Uruguay

Con Manuel Silva,

militante y obrero

(primera parte)

 

Un baqueano

en la ciudad

 

En las anécdotas y pinceladas de este ex trabajador de la empresa cervecera uruguaya Norteña asoman empresarios extranjeros y locales, guerrilleros y sindicalistas, vecinos y "gringos" del departamento de Paysandú.

 

 

El escenario de la entrevista con Manuel Silva es la ciudad de Paysandú. Ubicada en la margen oriental del río Uruguay, la capital del departamento (provincia) homónimo cuenta con unos 70 mil habitantes, y sus ciudadanos son llamados sanduceros.

 

En ella hoy campea el desempleo, la marginación social y la delincuencia. Pero no siempre fue así. Durante la Segunda Guerra Mundial, y hasta finalizar la guerra de Corea, Paysandú fue la segunda ciudad agroindustrial de Uruguay, luego de Montevideo.

 

Empresarios locales, subsidiados por el Estado, crearon un complejo agroindustrial exportador de carne, lana y cuero, generándose un proletariado industrial que rápidamente se sindicalizó, al tiempo que se consolidaba una nutrida clase media en torno al sector de servicios.

 

La prosperidad del Uruguay todo, y la de Paysandú en particular, parecía eterna, hasta que a fines de la década del 50 y principios de los 60 descendieron las exportaciones. El país se abría al mercado exterior y se firmaban las primeras cartas de intención con la banca internacional. Era el inicio de la extranjerización de tierras y fábricas.

 

Como contrapartida, surgía a nivel nacional el movimiento guerrillero tupamaro. Algunos de sus primeros combatientes son detenidos en 1963 en Paysandú, donde hasta entonces militaba su líder, Raúl Sendic, de cuya muerte se cumplirán 15 años a fines de este mes de abril. A partir de 1968 se incrementaron las movilizaciones callejeras en las principales ciudades del país, en rechazo a las medidas económicas del gobierno.

 

En 1973 se instaura una dictadura cívico militar y doce años después los uruguayos recuperan las libertades democráticas, pero con un país abierto a la penetración de las multinacionales. Desde 1985 los gobiernos constitucionales se empeñan en privatizar los servicios públicos mientras las agroindustrias cierran o se achican, y tercerizan a sus trabajadores.

 

En el campo popular la izquierda crece electoralmente, los guerrilleros se institucionalizan, la sociedad civil se organiza y los trabajadores oponen a la globalización del capital la internacionalización de sus luchas. Paysandú es uno de los epicentros de este proceso.

 

La militancia, siempre

 

La vida no ha sido fácil para Manuel Silva. Sin embargo, a sus 67 primaveras, es como dicen que fue siempre: dicharachero y optimista, pero para nada distraído. Según sus compañeros de militancia es un "práctico" que estudia el terreno donde pisa y evalúa amigos y adversarios.

 

Como gremialista confía en su elocuencia para armonizar opiniones diferentes y ha demostrado ser un "baqueano" (un experto, un conocedor de caminos) para encontrar salidas a las encerronas.

 

Manuel llega a la cita en bicicleta y puntualmente. Como introducción a esta entrevista le pedimos que cuente algo sobre su familia y sus inicios sindicales.

 

-Cuando mi padre murió -en 1942-, mi madre tenía 23 años y estaba embarazada; yo tenía 5 años y 3 mi hermana.

 

¿De qué vivíamos? Hacíamos bolsas y lavábamos botellas de las bodegas. Acarreábamos agua de una cisterna ubicada a varias cuadras de casa. Éramos muy humildes, pero mi vieja era de las que con una hoja de acelga hacía una comida. Teníamos una quintita, árboles frutales, gallinas y hasta una chiva. No sabíamos qué era ser autosutentable, pero lo éramos. Todas las casas tenían su quinta.

 

Pero la cosa fue cambiando. Mire, un vecino tenía un carro con caballo y comenzó a ir al campo a comprar pollos y gallinas que los vendía en la ciudad. Después se vendieron pollos muertos, después pelados y ahora asados. Se comenzó a aprovechar la comodidad de la gente.

 

Yo empecé a trabajar a los nueve años de ayudante de verdulero. Al mediodía dejaba para ir a la escuela y a la salida volvía al trabajo hasta las diez de la noche.

