Triunfaron definitivamente. Acabo de volver a visitar todos
los lugares que recorrí en la Patagonia para investigar las
trágicas huelgas rurales del 21-22. Hice el mismo camino de
aquel entonces. Puedo decir que los vencidos de ayer han
triunfado definitivamente. Los humildes héroes tienen el
recuerdo permanente de la población. Sus nombres están
inscriptos en colegios, monumentos, calles, cañadones. Ya no
podrá venir nadie a alejarlos del recuerdo popular.
En Jaramillo me esperaba una partida de gauchos con sus
vestimentas típicas. Hubo música, bailes populares. La
intendenta del lugar, Ana María Urricelqui, habló de lo que
había significado para la historia de esas extensiones
patagónicas la figura del gaucho Facón Grande, fusilado por
el Ejército Argentino por pedir por las peonadas. Un lienzo
de este gaucho cubría una pared del salón de actos
municipal, pintado por un artista local. Hoy es el héroe más
popular de toda la provincia. Su monumento está a la entrada
de Jaramillo.
Más al sur, en San Julián, se recuerda al héroe venido de
Buenos Aires para acompañar a los trabajadores del campo:
Albino Argüelles, fusilado por el capitán Anaya, que devino
general golpista años después.
En la estancia San José, con el historiador y médico
patagónico Suárez Samper, repusimos la cruz que algún gaucho
había puesto en la tumba masiva de los peones de la columna
Argüelles, masacrados por el teniente coronel Varela. La
cruz tenía grabadas a punta de cortaplumas las bellas
palabras de duelo: "A los caídos por la livertá". Sí, así,
con v corta y sin d final y con acento. Se ve que el gaucho
tal vez tenía poca escuela gramatical pero sí una profunda
cultura de hombre libre: la máxima palabra era para él la
Libertad, que no es otra cosa que la Dignidad. Por eso los
habían asesinado, por ser dignos y no someterse a los
dictados de la explotación del sistema.
En la estancia La Anita de los Braun Menéndez está y estará
para siempre, marcado con un monolito, el lugar que guarda
los restos de los 610 peones fusilados por el Ejército
Argentino en aquel espantoso 10 de diciembre de 1921, cuando
el bellísimo Calafate se cubrió de sangre humilde por la
codicia de los propietarios y la crueldad militar.
El silencio nos habló allí del duelo eterno. Por pedir un
paquete de velas por mes, cuatro tiros. Pero nada es
gratuito: el monumento será un eterno dedo acusador a los
explotadores y a sus defensores oficiales.
Sí, el monumento está allí, frente a la propia estancia.
Pero no está en paz. Las manos sucias de siempre tratan de
destruirlo. Su estado es lamentable: las placas de las
adhesiones robadas o rotas, y lo que debiera ser un jardín
en su frente es nada más que tierra seca y yuyales aunque
unas flores silvestres resisten para demostrar que siempre
estarán allí dando sus colores por los caídos. Ya dijimos
una vez en estas páginas que los responsables de los
monumentos deberían reponer todo lo que se rompe o destruye.
En la soledad, los aviesos aprovechan a destruir lo material
porque jamás podrán ya esconder los crímenes oficiales
masivos.
En El Calafate, fue el encuentro ahora con Isabel Soto, la
hija de Antonio Soto, el gallego anarquista padre de las
huelgas del sur santacruceño. Ella vino de Punta Arenas para
recordar a su padre. Aquel que dijo en la última asamblea:
"Yo no soy carne para tirar a los perros" y prefirió
internarse en la cordillera antes de entregarse a las tropas
del capitán Viñas Ibarra, quien lo hubiera fusilado. Estamos
en el museo de Calafate y comprendemos las lágrimas de
Isabel al recordar a su padre cuando de pronto llega un
conjunto de turistas alemanes. Recorren la Patagonia en
motocicletas y cuando se enteran de las huelgas me someten a
un interrogatorio que no tiene fin. Quieren saber todo.
Acerca de los huelguistas alemanes Schulz y Otto y también
de Kurt Gustav Wilkens, el vengador, el que a va dejar
muerto en Palermo al teniente coronel Varela, fusilador de
peones rurales.
Wilckens decidió hacer justicia por su propia mano de
acuerdo al principio de matar al tirano. "Cuando no hay
justicia, la justicia debe realizarla el pueblo", fue su
consigna. Y Varela va a caer en la calle Fitz Roy, en una
bella mañana del verano porteño de 1923. Todo quieren saber
los turistas alemanes. Cuando quedan satisfechos, montan de
nuevo sus motos, arrancan y saludan con la mano.
