Es increíble la irracionalidad del mundo. Pero el hombre
persiste. Sigue rigiendo la ley del dinero. Más dinero, más
poder. Así de sencillo. Por ejemplo, que los alimentos del
mundo estén en manos de un núcleo de personas surgidos en su
mayoría de los dueños de la tierra. En un mundo con
limitaciones -y las conocemos con respecto a las reacciones
de la naturaleza y a eso que llaman la bolsa y la ruleta de
las acciones o las altas y bajas de las divisas- las grandes
líneas a seguir no las dictan los que defienden la vida a
ultranza, ni siquiera los políticos elegidos en las urnas,
sino los que tienen el verdadero poder. Lo vemos actualmente
en Europa. Hoy el diario Frankfurter Rundschau -lo
cito porque es un órgano que a veces, muy pocas veces,
lástima- se atreve a decir basta.
Hoy, viernes, le dedica toda su tapa, toda, a denunciar la
inhumana política europea con respecto a los seres humanos
del tercer y cuarto mundo que buscan refugio en Europa,
los denominados “ilegales”, que llegan de todos los países
pobres. En la tapa de ese diario está en grandes letras la
palabra Europa atravesada con alambres de púa. Y
luego, en letra pequeña, este párrafo:
“Con toda dureza, los estados europeos proceden contra los que buscan
refugio. Europa se comporta así como si sólo tuvieran
derecho a una vida en dignidad los que nacieron en el
continente correcto. Cómo ese apartheid hace ricos a los
nuevos contrabandistas de personas, arroja cadáveres a las
costas españolas y lleva a que los chechenos perseguidos no
encuentren protección, informamos en la edición de hoy, el
Día de los Refugiados”*.
Sí, Europa ha decidido hacer ya en un tono leguleyo lo
que lleva a cabo Estados Unidos en sus fronteras con
los “Latinos”. Es el sistema. Esa Europa que
estableció después del “descubrimiento” la esclavitud y la
explotación de sus colonias africanas y americanas no se
hace responsable por ello. Pero eso sí, sigue aprovechando
el comercio con las elites de esos países que dominan sus
economías y producen la pobreza, y por tanto la violencia.
Cuando uno lee las noticias de la Argentina, comprueba
que la Sociedad Rural acompañada por otras organizaciones,
que en conjunto siguen siendo dueños y señores de la tierra
(algunos más, otros mucho menos, pero están juntos), hacen
un “paro” patronal. La tierra, que significa el pan, que no
tendría que pertenecer a nadie sino a todos, es de ellos.
Esa tierra que tendría que ser de todos, como la sombra de
los árboles en verano, como los caminos, como los ríos, como
el derecho a la enseñanza, como el derecho a la salud. Causa
hasta vergüenza que ninguno de nuestros gobiernos haya ido a
golpear a la puerta de la Sociedad Rural y les haya
preguntado: ¿de dónde tienen ustedes la tierra, quién se las
otorgó, cómo llegaron a ella? La pregunta que tendríamos que
hacerles todos a los estancieros, los latifundistas. ¿Cómo
es posible que ningún Congreso nacional en toda su historia
haya tratado el tema de los títulos de la propiedad de las
pampas increíblemente fértiles e interminables o haya
nombrado una comisión que estudiara a fondo cómo llegaron
esos señores a la posesión de tales extensiones? No, no se
hizo nunca. Se aceptó a libro cerrado esa historia
terriblemente injusta y cruel. De eso no se habla. Y todos
concurrieron a inaugurar el monumento a Julio Argentino
Roca, el que dictaminó la muerte al “salvaje o bárbaro”.
Y cómo después va a comenzar el otro capítulo, el de la
explotación de los verdaderos trabajadores de la tierra, los
“peones en negro”, como es habitual. Peones y sirvientas no
entran por la puerta del Derecho.
