Hemos esperado unos días. Para que sirviera como reflexión y
no como crónica de un suceso. La semana de la memoria he
estado en la Patagonia. En Santa Cruz. Tierra para recorrer,
admirar, pensar. Nunca lo hubiera imaginado cuando hace
cuarenta años inicié la investigación de aquel crimen
horrible e inexplicable de los fusilamientos de peones
rurales de 1921.
Esta Semana de la Memoria, Santa Cruz se la dedicó a ellos.
Por supuesto fueron punto de partida para memorizar todo lo
que se cometió en estas tierras increíblemente bellas y
creadas para la meditación. Me sorprendió. Estuvo todo el
pueblo en los actos. Se recordaron las huelgas rurales en
todos sus detalles. Es la historia carnal. Inexplicable. No
hay explicación. Fusilados por huelguistas.
En
Gobernador Gregores –ciudad a la que yo llamo Cañadón
Font, porque antes se llamaba Cañadón León, pero el
verdadero protagonista de esa región fue el gaucho José
Font, “Facón Grande”, héroe de esa huelga
justa y noble; por eso “Cañadón Font” y no Gregores, nombre
impuesto desde Buenos Aires–, ahí, prosigo, hubo un desfile
en el cual participó todo el pueblo. No voy a dar nombres,
porque tendría que citar también, entonces, a cada una de
esas personas que pusieron el rostro: pueblo, y también
presentes desde el gobernador hasta el último funcionario.
Allí se oyó
vibrar la palabra cuando se recordó a los mártires del
trabajo caídos por las balas del 10º de Caballería. Entre
ellos, Facón Grande, el entrerriano, que sin ser peón
salió al frente de las peonadas porque comprendió que era
justo defender a los trabajadores de la tierra contra la
explotación del latifundismo creado por Roca.
Pero todo
comenzó en Río Gallegos con actos en la universidad y en la
Dirección de Cultura. Y de allí salir a recorrer esas
distancias infinitas y volver a vivir la emoción del
recuerdo. Se marcó el circuito histórico-cultural. Sí, un
turismo cultural que ayuda a saber y comprender la historia
de los pueblos.
En ese acto
de Cañadón Font, en el “Cañadón de los Muertos”, se llevaron
flores a la tumba masiva de los peones fusilados. Estuvieron
presentes hombres de a caballo (y mujeres también) con
prendas gauchas, con mirada silenciosa oyendo las palabras
de recuerdo ante tantos hijos de la tierra muertos a balazos
oficiales.
Un día
pleno de sol, como cuando cayeron gritando “viva la huelga”.
Y de allí por las rutas de tanta estancia hasta llegar a la
tumba donde están los huesos de Albino Argüelles, el
idealista de la justicia social, llegado desde Buenos Aires,
perseguido por haber actuado en la Semana Trágica, y que de
inmediato se puso al servicio de los derechos de la peonada
rural.
Allí, en el
mismo lugar donde fue fusilado Argüelles, están los huesos
de sus compañeros que desoyeron el obedecer que manda el
patrón. Pero la emoción aumenta cuando se ve al pie de la
tumba una placa que recuerda que allí descansan también las
cenizas de la compañera y la hija de Argüelles, que ochenta
años después del fusilamiento del héroe fueron traídas desde
Buenos Aires por su nieto, en un acto que nos llenó de
emotividad.
De allí al
desfile popular en Cañadón Font (Gregores) y actos en
salones plenos de participación popular. Sonaron las
guitarras gauchas y los cantos criollos por Facón Grande, el
héroe que tiene un increíble monumento en la entrada de
Jaramillo. Allí, a pocos metros de donde fue fusilado. Ahí
está, con la mirada hacia Buenos Aires como preguntando:
¿por qué hicieron esa matanza las tropas venidas de Buenos
Aires? Si pedíamos tan poco frente al poder de los
terratenientes. Esos que, finalmente, le cantaron el “for he
is a jolly good fellow” al teniente coronel Varela. Sí, los
dueños de la tierra desde la concesión Grünbein, cuando
Roca le dio dos millones quinientas mil hectáreas de
tierras santacruceñas a 137 estancieros ingleses:
Halliday, Scott, Wood, Wilson,
Hamilton, Saunders, Mac George, etc.,
etc., etc., etc. Realidades del pasado argentino. De eso no
se habla.