En Piedra Buena, el antiguo Paso Ibáñez, el intendente nos
va a mostrar dónde tuvo lugar el combate entre el Ejército y
los huelguistas. Allí va a surgir la figura de otro gallego,
Outerello, que estuvo al frente de las peonadas hasta el
fin, hasta que cayó ante los Mauser de Varela. En Piedra
Buena me prepararon una alegre sorpresa: poder manejar el
camión de 1917 que utilizamos en la filmación de La
Patagonia rebelde. Fue un gusto peligroso manejar esa mole
que gruñía como un elefante, por las calles de la bella
ciudad. Volví así a manejar por primera vez desde 1979, el
día aquel que por escuchar los increíbles relatos de quien
me acompañaba, el querido Osvaldo Soriano, me distraje, y
atropellé el auto de un turco y resolví no manejar más. Pero
ahora no podía decir que no a ese regalo peligroso. Arriba
de ese mamotreto de hierro motorizado me sentí como "Schumi"
en la Patagonia.
De allí fuimos a Río Gallegos, donde nos esperaban
historiadores, bibliotecarios, archiveros con los tesoros
documentados sobre los cuales casi cuarenta años atrás había
reconstruido la tragedia. Tuve la dolorosa comprobación de
que el juez de la dictadura, Pinto Cramer, había regalado
las carpetas descubiertas por mí en el archivo del juzgado
federal al señor Osvaldo Topcic. Los hombres de la dictadura
no sólo se consideraban dueños de la vida y de la muerte de
todos sino también dueños de los papeles de la historia. Lo
entrevisté al señor Topcic, quien reconoció haber recibido
del representante de los golpistas del '76 esos valiosos
papeles. Ojalá los devuelva muy pronto adonde pertenecen, al
archivo donde se guardan los testimonios de todos los
santacruceños. La sociedad no sólo tendría que juzgar a los
asesinos y torturadores de la desaparición de personas sino
también a sus cómplices civiles que manejaron la sociedad a
sus gustos e intereses.
Y vino entonces la entrevista sorpresiva: la nieta del vasco
Zurutuza. Ese trabajador rural libertario había acompañado a
Antonio Soto en toda la huelga y también decidió no ser
"carne para tirar a los perros" y atravesó junto a él la
cordillera para salvar su vida y continuar sus luchas. La
nieta vino a verme con una colección de fotos de su abuelo y
llenó el ambiente de tibieza y recuerdos sobre la vida de su
abuelo. Ella se sentía muy orgullosa de que su abuelo
hubiera luchado por la dignidad de los peones rurales. Le
brillaban los ojos de alegría al poder relatar que su abuelo
había sido "uno de los huelguistas del '21".
Sí, de allí a estancia Bella Vista, en la antigua Cañadón
León, ciudad cambiada de nombre por la del militar
Gobernador Gregores. Las tierras de Facón Grande. Por eso
hemos propuesto que se vuelva al nombre de antes cambiándole
solamente la palabra León por Font. Cañadón Font sería el
nombre de esa tierra para recordar al gaucho que murió por
defender a sus pares gauchos. Antes de llegar a Bella Vista,
un cartel señala "Cañadón de los muertos". Allí, a unos
centenares de metros, está la tumba masiva de los fusilados
del '21. Una cruz y dos grandes ruedas de carro los
recuerdan. De allí a la estancia, donde todavía está el
galpón en el cual los militares encerraron a cientos de
huelguistas en las condiciones más inhumanas para luego
llevarlos al cañadón a fusilarlos.
Luego, llegada al colegio José Font, sí tal cual, el mejor
premio a Facón Grande. Darle su nombre a un instituto de
enseñanza. Un símbolo de la solidaridad y el coraje civil
ante la injusticia. Nombre votado por los docentes, los
padres de los alumnos y los alumnos. Nada más democrático y
más digno. Allí se hace un acto para público, docentes y
alumnos. Hablamos sobre "La Noche del Chancho", el estudio
de la docente Hurí Portela sobre las tropelías cometidas por
el comandante de Gendarmería Callejas durante la dictadura
de Videla. El trato que propinó a los estudiantes de la
escuela Agrotécnica de esa ciudad. Se está rodando un film
sobre esos hechos. Sí, la gente quiere dejar constancia,
testimonio, se nota mucho dolor y rabia. La Gendarmería no
pidió jamás disculpas por esos hechos aberrantes.
Lo mismo que el Ejército. Varela estaba enterrado en el
Panteón militar de la Chacarita. Su tumba tenía una sola
placa que lo dice todo: "La Comunidad británica de Santa
Cruz al teniente coronel Valera que supo cumplir con su
deber". Últimamente han pasado sus restos a una sección que
se titula "Muertos por la Patria". La pregunta que surge es:
¿por la patria de quién? ¿De los latifundistas?
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