Allá por el año de
1979 fue publicado en Venezuela un libro que sorprendió por
su tema, que en ese momento fue verdaderamente novedoso:
El libro de la salsa. Crónica de la música del Caribe urbano,
de César Miguel Rondón. El autor, periodista, locutor y
escritor, ya era un experto reconocido en su país en materia
salsosa: había ya dado varias conferencias sobre el tema
acompañadas por recitales, logrando abrir las puertas de
espacios antes vedados a expresiones de música popular, como
museos y universidades. El volumen muy pronto se convirtió
en una referencia obligada para quienes querían conocer más
acerca de la música antillana, no única y exclusivamente de
su expresión neoyorquina.
El volumen, tras aquella edición, se fue convirtiendo en un
objeto raro debido a su calidad y a la dificultad para poder
dar con él, pese a las ediciones piratas que se produjeron
merced a su éxito. En lo personal, conocí una parte del
libro en la revista Comunicación y cultura de la UAM,
en la que fue reproducido el primer capítulo, "Salsa cero (o
cero salsa)", en el que se relatan los prolegómenos de la
salsa. De allí me interesó más conocer la obra completa, lo
que me condujo a una búsqueda -no muy intensa, he de
decirlo- que me llevo años. Curiosamente, fui a descubrir el
libro no en una librería, sino en la tienda de discos que el
sonido Sonorámico tiene por el rumbo de República del
Salvador. Por supuesto, pese a lo que parecía un elevado
precio, lo adquirí de inmediato. Tan pronto como lo tuve en
mis manos devoré rápidamente la excelente y sabrosa crónica
de Rondón, un libro que desconoce el desperdicio.
El libro de la salsa, un clásico de la música latina,
exigía una buena reedición que lo pusiera al alcance de un
público mucho más amplio y que facilitara su adquisición. Es
por ello que fue una buena decisión optar por Ediciones B,
cuya filial en Colombia se encargó de esta nueva edición,
que apareció a finales del año pasado. Si la primera
edición, pese a incluir muchas fotografías, era muy
sencilla, está es todo lo contrario: es una publicación de
lujo que sirve de perfecto escenario para el formidable
despliegue crónico de Rondón, en esta presentación con
algunos cambios y adiciones: el prólogo ya no es de Domingo
Álvarez e incluye una Coda en la que de forma muy sucinta el
autor sintetiza apretadamente lo ocurrido en las salsas en
los últimos 25 años.
Su estilo y estructura, enormemente atractivos, han
influenciado notablemente otras obras que han estudiado
temas similares (pienso, por ejemplo, en la también
imprescindible
¡Caliente! Una historia del jazz latino, de Luc
Delannoy). Lo que también hace muy interesante el libro es
que el conocimiento de Rondón no le deja ningún espacio a la
complacencia: el ánimo crítico se encuentra por doquier.
El libro se centra, fundamental pero no únicamente, en la
escena musical latina de Nueva York desde los años cincuenta
hasta finales de los setenta. Inicia con el relato del
ascenso en la escena de la ciudad de las Big Band
latinas, entre las que el predominio pertenecía a un
triángulo decisivo: las orquestas de Machito, Tito Puente y
Tito Rodríguez. Ellas son el vértice sobre el que gira,
aunque no se descuidan otras expresiones musicales,
especialmente la gran influencia cubana. La decadencia de
esas grandes bandas, el refugio de Rodríguez en el bolero,
de Machito en el jazz, el ocaso de los grandes salones de
baile, y hechos políticos como la revolución cubana y el
aislamiento de la isla provocaron que hubiera una necesidad
de renovación en el panorama latino.
En ese punto, por 1966, es cuando surge la salsa de la mano
de Eddie Palmieri. Tres características encuentra el autor
en la nueva expresión: "1) el uso del son como base
principal de desarrollo (sobre todo por unos montunos largos
e hirientes); 2) el manejo de unos arreglos no muy
ambiciosos en lo que a armonías e innovaciones se refiere,
pero sí definitivamente agrios y violentos, y 3) el toque
último del barrio marginal: la música ya no se determinaba
en función de los lujosos salones de baile, sino en función
de las esquinas y sus miserias; la música no pretendía
llegar a los públicos mayoritarios, su único mundo era ahora
el barrio; y es este barrio, precisamente, el escenario que
habría de concebir, alimentar y desarrollar la salsa."
(Dicho sea de paso: considero que ese carácter de barrio es
el que hizo tan fuerte a la salsa en el movimiento sonidero
de México, ya que si en algún lugar se la baila bien y con
pasión es en las calles. Finalmente, como establece Rondón,
"Salsa implica barrio.")