 

Me hubiera gustado ser carpintero, pero cuando terminé la escuela un vecino me consiguió trabajo como ayudante en la empresa sanitaria de don Pedro Lamarca. Allí aprendí el oficio de plomero y cuando don Pedro cerró su empresa no nos pagó despido, pero nos regaló las herramientas.

 

-Eso ¿estuvo mal o bien?

 

-¡Yo qué sé! Fue así, nomás. Don Pedro era un tano paternal. Un patrón de otra época.

 

-Entonces usted es plomero y...

 

-Soy un artista. (Interrumpe tras una carcajada.)

 

-¿Cuándo entra a trabajar en Norteña?

 

-En 1958, de zafrero. Cuando en la fábrica no se trabajaba salía con mi caja de herramientas a buscar alguna changa (trabajo ocasional) como plomero. Pero no escaseaba el trabajo. Yo aportaba en casa y hasta traje tenía para ir a algún bailongo. En esa época comencé el liceo nocturno y milité a nivel estudiantil.

 

-¿Ahí se hizo de izquierda?

 

-No. Creo que fue la vida toda la que me hizo de izquierda. Por ejemplo: cuando era muchacho un vecino que era tropero me dijo que estaba bien que no entrara a trabajar si en asamblea se decidía una huelga. Y eso me quedó grabado. Pero nunca integré un partido político.

 

-En esa época el Partido Comunista era fuerte entre los trabajadores.

 

-Tuve buenos compañeros comunistas, pero yo no me acomodaba a las directivas del partido. En las elecciones votaba a los socialistas.

 

-Usted conoció al fundador del movimiento tupamaro Raúl Sendic.

 

-Sí. Era un estudiante avanzado de abogacía cuando llegó a Paysandú y se instaló en el local del sindicato de los trabajadores de Paycueros (una gran empresa local de cueros) y de Norteña. Militaba en el Partido Socialista y defendía a los obreros. Trabajadores independientes y sindicatos recurrían a él para que los asesorara.

 

-¿Cómo era Sendic?

 

-Era un individuo de pocas palabras y de costumbres muy modestas. Recuerdo que se había armado una cama con unos postigos viejos. Yo le hice y le regalé una tropera (caldera de campaña) para calentar agua.

 

-¿Era un radical?

 

-¿Sendic?

 

-Sí.

 

-No. Qué va a ser. Raúl era... cómo decirle... un tipo razonable. Con sentido común, moderado.

 

-No es fácil de creer. ¿Puede darme algún ejemplo?

 

-Mire, en 1960, más exactamente en agosto de ese año en Norteña llevábamos dos meses de huelga cuando la empresa mandó telegramas colacionados a todos los trabajadores menos a la dirección del sindicato, para que se presentaran a trabajar al día siguiente. La empresa tenía buenas relaciones con el cuartel, y logró que los militares rodearan la fábrica. Hicimos una asamblea y los compañeros se radicalizaron. Cuando se estaba por decidir no presentarse a trabajar, Sendic pidió permiso para hablar y como asesor sugirió presentarse, porque -justamente- lo que buscaba la empresa era que no nos presentáramos. Me acuerdo que propuso nombrar una directiva provisoria que discutiera con la patronal cuál sería el futuro de los compañeros no citados a trabajar y luego hacer otra asamblea. Fue lo que hicimos.

 

-Entonces, ¿cómo es que este hombre funda una guerrilla?

 

-Fueron las circunstancias. Pienso que a Sendic se le terminó la paciencia cuando se fue para el norte del país a trabajar con los cañeros (los trabajadores de la caña de azúcar) de Bella Unión (en el departamento de Artigas, fronterizo con Brasil). Allí era brava la cosa con los "gringos" (estadounidenses dueños de los ingenios azucareros). Los tupamaros eran instruidos y mansos. No como yo, que era un calentón, aunque después fui aprendiendo.

 

-¿Nunca integró el movimiento tupamaro?

 

-No. Tenía muchos amigos que fueron tupamaros pero ninguno nunca me propuso integrarme a la organización. Habrán pensado que no servía. Eso siempre me lo pregunté y... vaya a saber.

 

 

Carlos Caillabet

© Rel-UITA

23 de abril de 2004

 

 

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