Un día como hoy,
hace 190 años, nacía quien 49 años más tarde
escribiría El Capital. A partir de ahí el
mundo ya no fue el mismo
Karl Heinrich Marx nace el 5 de mayo de 1818 en Trier (Treveris, fundada por los romanos de
los cuales se guardan con predilección las
antiguas ruinas de la ciudad de 2000 años de
antiguedad), en una casa de dos pisos con un
patio interior todavía existente que se sitúa
hoy en la “calle Karl Marx” de la indicada
ciudad, propia de una familia de la pequeña
burguesía prusiana. Su padre, Heinrich Marx,
abogado de formación y burócrata del Estado
luterano, de antigua familia judía (el abuelo de
Marx fue el rabino de Trier, lo mismo que
un hermano menor de su padre), era un ilustrado,
que se casó con Henriette Pressburg
(igualmente de una familia de rabinos holandeses
por siglos). El 24 de agosto de 1824 se bautiza
luterano, obligación que su padre (burócrata
prusiano) debió realizar bajo presión. Su madre
permaneció judía hasta su muerte.
El joven Marx estudió la preparatoria en
el colegio Spee, en memoria de un famoso jesuita
progresista y crítico político de comienzo del
siglo XIX. En 1835 pasa su examen de
bachillerato manifestando ya profundas
convicciones éticas. En su “examen de alemán”,
contra I. Kant, expresa que “la virtud no
es el engendro de una dura doctrina de deberes”;
por el contrario, la ética exige al ser humano
ser feliz y “el ser humano más feliz es el que
ha sabido hacer felices a los demás”. Por ello,
la ética enseña “que el ideal al que todos
aspiran es el ofrecerse en sacrificio por la
humanidad”. ¡Y tenía Marx sólo 17 años!
Estudió derecho en el momento todavía de gran
brillo de Berlín, poco después de la muerte de
Hegel. En 1841, en el mismo año en que
Schelling criticó frontalmente a este gran
filósofo (en presencia de más de 500
estudiantes, entre los que estaban
Kierkegaard, Engels, Feuerbach,
Savigny, y tantos otros), Marx
presentaba su tesis doctoral, pero en filosofía
(y no en derecho) en la Universidad de Jena. En
ella habla del dios fenicio: “¿No ha reinado el
antiguo Moloch?” Años después, en 1855,
expresará todavía que “es sabido que los señores
de Tiro y Cartago no aplacaban la cólera de los
dioses sino sacrificándoles... niños pobres
comprados para arrojarlos a los brazos ígneos de
Moloch”. Cinco años antes, le escribía
una carta a Engels comunicándole la
muerte de su hijito Enrique Guido, muerto
antes de un año de edad en su pobrísimo y frío
departamento de dos habitaciones en Londres: “El
pobre niño ha sido un sacrificio a la misère
burguesa”.
Marx pasará
en 1842 a la crítica política, todavía desde la
religión, bajo la temática del fetichismo. Como
el fundamento del Estado para Hegel era
la religión luterana del emperador prusiano,
había que comenzar con la crítica del fundamento
(la religión) para criticar al Estado (la
política). Se trata de la crítica de la
cristiandad, como la denominará Kierkegaard.
Es decir, el cristianismo se había confundido
desde Constantino, en el siglo IV, con el
imperio. Por ello Marx indicará (en el
número 179 de la
Gaceta de
Colonia): “Ustedes quieren un Estado
cristiano... Lean la obra de San Agustín
De Civitate Dei y de los demás
padres de la iglesia... y vuelvan y dígannos
cuál es ese Estado cristiano”. La crítica
política sabe que no puede haber, ni para los
cristianos, un Estado cristiano.
En 1843 pasa de la crítica religiosa de la
política a la economía política. En
La cuestión
judía se pregunta, como buen judío
(porque siempre se autointerpretó como judío),
pero siguiendo la tradición de los profetas que
supieron criticar a su propio pueblo: “¿cuál es
el culto mundano que el judío practica? La
usura. ¿Cuál su dios mundano? El dinero” –es
decir, Mamón, Moloch.
En su exilio en París, ahora sí y por primera
vez, Marx se lanza al estudio de la
economía política. Descubre que la
fundamentación última de la acción política es
material, si por “materia” se entiende el
“contenido” de toda praxis cuya referencia es
siempre la afirmación y reproducción de la vida
humana.
Le tocará todavía huir a Bruselas; escribir la
obra maestra de política y economía que
clarifica la “línea” estratégica a los
movimientos llamados “comunistas” dentro de los
sindicatos y nacientes partidos políticos
obreros de Europa. Lo de “partido” del
“Manifiesto del partido comunista” no debe
entenderse en el sentido actual. Se trata en
cambio de las orientaciones
práctico-estratégicas de las “corrientes”
comunistas de esos sindicatos y partidos.
En 1849 se encuentra Marx definitivamente
en Londres, habiendo sido expulsado ahora de
Bruselas. Allí permanecerá, a excepción de
cortos periodos en Alemania, hasta su
muerte. Será tiempo de intenso trabajo
intelectual en la mejor biblioteca económica de
Europa, la del Museo Británico. Allí
diariamente llenará más de 120 cuadernos de
apuntes, escribirá cientos y cientos de cartas,
cientos de artículos, algunos pocos libros y
millares de hojas manuscritas que todavía no
terminan de editarse. Sin embargo, todo ese
gigantesco trabajo culminó en un tomo de una
obra inconclusa y publicada en 1867:
El capital.
Fue, y sigue siendo, la crítica más articulada
del sistema capitalista, donde se demuestra la
imposibilidad de ese sistema en el largo plazo,
por ser destructor de la vida en la naturaleza y
de la humanidad. Ante los efectos negativos
crecientes actuales, en gran parte irreversible
del capitalismo en su fase neoliberal, su libro
retorna, crece, vuelve a reconocérselo como una
de las obras clásicas de la historia de la
humanidad.
El mismo Marx manifestó el sentido ético
de su obra cuando escribió: “Todo el tiempo que
podía consagrar al trabajo debí reservarlo a mi
obra, a la cual he sacrificado mi salud, mi
alegría de vivir y mi familia", escribía el 30
de abril de 1867. "Si fuéramos animales
podríamos naturalmente dar la espalda a los
sufrimientos de la humanidad para ocuparnos de
nuestro propio pellejo. Pero me hubiera
considerado poco práctico de haber muerto sin al
menos haber terminado el manuscrito de mi
libro”.
Desde su juventud (“hacer felices a los más”)
hasta su muerte (evitar “los sufrimientos de la
humanidad”) Marx pensó lo mismo, es
decir, que había que luchar para que los
sistemas de injusticia fueran superados en un
“Reino de la Libertad”, del pleno desarrollo de
la capacidades creativas, aun estéticas, del ser
humano. Al sufrimiento de los oprimidos había
que negarlo y transformarlo, en un nuevo
sistema, en felicidad.
Tomado de
La jornada
5 de mayo de 2008
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