Mano Dura
Desde el momento que Medardo Pérez cayó
preso, empezó a maquinar como haría para salir del
hueco. Tenía que hacerlo rápido pues lo tenían
provisionalmente en la PTJ y cuando lo pasaran a la
cárcel la huída sería mucho más difícil. La verdad que
no había hecho nada, sino que la furia de la batida lo
tomó desprevenido y como tenía antecedentes de delitos
menores en su juventud, nadie creería en su inocencia.
El apuro por salir era su hija
Madyuelygiselle que ese día daría a luz por cesára a su
primer nieto y para él no era posible que ello ocurriese
con el abuelo preso.
Una idea lo asaltó a mano armada y él la
asumió. Pidió permiso para ir al servicio aduciendo
urgencia digestiva. Se lo permitieron mientras lo
vigilaban desde el buró. En el baño se desnudó y tal
como vino al mundo salió del servicio y se dirigió a la
puerta principal. El vigilante volteó la cara pues por
machismo no podía mirar a un hombre en cuero y además
pensó que Medardo se dirigía a su lugar de detención.
Medardo tuvo suerte de no encontrarse con
ningún otro agente en su trayectoria y corrió tan pronto
se vio en la calle. Sabía que debería atravesar la
ciudad y que nadie lo llevaría en esas condiciones. Se
hizo el loco desnudo en medio de las avenidas, hacía
carantoñas y muecas a tutiplén, y cuando un par de veces
un policía quiso detenerlo se hizo el loco furioso.
La extraña sensación del nudismo lo
embriagó y casi se pasa el hospital. Lo cierto es que en
la misma sala de maternidad la pequeña Madyuelygiselle
–que tiene el mismo nombre que su madre– fue recibida
por un abuelo igual que ella, en pelotas.
Raúl Leis /
Cuentos de la Calle