Interesante. Acaba de ocurrir en esta Alemania.
Gobernada, como la califican los sociólogos de fuste, por
una coalición de la izquierda “moderada” (las comillas son
mías) y la derecha moderada. (La derecha siempre es
moderada, en la Argentina hubo “pensadores” que
calificaron a Videla de gobernante “moderado”.) Es
decir, en Alemania el gobierno está compuesto por
demócratas cristianos y socialdemócratas. Pues bien, el
ministro de Trabajo, Olaf Scholz, salió a leer un
documento oficial ante los periodistas. En ese documento,
estudiado y redactado por organismos oficiales, se señala
que en el 2007, en Alemania -el país mejor organizado
económicamente de Europa- ha avanzado la pobreza y,
al mismo tiempo, avanzado la riqueza. Se señala en ese
estudio que en Alemania el 13 por ciento de la
población está bajo el nivel de pobreza, y otro 13 por
ciento no cae en la pobreza porque cobra del Estado ayuda
por niño o el seguro de desocupación.
¿Pero cómo? ¿Acaso Fukuyama no nos aseguró que el
capitalismo, por sí mismo, iba a solucionar todos los
problemas económicos del mundo? ¿Qué podemos esperar si
Alemania va para atrás? Claro, en lo que respecta sólo a
los pobres, porque el mismo estudio oficial señala que los
ricos van para adelante, a toda vela. Palabras textuales del
ministro Olaf Scholz: “La tijera entre pobres y ricos
se ha abierto más aún”. Bien, aquí podríamos preguntarle al
ministro por qué con esa tijera no le cortan las alas al
sistema económico que aplican. “Las ganancias de los ricos
crecieron -agregó el ministro- y la clase media se ha
estancado.” Tal cual. Y agregó: “Es deprimente, en especial,
que haya crecido el número de los que trabajan y a pesar de
ello se encuentran en situación de riesgo de caer en la
pobreza”.
Por supuesto, algunos lectores dirán que los pobres en
Alemania no son tan pobres como en la Argentina.
En la Argentina nuestros pobres viven en “villas de
emergencia”, como el idioma oficial las denomina, eliminando
la palabra de la sabiduría del pueblo, que las llama “villas
miseria”. Los pobres en Alemania viven en casas. Pero
igual, la humillación de la diferencia es la misma. Se nota
en los supermercados de aquí entre quienes todos los días
compran nada más que fideos o papas y no salen jamás de
vacaciones y todos los otros que aprovechan las exuberancias
perversas de la sociedad de consumo y que ahora van en jets
privados a sus vacaciones en la Costa Azul. Sí, hay cada vez
más jets privados.
Hasta se llega a esto, que tendría que darnos vergüenza a
todos como seres humanos: en Munich se acaba de inaugurar la
feria de los ricos, sí, para millonarios, Luxurious Fair,
tal cual el nombre con que se anuncia. La entrada cuesta
nada menos que 35 euros y se vende lo más exquisito y
exótico que la mente humana pueda imaginar. Por ejemplo:
handies de lujo, de oro puro y adornados con diamantes. El
pequeño aparato está dentro de un estuche en madera de arce
de azúcar. El modelo “red devilkin of the stars” fue
comprado por un industrial alemán en 149.000 euros para
regalárselo a su hija cuando ella terminó su secundario. La
socióloga alemana Ricarda Junge se pregunta en un
artículo titulado “Nosotros, forjadores de la felicidad”,
ante la nueva estadística de la pobreza: “¿Por qué el 26 por
ciento de nuestra población debe vivir en la pobreza o
marginada? ¿Es nuestra culpa? ¿O nos explicamos todo como
los norteamericanos puritanos que se rigen por la regla:
Dios premia a los buenos con la riqueza y castiga a los
malos con hambre y piojos?”.
Una pregunta concreta de la socióloga. ¿Cómo la responderían
nuestros obispos?
Eso sí, armas, más armas. En vez de repartir el pan nuestro
de cada día, se fabrican más armas y se siguen haciendo
grandes negocios con ellas. Las estadísticas enferman. Entre
el 2001 y el 2006 los gastos militares mundiales crecieron
un treinta por ciento, y ese año 2006 fueron de 1.179
billones de dólares. Cínicamente se habla de que el mundo
está en tiempos de “paz fría”. La mitad de esos gastos
corresponden a Estados Unidos, 528 mil millones de
dólares. Luego, le siguen China, la India,
Pakistán, Indonesia y Rusia. Alemania
es el tercer país que más exporta armas, 7,7 mil millones de
euros. Sólo lo anteceden Estados Unidos y Rusia.
Para fabricar esas armas y tantos productos superfluos, el
ser humano ha destruido su propia naturaleza. Lo dicen los
expertos de Naciones Unidas en su documento “Advertencia
antes de la catástrofe”. Naturaleza destruida, tala de
bosques, desaparición de la vida silvestre, catástrofes
climáticas, a esto último lo hemos visto en las imágenes
televisivas de los últimos días, en todos sus horribles
detalles. El ecologista Joachim Wille lo ha definido
todo en una corta frase: “La multiplicidad de las especies
biológicas desaparece dramáticamente, porque con la
destrucción de la naturaleza se gana mucho dinero”. Está
todo dicho. El presidente de Alemania, Horst
Köhler, ha mirado más allá y manifestó por fin la
verdad: “Los bancos han convertido a los mercados
financieros mundiales en un monstruo. Debemos ponerle
barreras”. Ojalá que esa advertencia no sólo la haya dicho
porque muy pronto está en juego su reelección.
De Italia siguen llegando noticias que asustan a los
alemanes. “Ya de Italia no llegan ni siquiera buenos
tenores, ahora vienen de Latinoamérica”, ha dicho con
sorna un comentarista alemán. Las organizaciones de derechos
humanos de Europa están preocupadas por el
crecimiento del neofascismo italiano. Y remarcan las
iniciativas de Berlusconi: más policía y expulsión de
los inmigrantes “ilegales”. Esto último es vergonzoso para
un país que en su historia se salvó por la cantidad de
emigrantes que envió al exterior, muchos de los cuales
ayudaron a sus familias enviando dinero a la vieja patria.
Berlusconi tendría que aprender que la única salida
humana para retener la ola de pobres que va inundando
Europa desde el Tercer Mundo es invirtiendo en esos
países, creando nuevas fuentes de trabajo. No, Berlusconi
es el demagogo que cree que con la expulsión de los
abandonados del mundo y con más policía va a solucionar sus
problemas económicos.
Pero no le va a resultar fácil a Berlusconi volver
solapadamente a los tiempos del Duce. Hay una juventud que
no se rinde. Por ejemplo, los más de diez mil jóvenes que
concurrieron en Verona la semana pasada a recordar a
Nicola Tommasoli, muerto a patadas por los neofascistas
de la ciudad de Romeo y Julieta. Y también los jóvenes que
asistirán al concierto que se dará mañana domingo en la
Escuela de Música de Treviso en recuerdo de Bruno, mi
nieto, que prefirió tener alas para ser nube en vez de
soportar una sociedad de la alcahuetería y del sobado del
poder.
Pero no sólo hay noticias malas en el mundo. De la
Argentina me llega una noticia que me llena de alegría:
se hizo justicia con los ajeros, los humildes recolectores
del ajo en Mendoza. Se reincorporó a los cesantes. Fue
porque en ningún momento abandonaron la lucha. Y otra más:
la ciudad de Concordia, a través de sus representantes,
eliminó el nombre de Julio Argentino Roca en
su costanera y le puso el de Pueblos Originarios. Eso se
llama coraje civil. La vida no se rinde.
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