién es Gonzalo
Rubalcaba lo más probable es que diga que es un pianista
de jazz. Tal vez agregue ‘cubano’ y está bien, porque no es
una cuestión de nacionalidad, solamente. En mi caso, eso
define algo de lo musical. Pero es que no soy sólo un músico
de jazz. Tengo muchos otros intereses. Y mi formación, por
otra parte, es totalmente académica.” Quien habla es, por
supuesto, Gonzalo Rubalcaba. Alguien a quien el
contrabajista Charlie Haden saludó como la gran
aparición inesperada en el universo del jazz, que en sus
comienzos tocó con él y con el baterista Paul Motian
y, también, alguien que compuso piezas de concierto para
piano y que acaba de publicar en el sello Warner Con el
permiso de Bola, un disco de homenaje a Bola de Nieve
junto al cantante Francisco Céspedes.
Nacido en
La Habana en 1963 y actualmente radicado en Florida,
Rubalcaba, que cerrará la segunda edición del
Festival de Jazz ND/Ateneo, es sumamente mesurado cuando
se trata de hablar de su patria. Por un lado, no deja de
decir, cada vez que puede, que la escuela musical cubana es
una de las mejores del mundo. Por otro, señala, como al
pasar, que “todos sabemos que han sucedido cosas que nos
aislaron mucho y eso no es bueno para la cultura”. Su último
disco editado por Blue Note se llama, sintéticamente,
Solo. Y también aquí actuará solo. “Se llega a querer
estar solo en un escenario por varias razones”, explica a
Página/12 en una conversación telefónica. “En primer lugar
hay algo que tiene que ver con rescatar algo que para uno es
natural. Se estudia, se compone, se toca, la mayoría del
tiempo, a solas. Con el propio instrumento se llega a tener
una relación íntima, confidencial, de diálogo. Con el piano
y con su música, con la forma en que uno quiere que suene.
El instrumento nunca deja de ser un vehículo de lo que uno
va sintiendo y de las ideas que uno va necesitando expresar.
Tocar a solas es una manera de explorarse, de poner en
escena la evolución estética, el crecimiento de la propia
música. Y es, desde ya, una meta. Cuando se toca en grupo no
hay tanta carga; la responsabilidad está compartida.”
Del jazz al
bolero, y de allí a la música académica. O de su amor por
Bola de Nieve a su admiración por Caturla o
Roldán, dos de los grandes compositores cubanos. “Cada
género, cada tema, incluso, tiene su esencia. Y nunca deben
tocarse de la misma manera piezas que provienen de distintos
mundos culturales. A mí me atrae saber acerca de los
condicionamientos históricos, de las influencias recibidas
por el compositor, del momento emocional en el que surgió
esa obra. Saber al menos un poquito acerca de la música me
permite vislumbrar en qué dirección debo ir con esa música.”
Esa versatilidad, según el pianista, tiene que ver con sus
orígenes musicales, con su familia. Pero, también, con la
propia Cuba. Con la asunción de la hibridez y el
mestizaje como motores de la cultura. Con ese “ángel con
maracas” del que hablaba Alejo Carpentier
–musicólogo, además de escritor– y que, según él, mostraba
cómo lo africano y lo español resultaban allí inseparables
desde un principio. El interés por Bola de Nieve, en todo
caso, tiene que ver con eso. “Es parte de la historia de la
música cubana. Y más, latinoamericana”, dice Rubalcaba.
“Bola encierra muchas cosas. Hablar de él como cantante
sería limitarlo. Pintarlo como pianista, lo mismo. El
desarrolló distintas facetas, incluyendo un formidable
manejo de la escena, que se adentraban en distintos estilos
y estéticas. Era un ilusionista. Estaba lleno de fantasía.
Y, al mismo tiempo, argumentaba muy seriamente cada pieza.”
Rubalcaba
opina que la huella dejada por Bola de Nieve en cada
una de las canciones que interpretó es tan fuerte que se
hace imposible imaginarlas de otra manera que como él las
hizo. Y, sin embargo, grabó un homenaje. “Es un desafío
interesantísimo. Porque no tiene sentido hacerlo si no se va
respetar esa huella dejada por él y, obviamente, tampoco
tiene sentido hacerlo si se va a repetir lo que él ya hizo.
Diría que no se trata de repetirlo sino de mencionarlo. De
evocarlo desde una óptica propia. Hay que partir de un
conocimiento preciso de su música para poder, después,
decidir qué partes, en el estilo, en el género, deben ser
conservadas y cuáles pueden ser transformadas y
desarrolladas. Es un poco como una relación de pareja.
Cuando se conoce mucho al otro, uno puede empezar a
separarse un poco.” Otro de los elementos fundamentales en
la estética de Rubalcaba es, por supuesto, la
historia del jazz en Cuba. Una historia que no tuvo
que ver sólo con la llegada de grandes artistas del género
en la época en que La Habana era un gigantesco casino
estadounidense sino, también, con la influencia que el jazz
recibió de la isla. “Todavía hay mucho por descubrirse de
esa historia”, afirma el pianista. “Creo que las influencias
mutuas son anteriores a lo que se cree. En la pianística
cubana, en ciertas maneras de ‘dibujar’ la ‘mano quieta’, en
el despliegue de la armonía con la mano izquierda, en
algunos patrones rítmicos. Los acompañamientos se
manipulaban de manera idéntica. Desde entonces, el tráfico
ha sido intenso. Además se compartían experiencias:
Stravinsky en La Habana; el interés de Aaron
Copland por nuestra música.” En ese tráfico,
Rubalcaba reconoce, también, un hito que tuvo que ver,
según él, tanto con demostrar en Cuba que se podía
hacer música en un nivel internacional como con mostrar en
Estados Unidos que, en el mundo del jazz, se podía
competir de igual a igual e, incluso, a veces, ganar por
varios cuerpos. “Irakere se convirtió en un fenómeno
de escape y en una tentativa”, dice refiriéndose a aquel
grupo conducido por Chucho Valdez en el que tocaban
Paquito D’Rivera y Arturo Sandoval. “Y hubo
otro grupo fundamental para nosotros, aunque más ligado a la
fusión popular que al jazz, Los Van Van. Ellos nos
ayudaron a reafirmarnos como cubanos y, al mismo tiempo, a
saber que podíamos ser parte del mundo.”
Por
Diego Fischerman
Tomado de
Página 12
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