En
Jaramillo el pueblo vibró con el recuerdo de los fusilados
en sus tierras. Con la guardia gaucha siempre presente. Y
todo allí se conserva: el trabajo de restauración de la
estación ferroviaria, donde estuvo Facón Grande
detenido ya para ser llevado al muere, las casas históricas
con el recuerdo de las primeras familias. El culto de la
historia palpita en ese rincón del mundo.
Y de allí a
Puerto Deseado, la ciudad abierta a la historia. Donde se
llevó a cabo la reconstrucción del combate de Tehuelches.
Cuando Facón Grande hizo recular al ejército
argentino, en el único combate abierto entre los uniformados
y los huelguistas. Y donde también el teniente coronel
Varela traicionó a Facón Grande, a quien invitó a
parlamentar y allí lo hizo detener y fusilar. Un hecho que
ha quedado para siempre en esas tierras patagónicas. La
traición a la palabra.
Por eso,
mientras hoy Facón Grande es el héroe de esas tierras
y tiene un monumento, del represor nadie se compadece. Hasta
hace muy poco su tumba en el panteón militar de la Chacarita
tenía una sola placa que decía: “La comunidad británica de
Santa Cruz al teniente coronel Varela, que supo
cumplir con su deber”. Está todo dicho. No falta ningún otro
documento para demostrar por qué intereses fusiló el oficial
argentino.
En Puerto
Deseado nos encontramos con una agradable sorpresa: los
jóvenes que integran el núcleo de investigadores de esta
historia patagónica. Pues bien, ese grupo se ha puesto el
nombre de: “De cara a la Livertá”. Sí, Libertad escrita así,
tal cual estaba escrito en una rústica cruz que yo encontré
en el año 1973 en una tumba masiva que decía: “A los caídos
por la Livertá”.
Palabras
grabadas por las manos de algún peón. Claro, un ser que no
sabía cómo se escribía ese concepto, pero que tenía
conciencia de lo que significaba y luchaba por ella, como
sus compañeros muertos. Porque esa gente sabía que la
dignidad empieza por la libertad.
Sin
libertad nunca habrá dignidad. Esa cruz, décadas después fue
entregada por el doctor Suárez Samper y por mí al
museo de Jaramillo. Es como para seguir escribiendo Livertá
así. Tal vez logremos de esta manera la verdadera: la
Dignidad en Libertad.
Para mí,
todo ese recordativo en la Semana de la Memoria santacruceña
fue el punto final a la búsqueda de la verdad de esos hechos
tan crueles de nuestra historia. Ya está instalada esa
verdad histórica, ya nadie la puede destruir. Me imagino el
rostro de esos trabajadores de la tierra en el momento en
que se encontraban frente a los pelotones de fusilamiento.
El dolor,
la incomprensión ante una injusticia inenarrable. Allí están
sus huesos, en esas inmensidades. Tal vez rondan por las
calles de nuestros desaparecidos. Con todos los que luchan
eternamente por la Livertá.
Y sigue el
pueblo luchando por sus héroes y la dignidad en la historia.
En Balcarce se ha eliminado el nombre de la calle General
Uriburu, el golpista fusilador del ’30, y sigue la lucha por
quitar su monumento. En Azul ha ocurrido algo como para
salir a la calle a aplaudir: un colegio de esa ciudad pasará
a llamarse “Arbolito”, por el voto de sus alumnos. Arbolito
fue el ranquel que puso fin a la vida del coronel Rauch,
militar europeo contratado por Rivadavia “para
exterminar a los indios ranqueles”.
Y el primer
comunicado de ese militar occidental y cristiano lo dice
todo: “Hoy, para ahorrar balas, hemos degollado a 27
ranqueles”. Está todo dicho. Hasta que un ranquel, apodado
“Arbolito” por su largo pelo, lo esperó en una hondonada e
hizo justicia. Ahora, el voto estudiantil ha justificado esa
acción con su voto, por el “derecho de matar al tirano”.
Y otra
noticia que nos llenó de alegría es que el jurado del
Festival del Cine Documental Político de Buenos Aires nos
otorgó el primer premio de producciones argentinas de
largometraje por nuestro film Awka liwen (“Rebelde
amanecer”), que justamente habla sobre el pasado y presente
de la población autóctona de estas tierras argentinas.
Es que la
verdad no puede negarse, a pesar de los intentos de una
historia oficial que está cayendo en desuso ante las
pruebas. Es un paso más hacia la “Livertá”.
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