Es hora de llamarlos a rendir hoy cuentas de cómo sus
antepasados obtuvieron esas tierras. Sin ninguna duda, la
mayoría fue después de la campaña de Roca, con el
exterminio de los habitantes originarios. Lo dice toda la
documentación histórica. Fue la Sociedad Rural presidida por
José Martínez de Hoz -apellido bien conocido por los
argentinos- quien va a apoyar y promover la campaña de
Roca, por ejemplo, ofreciéndoles las “mejores
caballadas” de los estancieros. Después del genocidio se
otorgaron más de 41 millones de hectáreas a 1843
estancieros, entre ellos a la familia Martínez de Hoz,
que recibió nada menos que 2.500.000 hectáreas. Y luego en
la lista de beneficiarios estaban los Anchorena,
Leloir, Temperley, Atucha, Ramos Mejía,
Miguens, Unzué, Llavallol, Señorans,
Martín y Omar, Real de Azúa, Luro,
etc. Todos apellidos de la “aristocracia” de la tierra. El
general Roca se quedará con 65.000 hectáreas, para
“empezar”, y se otorgarán otras 7.450.000 hectáreas a los
militares autores del genocidio. Lo dice el propio
Domingo Faustino Sarmiento, en el diario El Censor del
18.XII.1885, textual: “Es necesario llamar a cuenta al
presidente y a sus cómplices en estos fraudes inauditos. El
presidente Roca, haciendo caso omiso de la ley, cada
tantos días remite por camadas a las oficinas del Crédito
Publico órdenes directas, sin expedientes ni tramitaciones
inútiles, para que suscriba a los agraciados, que son
siempre los mismos, centenares de leguas”. Por eso, durante
la Década Infame, los conservadores levantaron el monumento
a Roca en la Diagonal Sur de la Capital. Y ahí
estaban todos, en primera fila los miembros de la Sociedad
Rural. El mismo Roca aprobará la Concesión Grünbein,
por la cual se otorgaron miles de hectáreas en la Patagonia
principalmente a ingleses provenientes de las islas
Malvinas. Que financiaron a los “cazadores de indios”. Una
libra esterlina por par de orejas de tehuelches. La Sociedad
Rural también apoyó firmemente la represión de los peones
rurales patagónicos en la matanza de 1921 para no hablar de
su influencia en la política de los centros provinciales.
¿Cómo es posible que jamás en la Argentina se haya
intentado una reforma agraria? Seguimos aceptando un régimen
que pertenece al medioevo. Se tiene que dictar una ley
poniendo una valla a la posesión, un máximo de hectáreas y
dar preeminencia a las cooperativas de productores. Para
ello, crear escuelas en cada ciudad del interior de más de
cincuenta mil habitantes sobre administración del campo,
ciencias agrícolas y ganaderas, para que los hijos de los
trabajadores de la tierra puedan ya ser los técnicos futuros
del campo.
Nada se arregla ahora con bajar o subir las retenciones, sino
que la única solución es democratizar la posesión de la
tierra. Y que sean esas mismas cooperativas las que se
encarguen de la comercialización de sus productos.
Es lamentable que la Federación Agraria, aquella del Grito de
Alcorta, no haya continuado su lucha de hace un siglo y que
hoy busque como aliados a quienes están en la vereda de
enfrente. Me viene a la memoria el movimiento del campo
iniciado por integrantes de la Federación Agraria y apoyado
por su diario La Tierra, en febrero de 1975, en el gobierno
de Isabel Perón. Las otras organizaciones patronales
del campo -Sociedad Rural, Coninagro y Confederaciones
Rurales Argentinas- repudiaron las acciones de protesta.
También Confederación de Asociaciones Rurales de Buenos
Aires y La Pampa (CARBAP), a través de su titular,
Jorge Aguado, tuvo palabras muy duras contra el citado
movimiento. Más tarde, en septiembre, del mismo año, sí, la
Federación Agraria se plegó al movimiento de
reivindicaciones de las Confederaciones Rurales Argentinas,
a la que pertenece CARBAP. Por lo que el periódico El
Auténtico dirá: “La falta de una adecuada política económica
tendiente a garantizar el precio de las cosechas, que hace
que los pequeños y medianos productores queden a merced de
los grandes monopolios exportadores, explica la decisión de
la Federación Agraria de plegarse a una huelga hegemonizada
totalmente por la más rancia oligarquía”. Hace treinta y
tres años.
El diario La Prensa, por supuesto, apoyó el movimiento
de la oligarquía del campo señalando que “De hecho, los
gobiernos han mantenido una incoherencia sistemática
respecto de la agricultura... que puede expresarse como
desprecio por la merecida consideración de esa actividad
productiva en el conjunto de los intereses nacionales”.
Intereses nacionales.
La verdadera solución llegará cuando se lleve la verdadera
democracia a la tierra. Ni terratenientes ni siervos. Que la
alimentación de las ciudades no dependa de un triunvirato
todopoderoso de los dueños de la tierra. Ojalá que la
Iglesia Católica tome como modelo al obispo Angelelli,
aquel que dijo en el púlpito, en ocasión de la muerte de un
leñador y después de ver con sus propios ojos cómo sus
compañeros llevaban el cuerpo sin vida sobre los hombros y
lo enterraron así porque no les alcanzaba el dinero para
comprar un ataúd: “En qué país vivimos que ni siquiera los
leñadores pueden lograr la madera que abrace y contenga a
sus seres queridos a la hora de la muerte”.
Al día siguiente, Angelelli yacía sin vida tirado en
el suelo de una tierra por la que tanto luchó. Realidades
constantes.
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