Ernesto Kroch,
historiador y escritor de 93 años cuyos
padres murieron en los campos de
concentración de Alemania, y donde él
mismo permaneció prisionero, nos relató que
en sus frecuentes viajes a Berlín ha notado
el interés de los nietos de alemanes de su
edad por enterarse sobre el fenómeno nazi,
cuyos detalles casi desconocen. Vale,
entonces, recordar algunos hechos por estos
lares donde a menudo la historia se aprende
en las bibliotecas de los poderosos y se
frivoliza en la televisión.
Adolph Hitler
(1889-1945) nació en Austria. Era
hijo de un oficial de aduanas.
Desde joven intentó convertirse en artista y arquitecto, pero
fracasó.
Vivió varios años en Viena, donde desempeñó diferentes
trabajos; en esa ciudad germinó su rechazo
hacia los judíos y los sindicalistas.
En 1913, se trasladó a Munich, para librarse del servicio
militar obligatorio, pero al año siguiente,
al declararse la Primera Guerra Mundial, se
alistó en el ejército donde alcanzó el grado
de cabo y fue condecorado con la Cruz de
Hierro por su valor. Cuando finalizó la
guerra, había sido herido y como
consecuencia de los gases utilizados en
algunos combates perdió temporalmente la
vista.
Su amargura por la derrota, de la que culpaba a los judíos y
a los socialistas, lo llevó a infiltrarse
como espía del ejército en partidos
minoritarios.
Finalmente, se infiltró en uno de ellos con éxito, tomó
rápidamente el control del mismo,
rebautizándolo con el nombre de Partido
Nacional Socialista de los Trabajadores.
En 1933, tomó parte del “Pustch de la cervecería” en Munich,
intento de golpe de Estado. La Policía
barrió con ametralladoras la marcha de las
tropas de asalto nazi y Hitler pasó
nueve meses preso, durante los cuales
escribió “Mein Kampf” (Mi lucha), su credo
político autobiográfico.
Tras su liberación empezó a captar el respaldo de las masas
hacia el partido nazi.
Ya en plena recesión económica, recurrió a su comprensión
intuitiva de la psicología de las masas y a
manipular el antisemitismo, buscando crear
una coalición de obreros, industriales del
Ruhr y financieros descontentos.
En las elecciones de 1932 no tuvo éxito, pero su contrincante
-Hinderburg-, lo nombró Canciller en
1933.
En pocas semanas había organizado el incendio del Reichstag
-Parlamento-, culpando de ello a los
comunistas, y en las elecciones siguientes,
los nazis se aplicaron a intimidar a los
demás partidos, asegurándose la victoria por
un margen estrecho.
A partir de ese momento fue afirmando su poder absoluto, y
recurrió a los SS (su cuerpo de
seguridad), para perseguir y castigar
rivales implacablemente.
Puso en marcha el rearme alemán, una política exterior
agresiva y expansionista, reclamando las
tierras del Rhin, anexando Austria e
invadiendo Checoslovaquia.
Su ataque contra Polonia desencadenó la Segunda Guerra
Mundial. Durante la conflagración puso en
marcha los que en la jerga nazi se llamó “La
solución final de la cuestión judía”, y que
consistió en el exterminio de
aproximadamente 6 millones de judíos en lo
que el mundo bautizó como “El Holocausto”.
Sin poder aceptar el fracaso, Hitler se suicidó en
compañía de su mujer, Eva Brown, en
1945, cuando los rusos estaban a punto de
entrar en su bunker subterráneo.