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Manuel Silva
y Jair Krischke, fundador y presidente del
Movimiento de Justicia y Derechos Humanos en Brasil.
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-¿Cómo se inicia en la militancia gremial?
-Integré la dirección del sindicato de trabajadores de
Norteña
en 1959 y todo comenzó por no saberme callar la boca. En una
asamblea se decidió pedir un aumento de sueldo y faltaba gente
para ir a hablar con la patronal. Entonces yo pregunté a mis
compañeros dónde tenían los cojones.
-¿Y?
-Y me mandaron a mí.
-Norteña fue propiedad de empresarios de Paysandú, hasta que
en 1968 la compró el grupo cervecero alemán Oetcker. ¿Qué
cambios se notaron en la relación entre la patronal y el
sindicato con los nuevos dueños?
-Antes que compraran los alemanes el arquitecto
Nicolás Máscolo era el presidente del directorio de Norteña y
por esa época los trabajadores comenzaron a perderle miedo.
Era una especie de burgués nacional muy relacionado al poder
político. Cuando se recibe abre una empresa de construcción y
la primera obra que hace en Paysandú es el liceo. Como se
trataba de una obra pública debía pagar el salario fijado a
nivel nacional. Un tío mío entra a la fábrica a trabajar de
oficial albañil y Máscolo le dice que delante del sobrestante
le iba a pagar lo acordado oficialmente pero que después debía
pasar por su despacho a devolverle el dinero.
Se cuenta que Máscolo construyó una carretera con diez
centímetros menos de cada lado de lo que establecía el pliego
de condiciones. En Norteña Máscolo había formado una empresa
fantasma que nunca pagó los aportes jubilatorios y cuando la
gente se fue a jubilar se encontró con que no tenía nada. Los
alemanes arreglaron ese asunto. Ellos respetaban las
resoluciones gremiales de la Federación de la Bebida y cuando
compraron la fábrica respetaron nuestros derechos. En general
hubo una buena relación con ellos.
-Parece que en este caso resultó peor la patronal nacional que
la alemana.
-Hay de todo, pero como decía Artigas (el héroe
nacional) hay malos europeos y peores americanos.
-¿Qué pasa con los trabajadores de Norteña el 27 de junio de
1973, cuando se da el golpe de Estado en Uruguay?
-Yo era el presidente del sindicato y esa madrugada me
comunican los compañeros desde Montevideo que se había dado el
golpe. La central única de trabajadores había decidido años
antes que en caso de golpe de Estado se ocuparan las fábricas.
Hacemos una asamblea, informamos y se decide ocupar. Nunca
antes se había ocupado Norteña, pero esta vez previamente se
había disciplinado a la gente y por votación secreta se
decidió ocupar. Se comunicó esa resolución a los alemanes y
ellos no hicieron problema. No les prohibimos la entrada de
sus técnicos a la planta.
-¿No hubo represión durante la ocupación?
-Casi. Una noche el jefe de Policía nos comunicó que
si no desalojábamos a la hora cero de ese día nos sacaban por
la fuerza. Los camiones con soldados rodearon la fábrica. Nos
reunimos en asamblea y propuse llamar al gerente de la
empresa, que también era un alemán. Cuando responde, le
comunico que las Fuerzas Armadas querían desalojarnos y el
alemán dice que es un problema nuestro. Le explico que también
sacarían a los compañeros que cuidaban la cebada y la cerveza
almacenada en el sótano. El alemán se alarma y me pregunta
"¿Qué hacemos?" Yo le respondo que ese es un problema de
ellos. Entonces parece que los alemanes se comunican con el
jefe de Policía y no nos desalojan. Es más, seguimos la huelga
después que a nivel nacional se había levantado. La empresa le
paga los jornales a los compañeros encargados de mantener la
reserva de cerveza y ellos los donan al sindicato. Entramos a
trabajar sin problemas. En mi caso me llamaban a cada rato del
cuartel, me interrogaban y el comandante me prepoteaba. Los
depósitos en bancos del sindicato los pusimos a nombres de
profesionales amigos y eliminamos las actas de las reuniones.
-¿Cuándo lo despiden de Norteña?
-En diciembre de 1974 me cita la Policía. Me presento,
me interrogan y me pasan a un cuartel. Cuando me largan y
llego a casa me encuentro con un telegrama colacionado de la
empresa en el que se me comunicaba que si no me reintegraba a
trabajar en tal fecha se consideraría que yo había hecho
abandono del trabajo. No sé exactamente qué papel jugó la
empresa en esto, pero quedé afuera.
-Sin usted la patronal pierde un interlocutor gremial válido o
por lo menos conocido. ¿Usted piensa que los empresarios
cedieron a presiones de los militares?
-Sí, puede ser. Pero también es posible que la empresa
no me adjudicara la representatividad suficiente y entonces
buscara la forma de echarme.
-Sin embargo, usted era el presidente del gremio.
-En ese momento sucede algo que quizá los alemanes
hayan tenido en cuenta para despedirme. Lo había omitido, pero
ahora me parece importante. En noviembre del 74 pedimos a la
empresa un préstamo no reintegrable de mil pesos para cada
trabajador. La patronal responde que nos iban a dar el
préstamo pero que lo descontarían en dos quincenas.
Solicitamos permiso a la Jefatura de Policía para hacer una
asamblea, como era norma bajo la dictadura, y nos autorizaron
a realizarla. La asamblea rechazó por gran mayoría la posición
de la empresa, pero los alemanes me comunicaron que tenían una
lista de unos 200 trabajadores (sobre los 500 que éramos)
dispuestos a aceptar el préstamo en las condiciones fijadas
por la empresa. Me llama el gerente y me increpa: "¿Quién
miente acá? Usted me dice que por unanimidad se rechazó el
préstamo y resulta que todos estos están dispuestos a
aceptarlo". A la semana me despiden. Supongo que pensaron que
había perdido peso entre los trabajadores.
-¿Qué hacen sus compañeros?
-Nada.
-¿Cómo evalúa esa actitud?
-Era un momento muy difícil y los que levantaron el
préstamo fue por necesidad económica, pero los demás
integrantes de la Comisión Directiva no lo hicieron.
-¿Cuándo lo restituyen y cómo es su militancia desde entonces?
-Me restituyen en 1984, gracias a los compañeros. Por
elecciones vuelvo a la presidencia del gremio de Norteña y soy
elegido secretario general de la central obrera en Paysandú.
Manuel Silva milita activamente hasta que se jubila en
1997. En 2000 la multinacional
AmBev compra
Norteña, establece su monopolio cervecero en Uruguay y en
2003, luego de un largo conflicto, cierra su planta en
Paysandú. Contrariamente a algunos de sus compañeros, Silva
nunca creyó que la compra de Norteña por
AmBev pudiera
favorecer a los trabajadores. El capital se mueve en un mundo
globalizado y sólo la lucha a escala internacional de los
trabajadores puede resistir la embestida de las
multinacionales, dice. Norteña, en su historia, conoció dueños
nacionales, alemanes y por último a
AmBev. Silva
rescata la época de los alemanes como la mejor en cuanto al
relacionamiento entre trabajadores y empresarios. Entre la
voracidad de los representantes de
AmBev y el
despotismo de los dueños uruguayos no sabe con cuál quedarse.
Actualmente, y de forma honoraria, Silva milita como asesor
sindical de UITA y es delegado a la Junta Nacional de Empleo
por Paysandú.
Carlos
Caillabet
© Rel-UITA
29 de abril de
2004