La salsa, de música eminentemente popular, se fue
convirtiendo en un producto muy atractivo para los grandes
mercaderes. De allí que el libro también se ocupe del
desarrollo de la principal compañía disquera que tanto
impulsó como aprovechó el momento: Fania Records, la
creación de Jerry Masucci y Johnny Pacheco. Aunque
previamente existía otros importante sellos latinos -Tico y
Alegre-, Fania fue el sello en donde, con muy pocas
excepciones, crecieron las figuras salseras más
significativas: Celia Cruz, Larry Harlow, Pete Conde
Rodríguez, Willie Colón, Héctor Lavoe, Rubén Blades, Ismael
Miranda, Cheo Feliciano, Ray Barreto, Roberto Roena, Ricardo
Ray y Bobbv Cruz, etc. Como anota Rondón, la Fania "sin más,
sería por excelencia la compañía grabadora de música de
salsa; y el boom que pronto se desataría es su mérito
y su desgracia." Si bien la compañía puso sus esperanzas y
apoyo a muchos músicos -empezando por el quinceañero Colón-,
también terminó siendo un cuasi monopolio que explotó sin
miramientos a muchos de ellos.
Los años setenta fueron los grandes años de la salsa, el
boom: Para Rondón un hito lo marcó el baile que las
Fania All Stars realizaron en el Cheetah, en agosto de 1971,
y que daría como resultado cuatro discos y una película,
Nuestra cosa latina. Ese acontecimiento es el que marca,
de manera indeleble, la explosión salsosa. Como anota, con
esta presentación y grabación la gente de Fania se anotó uno
de sus más grandes aciertos: "hacer un disco de descarga
comercial , sin que este último calificativo supusiera la
eliminación de las dos principales características de toda
descarga: las espontaneidad y la libertad de los músicos
para soplar y cantar todo lo que les exigiera el
entusiasmo." De allí en adelante vendrían varias reuniones
de las Estrellas, mucho más afortunadas las que fueron en
vivo que en estudio. Recorrieron el mundo, pero sin duda una
de las más importantes fue la visita a África, con la
magnífica inclusión de Celia Cruz en el trabuco salsero,
presentación que se llevo a cabo días antes de la histórica
pelea entre Mohammed Alí y George Foreman; por el contrario,
una de las más desastrosas fue la del Yankee Stadium.
Aquel boom está espléndidamente relatado en el libro,
no sin anotaciones críticas que dan cuenta de los éxitos y
desventuras de la salsa. Los primeros tuvieron mucho que ver
con que la música siguiera perteneciendo al barrio; las
segundas, con la explotación industrial. Como ejemplo de
esto se encuentra el fracaso de los discos que Fania produjo
con la CBS, en el que los All Stars se pusieron a
grabar música chafa intentando agradar y atraerse al público
gringo, sin éxito alguno.
Perfectamente descritas y analizadas se encuentran las dos
tendencias dominantes en los años setenta en el mundo de la
salsa: la vanguardista y la tradicional. La primera con
exponentes que buscaron innovaciones pero sin perder el
carácter bravo de su música; por el otro, el recurso a la
tradición cubana -que dio origen a un fenómeno que terminó
siendo nefasto: la matancerización, que en muchísimos
casos terminó en el más vulgar refriteo de temas clásicos
cubanos, en especial de la Sonora Matancera.
Pero al lado de la historia de la Fania y sus artistas -cabe
mencionar que muchos de éstos acabaron saliéndose en cuanto
pudieron de la compañía por el maltrato de que fueron
objetos-, Rondón toca muchas otras orquestas y bandas que al
margen del cuasi monopolio disquero salsero realizaron un
trabajo más que meritorio en el desarrollo de la salsa:
desde el casi subterráneo Grupo Folklórico y Experimental
Nuevayorquino hasta la mucho más famosa Dimensión Latina, de
donde saldría el salsero mayor, Oscar D' León -uno se queda
con las ganas de que el autor hubiera dedicado más espacio
en su Coda a la apoteósica gira de Oscar por Cuba allá por
1983, en la que, como dijo Albita Rodríguez, el salsero
venezolano les redescubrió la música cubana a muchos
cubanos, especialmente a los jóvenes-.
Antes de la breve Coda, la parte fuerte del libro cierra con
el fin del boom salsero neoyorquino, cuya gran época
concluye con la aparición del que es, a mi gusto, el mejor
disco de salsa que se haya hecho: Siembra, la obra
maestra de Willie Colón y Rubén Blades, dos de los más
grandes de la salsa. Ya desde entonces, y como se demostró
posteriormente, en las composiciones del panameño se marcaba
el rumbo de la mejor salsa de los años siguientes.
Como decíamos al principio, esta es una edición de lujo, con
grandes fotografías que acompañan y apoyan el magnífico
texto -de la antigua edición falta una extraordinaria de los
grandes años de Fania: en un concierto, alineados, aparecen
compartiendo el escenario cuatro leyendas inmarcesibles:
Feliciano, Lavoe, Blades y Celia Cruz-. Libro caro que
desquita plenamente su precio, no debe faltar en la
biblioteca no sólo de los salseros sino también en la de
cualquier melómano que se respete. Para ponerlo más al
alcance de su público natural, la gente del barrio, no
estaría nada mal que la editorial pensara en una edición en
rústica.